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Se acabó sacar la lengua

Se acabó sacar la lengua

Deep Purple desafió las normas de la industria, los Ramones lideraron la subversión estética, The Clash simbolizó la rebelión política y los Sex Pistols, la antisistema. Y con Kiss se apagan las provocaciones

Miguel Pérez

Santander

Sábado, 16 de noviembre 2019, 09:13

Tocan tiempos de jubilación para la provocacion en el rock. La agitación sofisticada, ensayada, bien trabajada. Porque cualquiera puede lanzar un pollo desde el escenario, pero hacerlo como Alice Cooper en 1969 para que lo descuartice el público y ganarse la fama de satánico no ... está al alcance de cualquiera. Quizá tan sólo de Ozzy Osbourne, el último tipo al que el Pacma daría de alta como afiliado, cuando una noche de 1982 arrancó de un mordisco la cabeza al cadáver de un murciélago que alguien le arrojó durante un concierto.

El líder de Black Sabbath ha reconocido la veracidad del episodio, aunque en sus memorias admite que pensó que el mamífero era de goma. Sea como fuere, tanto su gesto salvaje como la galería de actos distópicos de Alice Cooper tuvieron a bien inaugurar hace medio siglo la tradición de la sangre en los escenarios y desatar la más rupturista de las agitaciones estéticas vividas hasta entonces en el rock, que salía del buen rollo herbolario del movimiento hippie. Excesos de hemoglobina (bien animal, pero sobre todo artificial) contra vaqueros con pata de elefante y discursos lisérgicos.

Para entender el fenómeno es preciso desplazarse a aquel momento dorado y plural, de alta intensidad musical en Europa y Estados Unidos. Tirabas una piedra y le dabas en la cabeza a un cantante o a un guitarrista. Algunos se quedaban con la pedrada y alumbraban discos geniales. Pero no nos descentremos: mientras algunos transitaban por la senda del rock más canónico y otros cultivaban la investigación y la erudición –caso del rock sinfónico en las postrimerías de la psicodelia, con ejemplos como Yes o el prog alemán–, había bandas y solistas que atendían un universo de referentes superior al de las notas de un pentagrama. Como salidos de 'Cuarto milenio', Alice Cooper y Ozzy Osbourne se decantaron por la zona oscura, esa donde a los niños se les prohíbe asomarse para poder dormir felices durante la noche.

Puede decirse que David Bowie e Iggy Pop, en cambio, surgieron de la fascinación por el arte, el travestismo musical y el teatro. Es de sobra conocido que la inspiración del poliédrico cantante británico fallecido en 2016 tras despedirse con la edición del magnífico 'Dark Star' procedía del mimo Lindsay Kemp y su fijación por la transgresión, más que por la provocación, queda patente desde sus comienzos como Ziggy Stardust.

'Destroyer'
Kiss

'Destroyer'

Editado en 1976, es el cuarto álbum de estudio de Kiss. Salía después de que la banda demostrara su contundente directo en 'Alive'. Uno de los discos con mayor producción de la década.

'Killer'
Alice Cooper

'Killer'

De 1971, con Bob Ezrin como productor, es uno de los mejores discos de Alice Cooper, en su mejor momento de inspiración. Transita desde el rock puro hasta la psicodelia y el hard.

'Too Fast for Love'
Motely Crüe

'Too Fast for Love'

La banda de Nikki Six debutó con este disco en 1981 y es un clásico del heavy metal de la época, con sus influencias del punk y glam. La portada recrea el 'Sticky Fingers' de los Stones.

Presintonizado por la Velvet y The Doors, el líder de los Stooges decidió incursionar por su parte en las nuevas sonoridades que alentaban los 60's. Pionero del punk rock y la new wave, sobresalió también por su afán estético. Adoraba los movimientos de James Brown. Mejoró mucho la técnica del 'stage diving' –arrojarse encima del público–, aunque se dejara varias fracturas en el camino. Con el paso de los años, Iggy Pop ha hecho méritos para apagar su aura de agitador sin conseguirlo. Desde renegar del punk hasta el planteamiento de su último disco, 'Free', un trabajo atmosférico en el que recita e incluso viaja por los territorios del jazz noir. Los puretas de los Stooges lo quemarán sin duda en las plazas de los pueblos, pero resulta entrañable por su carácter crepuscular y próximo a David Bowie o Lou Reed.

Mayores para volar

Seguimos con el pollo. El pollo frito. Ramoncín era en 1978 un chaval de Vallecas que representaba el protopunk hispano en actuaciones bizarras donde se pintaba un enorme rombo sobre el ojo derecho. Tan pronto le reconocía a Mercedes Milá su ego desmesurado –«y al que le importe que no mire»– como cantaba encaramado a una farola del parque. Para entonces, una banda de Nueva York llevaba cinco años tocando hard rock cubierta de maquillaje sobre plataformas vertiginosas: Kiss. Fundado por Gene Simmons, Paul Stanley, Ace Freheley y Peter Criss, el grupo anuncia ahora su despedida en una gira de setenta conciertos que se prolongará hasta 2021 y que pasará el próximo año por Barcelona (Rock Fest, 4 de julio) y Madrid (WiZink Center, 5 de julio). En la alineación final ya no figuran ni Ace Freheley ni Peter Criss. Sus roles de 'Spaceman' y 'Catman' los desempeñan el guitarrista Tommy Thayer y el batería Eric Singer.

'Rock N'Roll'
New York Dolls

'Rock N'Roll'

En el origen de la provocación figuran nombres como el de las 'muñecas de Nueva York'. Este recopilatorio de 1994 contiene 20 canciones que reflejan fielmente su filosofía.

'Made in Japan'
Deep Purple

'Made in Japan'

El 'desideratum' del hard rock. Muestra la afición del grupo a los desarrollos largos e improvisados. Tiene siete canciones y su última reedición dura 98 minutos.

'The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars'
David Bowie

'The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars'

Se trata del disco que mejor resume el glam rock como corriente estética y musical. Editado en 1972 también fue el primer álbum conceptual de Bowie.

Se acaba, por lo tanto, sacar la lengua. En concreto, la de Gene Simmons, kilométrica, el segundo apéndice más famoso del rock después del símbolo de los Rolling Stones, que va camino de convertirse en otro signo de tiempos pasados. El propio bajista reconoce, a los 69 años, que salir al escenario con un traje que pesa 18 kilos y unos tacones de 20 centímetros le resulta cada vez más duro. «Mick Jagger se desmayaría», ironiza Simmons, que no se ve tampoco ejecutando en un par de años su clásico número de vuelo sobre el público colgado de unos cables, como si se tratase del fantasma de Ebenezer Scrooge. «Es mejor bajarte del escenario antes de que se cansen de ti», resume. O de caerse y que deban colocarte una prótesis, que a esas edades nunca son buenas.

'End of the Road World Tour' supone, en este sentido, no sólo la despedida de una de las bandas más histriónicas y que mejor han sabido llevar el gran circo del rock duro ante las audiencias. Es un paso más en el final de una forma de vida vitriólica y alborotadora que empezó a apagarse con Nirvana, Sonic Youth y la posterior generación indie; la que en vez de arrojar ácido sobre los ojos de los espectadores contempla el suelo mientras desgrana en voz baja los traumas de su adolescencia.

Comparen los inicios de cualquiera de estos grupos con los de una banda como Kiss, que se estrenó en enero de 1973 con un bolo ante una docena de personas y en diciembre de ese mismo año su bajista ya se incendió el pelo mientras lanzaba fuego por la boca. Eso es velocidad y recursos. Si alguien no ha entendido el sentido del espectáculo, desde luego los neoyorquinos no son. Por cierto, a Gene Simmons le volvió a brotar la cabellera y, como él mismo acaba de destacar en una entrevista, «todavía me queda algo y mucho más en la espalda».

De Los Clash a Ramones

La agitación sonora se nutre de muchas y muy diversas fuentes. Está la provocación musical y social de Deep Purple, la rebelión política –The Clash–, antisistema –Sex Pistols–, la subversión estética –Ramones– y la narcótica paranormal, como sucede con los sórdidos Motley Crüe, la clase de grupo que encuentras al fondo del cubo de la basura riendo sin parar. Más que una nueva cultura alternativa, lo de Vince Neil, Nikki Six, Mick Mars y Tommy Lee puede leerse en clave de macarrismo vírico: ya sea en la música, en la calle, en la cama o en casa, hasta el punto de que el Departamento de Sanidad de Los Ángeles les obligó a limpiar su vivienda en una ocasión debido al riesgo de salubridad para todo el edificio.

Motley Crüe, a pesar de todos los excesos, ha terminado convertida en una banda de heavy representativa del glam contemporáneo. Ha vendido más de cien millones de discos en toda su historia. Como Camilo Sesto. No se sabe si toda su popularidad responde exclusivamente a la música o a su estilo de vida. Posiblemente, a esto último. Fuera caretas: la biografía de los Motley, 'Trapos sucios', se esnifa más que se lee a juzgar por sus mínimos capítulos estrictamente profesionales y su abundante literatura en torno al sexo, la cocaína y el alcohol.

¿Y si Alice Cooper hubiera tenido un lanzallamas como el que usa en escena el líder de Rammstein?

Como a la mayoría, el grunge les condujo paulatinamente a un lugar en sombras, con el agravante de sus desencuentros personales y frecuentes ingresos en centros de desintoxicación. En 2015 realizaron una gira internacional con Alice Cooper. Nadie ha sabido nada desde entonces del servicio de mantenimiento de los camerinos.

La de los Purple es otra historia; la del desafío a las normas musicales y de la industria discográfica. La banda formada por Ritchie Blackmore (guitarra), Ian Gillan (voz), Roger Glover (bajo), Ian Paice (batería) y Jon Lord (órgano) se ha ganado un lugar en la revolución del rock desde la grabación del mítico 'Made in Japan' en 1972. Nació a contracorriente, muy pocos apostaban por su éxito y, sin embargo, ha quedado para la historia como una obra cumbre. Hoy no hay concierto del grupo donde no se interpreten 'Smoke on the Water', 'Highway Star' o 'Lazy' a la vertiginosa velocidad de aquel álbum.

Deep Purple viajó a Osaka y Tokyo para grabar sendos conciertos. El propio título es una disquisición que bromea con la inundación mundial de artículos fabricados en Japón. A las discográficas no les gustaban los álbumes largos y a los críticos tampoco les entusiasmaban los directos, puesto que durante mucho tiempo se les ha considerado sinónimo de falta de creatividad e incluso de fraude a los fans.

A todas esas prevenciones, la banda de Ian Gillian decidió darles una patada, una actitud que hoy resultaría insólita habida cuenta del control que la industria detenta sobre el artista. No sólo grabarón el concierto, sino que fue tan extenso como para necesitar un doble LP. Y si esto contravenía las normas del mercado, todavía era más arriesgado su contenido. Las canciones de 'Made in Japan' son de todo menos lineales: asumen los compases del blues, el jazz y la música clásica para cruzarlos con la psicodelia y el hard rock. Y todo ello sustentado sobre largas improvisaciones de los cinco miembros del grupo totalmente desatados, en especial los solos de Richie Blackmore y Jon Lord, hoy convertidos en material canónico.

Abrasivos e intelectuales como los Purple, pero enfocados hacia el punk, The Clash son otros iconos del activismo musical. Su legado va mucho más allá de los Sex Pistols –fulgurantes, retadores, rompedores pero huecos– o los Ramones –con una propensión especial al marketing–, de quienes les diferencia su conciencia social, cultivada sobre la gran depresión británica de finales de los años 70.

Así como los grupos de Sid Vicious y Dee Dee Ramone han terminado metabolizados por una industria que hoy los despacha como merchandising de culto, el legado de la banda de Joe Strummer sigue al margen como la prueba de la provocación intelectual y de un magnífico manejo del punk, el dub, el rockabilly, el reggae, el jazz e incluso el gospel. Referentes obligados son el 'London Calling' y 'Sandinista!', una joya singular y experimental compuesta por nada menos que tres discos.

Y después de todos ellos, salvajes, pero sin bajar a los infiernos de Iggy Pop, los cuatro miembros de Kiss se despiden simbolizando el tipo de descaro bien diseñado de los artistas del rock. Incluso durante los años en que han ofrecido conciertos sin pintarse los rostros, su público los ha visto maquillados. Con influencia de los New York Dolls y de la escena underground estadounidense, aprendieron de todos ellos lo mejor –su actitud– y dejaron a un lado lo peor: la suciedad instrumental y un sonido sin pulir.

Ellos mismos han inspirado a Iron Maiden, Dokken, Black Veil, Mercyful Fate e Inmortals, además de contribuir generosamente al black metal más contundente para felicidad de noruegos y finlandeses. Pero además, Kiss es especialista en el aprovechamiento inteligente de la provocación: son la banda referencial del rock de estadio, sin ellos el marketing musical llevaría años de retraso y han logrado que la revolución ya no sean ellos, sino su marca.

¿Y qué queda después de todo esto? Rammstein, la banda alemana de metal industrial más transgresora y visualmente agresiva de Europa. Se le ha acusado de flirtear con el imaginario nazi y de provocar con letras que abordan el incesto, el voyeurismo o la necrofilia. Sus miembros se defienden con dos argumentos: la búsqueda de nuevas formas de expresión en un negocio donde todo se ha inventado ya y la necesidad del rock de mejorar su atractivo visual. Till Lindemann, su líder, descarga un lanzallamas en el escenario durante los conciertos. ¿Se imaginan si Alice Cooper hubiera tenido uno hace cuarenta años?

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