«Algunas fans venían con tijeras para cortarnos un mechón»

Javier, el que era rubio, luce hoy un cabello completamente blanco por las espesas canas. Pedro, antaño de pelo ensortijado, se presenta ahora tocado por un sombrero. Los Pecos, el dúo de los hermanos Javier y Pedro Herrero Pozo, de 64 y 62 años, respectivamente, los cantantes melódicos que enloquecieron a las adolescentes españolas a finales de los 70, vuelven a partir de marzo a los escenarios dentro de la gira 'Dos voces y una historia'.

Ídolos paganos de la música romántica en la España posfranquista, la demencia que provocaban en las fans era tal que llegaron a sentir no miedo, sino pavor. «Era impresionante, una locura. La realidad supera lo que yo te esté contando. No podías vivir porque de repente podías encontrarte puntas de tijeras con las que una chica pretendía cortarte un mechón de pelo. Se empezó a poner la historia peligrosa», asegura Javier.

En los tiempos del Gran Musical, sus retratos de la revista 'Superpop' ilustraban las carpetas de las chicas del BUP y el COU, instruidas en la verborrea de Pepe Domingo Castaño y Pepe Cañaveras. Ahora, después de 45 años de carrera, pueden jactarse de que a sus conciertos van tres generaciones de seguidoras. Porque los Pecos, todo hay que decirlo, eran odiados por los varones, que los tenían por blandengues y «maricones». Unas imprecaciones motivadas no pocas veces por la envidia. «Nos han llamado de todo, pero eso es un síntoma también del éxito», alega Pedro. «Tienes que aprender a reírte de ti mismo y tener sentido del humor. A mí hay cosas que me hacen gracia y hay cosas que no».

Después de 12 años sin juntarse, el dúo vuelve a los escenarios para cantar sus clásicos: 'Esperanzas', 'Acordes', 'Háblame de ti' y otros más. Como compositores, pueden alardear de una dilatada carrera. Solo Pedro tiene registradas unas 300 canciones. Es curioso que los abanderados de la música romántica juvenil empezaran, cuando apenas tenían 11 y 12 años, con una incursión en la canción protesta e incluyeran en su repertorio 'A desalambrar', de Víctor Jara. «Llegamos a cantar con Luis Pastor. Muchas de esas fiestas populares acababan con la gente corriendo delante de los 'grises'».

¿No era un tanto raro que dos niños se desgañitaran entonando canciones de la izquierda más combativa? «Bueno, era lo que se llevaba en esos momentos, no sé si por rebeldía o por qué. Era lo que estaba de moda, la canción protesta y, ojo, canción protesta de tipo político. Nosotros nos apuntábamos a un bombardeo. Hacía mucha gracia que unos críos de 11 y 12 años cantarán ese tipo de canciones», aseguran.

El servicio militar les truncó la carrera: dada la diferencia de edad, cuando uno lo terminaba el otro se alistaba. Tras cumplir con el ejército se encontraron fuera de sitio, desconcertados, con la Movida y tribus urbanas campando a sus anchas: mods, rockers, punkis, secuaces del glam, pijos y 'heavies'. «Estos nos odiaban un poquito, aunque llegamos a compartir escenario con Barón Rojo», dice Pedro.

Escucharse en la radio y verse en la televisión fue una experiencia que los dejó estupefactos, la aspiración que colmaba todas sus expectativas, un éxito por añadidura que les reportaba un dinero poco habitual para unos jóvenes criados en el barrio obrero de Madrid de San Cristóbal de los Ángeles. «Lo más bonito fue comprar una casa a nuestra madre y permitir que se pudiera retirar de cien mil trabajos que hacía al día para sacar a sus tres hijos adelante. Nuestro padre murió muy joven, con 33 años, y mi madre se quedó viuda con 28 y con tres niños a los que sacar adelante».

En esos tiempos de dicha y mieles, hasta un genio endiosado como Dalí se sintió embrujado por Los Pecos. «Escuchó la canción 'Esperanzas' y le encantó. Nos mandó llamar para conocernos. Cuando venía a Madrid se alojaba en el Hotel Palace y allí fuimos a verle. Conocimos a Dalí y también a Gala. Por la tarde nos fuimos a ver una obra de teatro. Pasamos un buen rato», recuerda Javier. Ellos regalaron al pintor un 'single', el único que habían grabado hasta entonces, y él les agasajó con sendos libros muy gruesos y autografiados sobre su obra. A Javier se lo dedicó escribiendo su nombre de pila con b. «A mí me dibujó un picador. No sé cómo se cotizará ahora, pero para mí tiene un gran valor sentimental», cuenta Pedro.

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