Ahora que se mira con lupa la alimentación de los más pequeños parece incomprensible que hubiera un tiempo, no tan lejano, en que era habitual que los niños consumieran alcohol de vez en cuando. Desde las sopas de vino (ésas que calentaron durante siglos el ... estómago de los españoles antes de salir para la faena o el colegio) hasta la leche caliente para el resfriado con una yema de huevo y lingotazo de coñac, la reciente historia culinaria está llena de ejemplos de infantes embolingados por prescripción materna.
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¿Quién no se acuerda de Kinito, el niño piripi que protagonizaba los anuncios de Kina San Clemente? Los vinos quinados se vendían como tónicos para la salud, brebajes que a la vez eran medicina y golosina y que aparte de despertar las ganas de comer, debían de mantener a los niños en un sopor tranquilo y beatífico para sus padres. Las litronas de cerveza se anunciaban sin remilgos como un producto apto para toda la familia y hasta los recetarios de coctelería solían incluir fórmulas para pimplar en fiestas infantiles. Uno de los libros de cócteles más divertidos de la época fue el de 'Los combinados' (Genoveva Bernard de Ferrer, 1958), que dentro de la Biblioteca Ama de Casa constituyó el «manual práctico de recetas parar preparar combinados en todas las ocasiones, tanto si se trata de recibir a invitados y quedar bien como si es cuestión de reanimarse al llegar a casa tras un esfuerzo prolongado, cuando se impone una bebida reparadora». El mueble-bar era uno de los puntales del hogar y el copazo en pantuflas, recién llegado del trabajo, un ritual diario.
En el libro, la autora declara haber incluido cócteles sin alcohol para que pudieran degustarlos niños y adolescentes, procediendo después a pasarse esta regla por el forro de la nariz y llenar las páginas de ponches, batidos y refrescos supuestamente infantiles capaces de tumbar al más pintado. Por ejemplo, el capítulo titulado «batidos para todas las edades» comienza con dos fórmulas aparentemente inofensivas que rezuman bebercio adulto por todos su poros. El batido de leche, por ejemplo, además de yema de huevo y leche fresca lleva Chartreuse amarillo y coñac «de marca», mientras que el batido de chocolate («alimenticio y refrescante») incorpora licor de crema de cacao y más coñac.
Por no hablar del combinado Very Well que, indicado supuestamente para todas las edades, pimplaba a los chavales a base de zumo de limón, naranja, azúcar y ginebra de marca. O el cóctel Submarino, en el que la autora tiró la casa por la ventana de la dipsomanía recomendándolo como bebida alimenticia y que en realidad estaba hecho con una yema de huevo —nunca podía faltar—, media copa de vino de Málaga y dos gotas de pipermín. Todo esto espolvoreado con canela, que alimentaba aún más y servía para crecer fuerte y sano.
Y luego que si los niños de ahora comen mal, ay.
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