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Aunque pertenece al movimiento por edad y estilo, a Jorge Edwards, el primer escritor que levantó la voz contra la dictadura cubana, se le ha excluido en ocasiones de las listas del 'boom latinoamericano' por su anticastrismo. A finales de 1970, el Gobierno de ... Salvador Allende nombró al diplomático embajador chileno en La Habana, pero solo tres meses más tarde, a principios de 1971, fue expulsado de la isla, de donde se marchó enemistado con Fidel. En 'Persona non grata', el libro en el que narra su experiencia en Cuba, Edwards cuenta: «Nada más aterrizar en La Habana, me llevaron a ver a Castro, que acababa de dar un discurso sobre la supresión de las Navidades hasta después de terminada la cosecha de la zafra. ¡A las dos de la mañana! me condujeron a una entrevista con Fidel, que me dijo que no dudáramos en pedirle ayuda si necesitábamos guerrear en Chile: 'Los cubanos seremos malos para producir ¡pero para pelear sí somos buenos!».
Al día siguiente Edwards visitó al poeta opositor Heberto Padilla, que le dibujó «un país lleno de privaciones». Semanas después de su primer encuentro, Padilla fue detenido. «Al ser diplomático, tuve que permanecer mudo al respecto», escribió Edwards. Pero el silencio se le hizo insoportable, recuerda Xavi Ayén en 'Aquellos años del boom' (Debate). Espiado las 24 horas del día, sus encuentros con los opositores cubanos llegan a oídos de Castro, que pidió verlo antes de echarlo del país: «¡Usted demostró ser una persona hostil a la revolución!».
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'Persona non grata' denuncia que en Cuba se pasa hambre y que se reprime la libertad de expresión. «Es el primer libro que marca una distancia intelectual frente a la Revolución cubana en el entorno de escritores del boom», dice Ayén. Pablo Neruda, gran amigo de Edwards pese a sus diferencias ideológicas, lo contrata como segundo para la Embajada chilena de París, una etapa intermedia antes de instalarse en 1973 en Barcelona. Allí se convirtió en alguien «mal visto» por la élite cultural de la ciudad, que no entiende su rechazo al comunismo, y menos después del golpe de Pinochet en Chile.
«Inoportuno, indiscreto, frívolo, vanidoso, feminoide, agente pagado por la CIA […], diplomático mediocre, escritor inexistente», son algunos de los epítetos que le dedican sus colegas más ideologizados. En esos momentos de soledad intelectual, encontró, en cambio, el apoyo del poeta Jaime Gil de Biedma, con el que trabó una sincera amistad.
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