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El escritor estadounidense Richard Ford (Jackson, Mississippi, 1944) retorna al panorama editorial con 'Sé mía' (Anagrama), quinta novela sobre Frank Bascombe, un antiguo periodista deportivo y exagente inmobiliario que tiene que afrontar una situación dolorosa: solitario, viejo y abocado a acompañar a su hijo en una enfermedad terminal como es la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA). Después de entregar a la imprenta la última entrega de la pentalogía, formada por 'El periodista deportivo', 'El día de la independencia', 'Acción de gracias' y 'Francamente Frank', Richard Ford ha escrito una novela en la que su protagonista entabla una batalla contra la desazón. Ganador de los premios PEN-Faulkner, Pulitzer y el Princesa de Asturias, el escritor obliga a sus criaturas de su libro a emprender un viaje al monte Rushmore como ceremonia de despedida, una oportunidad excelente para abordar las consecuencias de la senectud e indagar en la naturaleza de la paternidad.
Como en todas las historias que giran en torno a Bascombe, la ficción se pasea por centros comerciales, urbanizaciones, moteles y franquicias, un paisaje urbano en el que Estados Unidos está dejando jirones de su identidad y haciendo frente a cambios que no disgustan demasiado al exinformador. «América está en declive, algo que se aprecia con solo mirar la cantidad de gente sin techo, la incapacidad del Gobierno de responder a las necesidades de la gente pobre, el estado en el que están las escuelas públicas, la confianza en las instituciones y el carácter de los líderes».
El gran prosista americano ha alumbrado una historia en la que explora la felicidad y el amor entre padres e hijos, con el telón de fondo de un país atravesado por la polarización, aunque su voluntad al escribir no es hablar de política. Con todo, no elude las preguntas cuando se le pregunta sobre la honda quiebra moral de su país. «Es necesario que suceda algo que unifique para cambiar esta situación y, desgraciadamente, lo que suele unificar es el estallido de violencia, ya sea una guerra internacional o civil. Lo mejor sería que nos diéramos cuenta todos de que estamos hartos de Donald Trump. Ya nos aburre, hay que pasar a un cambio mucho más gradual».
A sus 80 años, Richard Ford se halla en plenas facultades, luciendo buena estampa, un estupendo buen humor y un saludable escepticismo que le hace desconfiar de los charlatanes. Sobre su país, asegura que no todo está acabado: «Mientras las instituciones públicas puedan sobrevivir, podamos seguir votando y expresar nuestro malestar sin ser castigados yo mantengo mi optimismo».
Con todo, desgrana algunas reflexiones sombrías, como la omnipresencia de la tecnología. «No es que sea el motor, pero la tecnología sí que es un instrumento que facilita el borrado de la memoria. Como persona mayor te puedo decir que si recuerdo cosas del pasado puedo prestar atención a lo que tengo delante».
Que haya elegido el monte Rushmore, en el que están esculpidos en un tamaño colosal los rostros de cuatro mandatarios de Estados Unidos, no deja de ser paradójico. «Crecí pensando que todas las estatuas eran absurdas y ridículas, porque eran emblemas de la supresión de afroamericanos y de la gran mentira de que la guerra civil no iba de la esclavitud. Así que cuando veo esos rostros de los cuatro presidentes en la ladera de una montaña, que además es un lugar sagrado para los indios, pienso: qué ridiculez».
Ford no es un descreído ni un cínico. «Tiendo por sistema a no creer en nada de lo que me dicen. Pero creo en muchas cosas, en el amor a otras personas, en la bondad, en la imaginación y en los usos que se pueden hacer de ella. La pasión nace de la inteligencia», concluye el novelista, que lamenta la tendencia de los jóvenes escritores a autocensurarse con la dichosa apropiación cultural, hasta el punto de son remisos a adoptar el papel de narradores femeninos u homosexuales si no tienen esta condición.
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