Un día en la vida de Joan Matabosch (Barcelona, 1961) es lo menos parecido a las cadencias suaves de una melodía lánguida. Los trajines en que se afana el director artístico del Teatro Real de Madrid son un encadenamiento de audiciones, ensayos y reuniones para ... planificar las temporadas. Otros sucumbirían el primer día, pero este barcelonés diligente y leído encuentra el descanso en el trabajo bien hecho. Apasionado del café, su futuro ya estaba escrito desde que a los cinco años vio su primera ópera en el Festival de Salzburgo, dirigido entonces por Karajan.
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Dormir me sirve para recargar las pilas y para levantarme con una dosis de energía muy satisfactoria. Que se prepare el día.
Tengo por costumbre desayunar con la radio, con las noticias y las tertulias del día. Otra cosa es que esto sirva para espabilarse o, según los días, para deprimirse, si no fuera porque siempre hay un estupendo café para compensarlo.
Mi despacho no es ningún santuario. No paso en él más que el tiempo imprescindible, porque lo esencial de mi trabajo es supervisar los ensayos y las actividades que se desarrollan en las salas del edificio. No se trata de obtener impresiones de primera mano como si fuera Marie Antoniette disfrazándose de 'bergère', sino simplemente de hacer mi trabajo. En mi despacho no hay nada relevante, más allá de la información para coordinar la actividad principal de la institución, que transcurre donde tiene que transcurrir: en el escenario.
Sin duda, invierto mucho tiempo en la planificación futura y la negociación con cada uno de los integrantes de la producción. Debemos lograr que durante el proceso creativo disfrutemos de unas condiciones de trabajo óptimas que permitan un buen resultado. Esto es mucho más complicado de lo que parece porque en una ópera intervienen profesionales de ámbitos muy diversos, cada uno con sus intereses y vanidades no siempre compatibles. Desde compositores, libretistas y agencias que negocian sus derechos, hasta directores de orquesta, directores de escena, escenógrafos, figurinistas, iluminadores, cantantes, actores y bailarines. Existen también los compromisos con otros teatros para compartir los costes y la necesidad de una gran flexibilidad interna para adaptarnos a proyectos artísticos de características antitéticas. Por fortuna, mi equipo es sensacional y es la mejor garantía para que todo funcione admirablemente: desde Konstantin Petrowsky, coordinador artístico, hasta Carlos Abolafia, director técnico; Justin Way, director de producción; y Nuria Moreno y Daniel López, entre otros.
Soy de escuchar tipos muy diferentes de música, y cada tipo exige su propia liturgia, socialización, aislamiento, concentración o actividad paralela. Afortunadamente, este es un campo ilimitado.
Tengo por costumbre darme el gusto de reservar un tiempo para almorzar, y en mi caso éste es un estímulo para lidiar después con lo que se tercie bajo el convencimiento de que ya nadie va a lograr estropear el día completamente.
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Un chupito puede destensar una reunión sobre un tema que parece imposible de lidiar. A partir de ahí se puede volver a empezar a plantear la cuestión. Nadie imagina el buen resultado que puede proporcionar una estrategia tan simple. Es como con la alta tecnología: si no funciona algo, lo reseteas y vuelves a comenzar. Claro que esto puede ser considerado un vicio, dependiendo del contenido del brebaje.
Soy de planificar mi tiempo, pero estoy encantado de planificar, de vez en cuando, un trasnoche.
He heredado de mis padres la pasión por la cultura y, desde luego, también por los libros. Pero no me puedo comparar con ellos al respecto. Son autoridades en la materia y yo me limito a admirar sus adquisiciones y su maravillosa colección.
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En mi juventud, cualquiera de los montajes de la época del Teatre Lliure de Lluís Pasqual y Fabià Puigserver supuso una epifanía. Soy hijo de ese mundo. Ahí es donde comprendí lo que era el buen teatro. Y también, en lo musical, el Festival de Salzburg de la época Karajan; y, posteriormente, la estimulante etapa de Mortier. Y Bayreuth, desde luego. Me apasiona el teatro, la música, la danza, el arte, la lectura y, sobre todo, lo resultante de poner en contacto más de una disciplina artística. Por esto no es extraño que haya acabado interesándome la ópera, que es el género bastardo hijo de todas ellas.
Viernes
Los artistas suelen acusar muchos nervios ante el estreno, y al director artístico lo que le toca es poner cara de tranquilidad y actuar con una flema inglesa que contribuya a que todo el mundo se centre en lo suyo. No hay nada más devastador que transmitir inseguridad precisamente en el momento en el que el equipo atraviesa ese instante en el que se pierde pasajeramente la fe en el proceso creativo que se ha llevado a cabo.
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La ventaja de mi trabajo es que después de todo un día de cuadrar presupuestos, resolver emergencias, establecer protocolos, lidiar con egos delirantes, controlar ensayos y atender audiciones, todo se acaba con música y teatro, con el resultado del esfuerzo convertido en arte. Al final resulta que es el propio resultado del trabajo lo que despeja la mente.
Leo, pero nunca antes de acostarme. Suelo llegar a casa tras muchas horas de librar batallas diversas y ya estoy más que contento con llegar al dormitorio antes de dormirme. No concilio el sueño, es el sueño el que me concilia a mí. Si apago la luz, ahí está el sueño. A veces ni falta hace apagarla.
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