–Al autor de la 'Biografía del silencio' parece oportuno preguntarle qué ha sentido al ver calles vacías durante el confinamiento.
–He visto un espejo de lo que somos. Porque somos vacío, somos desierto; esa es la razón por la que nos espantan nuestras ciudades sin el bullicio que les es característico.
–¿El silencio exterior se convertirá en un silencio interior que invite a la reflexión personal?
–Debería. Ha sido una ocasión mundial como no hemos conocido otra. Estoy seguro de que muchos habrán sabido aprovechar este momento para mirarse a sí mismos; pero también de que la mayoría habrá dejado pasar esta oportunidad. La mística siempre ha sido de minorías, aunque hoy, quizá, un poco menos.
–¿Al ser humano le da miedo enfrentarse a sí mismo y, para evitarlo, está siempre pendiente del ruido exterior, de los estímulos?
–Así es. El miedo es la enfermedad del futuro; la culpa, la del pasado. El apego, la del presente. Pero nos aterra lo que somos sencillamente porque no lo conocemos. Si nos conociéramos, nos amaríamos. No es posible conocer de verdad sin amar.
–¿Qué consejo le daría a un amigo que le dice que quiere cambiar?
–Que medite.
–Pues, como experto en la materia, defina 'meditar'.
–Un viaje a nuestro centro. Normalmente estamos fuera, en la periferia, entretenidos con las cosas, las personas, las emociones, los pensamientos… Meditar nos enseña a, respiración a respiración, volver a esa roca que nos sostiene y desde la que el vértigo de este mundo ya no nos desasosiega.
–Pese al coronavirus, ¿la Humanidad va a mejor?
–Vamos definitivamente a mejor. Quienes digan lo contrario se quedan en la superficie. La Humanidad mejora como tal, aunque haya, evidentemente, bochornosos pasos hacia atrás. El coronavirus nos cambiará en buena medida y nos dejará iguales en una medida mayor. No soy optimista, pero sí cultivo la esperanza, que hace que el mundo sea mejor.
Esperanza y trabajo
–Pero quien pierde a un familiar o su trabajo puede perder también la esperanza...
–La esperanza, desde una perspectiva cristiana, es una virtud teologal, lo que significa que es un don de Dios. Pero ya sabemos todos que tanto más grande es un don cuanto más te hace trabajar. Un hijo, por ejemplo. ¡Qué gran regalo! Pero ¡qué inmensa tarea, casi heroica! Hay tanta esperanza en este mundo como personas. Todos tenemos ese potencial. La esperanza no es desear que las cosas vayan bien. Quien espera trabaja para que todo vaya bien. La esperanza es lo que nos pone en movimiento hacia un mundo mejor.
–En un momento en que la religión se ha convertido casi en un estorbo, ¿es duro ser sacerdote?
–Ser sacerdote es una pasada, no imagino una vocación mejor. No es que no haya tenido dificultades y no haya tenido que soportar estupideces de toda clase, tanto por parte del mundo clerical como del civil. Pero eso no empaña en absoluto, ni tan siquiera roza, la belleza de este oficio: ser un pontífice, un puente entre los hombres y Dios. Atreverse a apuntar a lo invisible… Es la misma tarea que la de los poetas, solo que los sacerdotes debemos hacer un poema con nuestra vida.
–En 2015, dos obispos le declararon hereje. ¿Qué sintió?
–Que era una bonita ocasión para mostrar que mi corazón es profundamente sacerdotal. No sentí ninguna animadversión hacia ellos.
–¿Se sorprende la gente cuando descubre que usted es cura?
–Durante décadas, cuando me encontraba con viejos amigos, me decían, entre atónitos y sarcásticos: '¿Pero sigues siendo sacerdote?'. Fue así hasta que yo empecé a preguntarles si ellos seguían casados. Ser sacerdote en la España de hoy es el acto más contracultural de cuantos pueda imaginar. Quizá esa sea una de las razones por las que es tan interesante.
–¿Vender cientos de miles de libros le ha cambiado?
–Sí, me ha hecho comprender mejor mi propia estupidez. No hay nada que te enseñe mejor lo tonto que puedes llegar a ser que el éxito o el reconocimiento de la gente. Yo he tenido que pasar por él para darme cuenta, por experiencia, que ese no es el camino.
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