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El año pasado, en España, ya hubo una persona confinada durante mucho tiempo en su domicilio. Se llamaba Manuel y era el protagonista de 'Los asquerosos' (Blackie Books), una de las novelas más exitosas de los últimos tiempos. Igual que su personaje, el escritor Santiago ... Lorenzo (Portugalete, 1964) buscó en su momento refugio en un pequeño pueblo de la Castilla profunda (16 habitantes) del que no da pistas.
-Hace unos meses, el punto de partida de su libro parecía de lo más original. Ahora, es el día a día de todos.
-Si lo piensas, es un descojono. Nunca nos habíamos visto en una así.
-Quizá lo que está pasando sirva para que la gente distinga lo importante de lo accesorio.
-¿Alguien se acuerda de qué ocurría en enero de 2020? Algo con ERC, supongo, hace mil años de todo aquello. Pues seguro que había gente que sacaba enseñanzas de aquello, porque de todo se pueden sacar, y otros de nada. Quizá con esto haya en las personas algún cambio grande que dure tres o cuatro años y luego se volverá a lo de siempre. Pero en cualquier caso, todo eso genera microcambios que al final, conforman lo que somos.
-Algún abuelo con mal carácter decía que a las generaciones más jóvenes les hacía falta una guerra. Esto es lo más parecido.
-Yo tenía un profesor de filosofía que lo decía, y luego igual te deseaba feliz Navidad. Antes pensábamos que la historia era lo que les pasaba a nuestros abuelos, Carlos V, Napoleón, el káiser Guillermo, Hitler, Stalin, y que a nosotros no nos iba a ocurrir nada grave. El fin de la historia, lo llamaron. Pero nada de eso. Siempre estarán pasando cosas chungas y no va a haber un momento de la historia en que todos vivamos en paz. Cuando no son los hombres provocando guerras, son unos bichitos.
-Usted vivía en el centro de Madrid y decidió dejarlo todo para marcharse a una aldea.
-Yo me dedicaba al cine, que era una actividad muy madrileña, como trabajar en un ministerio. Vivía mentalmente y físicamente en el centro, en la calle Fuencarral, pero a mí me gustaba de domingo a jueves. El fin de semana había muchos domingueros que buscaban la 'movida' y pensaban que se iban a encontrar con Alaska. Empecé a venir a este pueblo, me gustó y llevo ya ocho años.
-¿Cómo es un día en la aldea?
-Siempre hay cosas que hacer: cuidar de la casa, del huerto, coger leña... Y luego está lo que un cursi llamaría 'oficio', que en mi caso es leer libros y periódicos y ver películas.
-Durante su confinamiento, Manuel se topa con unos vecinos muy asquerosos que recuerdan a la gente que se salta la cuarentena para irse a la playa.
-A mi aldea han venido dos familias de madrileños a pasar el confinamiento. Les tiro huevos (risas). En realidad, me inspiré en otros que montaron aquí una casa rural y yo fantaseaba todos los días con lo que les iba a hacer (más risas). Pero que quede claro: todos somos asquerosos para alguien en algún momento.
-Uno podría pensar que, viviendo en la aldea, usted se puede saltar el confinamiento.
-Pues sí, yo podría salir a la calle, pero no lo hago. Es como una muestra de respeto a la comunidad, aunque aquí no haya comunidad. No me sentiría bien.
-¿Qué le parece que la gente salga al balcón?
-En mi caso, sería absurdo hacerlo, sólo me verían las ranas. Pero a mí estas cosas me gustan. La terca voluntad del hombre por tratar a los demás me parece emocionante. Los balcones son las nuevas avenidas, pero en vertical.
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