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Felipe Cabrerizo
Domingo, 16 de febrero 2020, 21:25
Un único día de grabación. Un estudio minúsculo, un presupuesto ridículo, una mesa de cuatro pistas y un productor que velaba armas por primera vez en aquella sesión. Nadie parecía confiar demasiado en el disco de debut de una banda conformada por cuatro garrulos ... que personificaban por sí solos el 'white trash' más alcoholizado del cinturón proletario de Birmingham, pero lo que salió de aquellas sesiones tenía un destino del que pocos discos pueden jactarse: crear y definir todo un género musical.
Éstas fueron las precarias condiciones bajo las que se gestó el primer disco de Black Sabbath, que llegó a las tiendas hace cincuenta años. No era una fecha elegida al azar: el 13 de febrero de aquel 1970 era viernes, una coincidencia que en los calendarios anglosajones augura desde tiempos medievales ecos satánicos: trece eran las personas presentes en la Última Cena, viernes el día en el que se produjo la Crucifixión.
La discográfica pensó que la elección era una jugada perfecta. Y lo fue, por mucho que el satanismo fuera un concepto desconocido para la banda. El nombre del grupo había surgido por casualidad, cuando el bajista Geezer Butler se había topado un cine donde se proyectaba una película de Boris Karloff con ese título, y la cruz invertida de la carpeta interior una idea del sello que los músicos sólo conocerían cuando les llegaron las primeras copias. Para enturbiar más el terreno de juego, la disquera había hecho correr extraños rumores de que la mujer que aparecía en la portada no estaba presente cuando se dispararon las imágenes, y que el fotógrafo Marcus Keef se la había topado allí al revelarlas.
Suficiente para sugestionar el imaginario de cualquier chaval que se topara con el disco. James Hetfield, cantante y guitarrista de Metallica, recuerda cómo la imagen le provocó noches de pesadillas en su adolescencia. Pero más allá de estos camelos que conformaron el telón de fondo sobre el que se movería siempre el grupo, lo que escondía el disco en su interior resultaba impactante. Un álbum de sonido oscuro, propio de una pesadilla industrial, reflejo de un mundo alucinado, sin ninguna querencia por buscar singles y sí riffs atronadores con un sonido de guitarras desconocido: Tommy Iommi se había amputado en su adolescencia dos dedos en la fábrica de láminas metálicas en la que trabajaba y se había construido artesanalmente dos prótesis para suplirlos, obligándole a cambiar la afinación de las cuerdas para seguir tocando el instrumento.
Desde la tormenta y las campanas que abren 'Black Sabbath', el primer corte del disco, hasta la jam 'Wicked World' que lo cierra, es difícil encontrar un solo punto débil a un álbum destinado a marcar la historia de la música. Y eso que en principio no parecía ofrecer nada nuevo: los Sabbath eran poco más que una banda de un blues —Polka Tolka Blues Band era de hecho el extraño nombre con el que se habían subido por primera vez al escenario unos meses antes— que habían sazonado con unas gotas de jazz y otras de psicodelia, al igual que tantas bandas de rock ácido que, encabezadas por The Doors, habían tomado al asalto el mercado desde California un par de años antes.
Pero este 'Black Sabbath' fue el álbum que inventó el metal, su alfa y al mismo tiempo su omega, el que creó el género pero también el que definió todas las ramificaciones que de él nacerían. Poco importa que apuntemos hacia el doom, el trash, el stoner o el hardcore: todos ellos estaban encerrados en este disco, y el que no figuraba en él lo haría en las siguientes entregas. O al menos en las seis primeras, ésas en las que Henry Rollins decía eran lo único en lo que se podía confiar aparte de en uno mismo.
hí concluye la etapa dorada del grupo. El desnortado comportamiento de Ozzy provocaría su expulsión del conjunto. Le sucederían muchos cantantes que seguirían alimentando a una banda cuya validez en aquellos años sigue siendo carne de discusión entre la nutrida comunidad metalera. Él, mientras tanto, se lanzó a una carrera en solitario de la que lo más ajustado que se puede decir es lo que se dice en Mississippi de Jerry Lee Lewis: cualquier historia que hayas escuchado sobre él, por disparatada que sea, es cierta. El 'grand guignol' incluyó decapitar murciélagos o esnifar hileras de hormigas: estamos hablando del hombre que asustó a los mismísimos Mötley Crüe, un grupo que ha visto cosas capaces de hacer vomitar a una cabra, cuando los llevó con él de teloneros en una gira de infausto recuerdo para cualquiera que se cruzara con ellos. Ozzy incluso se acuerda de alguna y la contó borrosamente en un libro de memorias que es pieza clave de cualquier amante de la leyenda de excesos del rock'n'roll.
Son aventuras pasadas. A la sombra de su mujer Sharon, uno de los representantes más temidos de la industria, Ozzy se convirtió hace décadas en una máquina de facturar y su web ofrece hoy en día hasta murciélagos de peluche con cuerpo y cabeza unidos por un velcro, para que cualquier fan pueda arrancarla a su gusto.
Volvería a la banda, por supuesto: los reunidos Black Sabbath, convertidos en una leyenda para cualquier metalhead del planeta, tendrían tiempo de poner en pie varias giras fastuosas hasta que el 4 de febrero de 2017 se bajaran de un escenario de Birmingham. En menos de un mes llegaría el anuncio oficial de la disolución del grupo, en menos de dos los primeros rumores de regreso disparados por los propios músicos.
Pero parece que el fin de los Sabbath es, ahora sí, definitivo. Hace dos meses Ozzy se cayó del escenario en el que celebraba la Nochevieja cantando en directo. Nada que pueda alarmar a un cantante que parece condenado a sobrevivir a absolutamente todo, ni a unos fans habituados a ver a Osbourne en un estado físico (no hablemos del mental) lamentable y que parece recomponerse en el mismo momento en el que sube a un escenario. Pero esta vez el jalón se antoja final: el golpe ha disparado los síntomas del parkinson que padece desde hace años y resulta difícil pensar que en estas condiciones pueda soportar el ritmo de una nueva gira. Por lo que, ahora sí, parece que cincuenta años después la historia de Black Sabbath ha quedado cerrada definitivamente.
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