La 'belle époque', aquellos años que antecedieron a la Gran Guerra y que supusieron el florecimiento de la cultura europea, tuvo su cara y su cruz. Fue una época en que cuajó la industria, la ciencia disipó muchas de las nieblas de la ignorancia, la tecnología impulsó el capitalismo y las artes no figurativas irrumpieron con fuerza. Pero también fue la edad en que se robustecieron los nacionalismos y los imperialismos, que desataron luego contiendas devastadoras. La burguesía drenaba el poder de la vieja aristocracia, los automóviles desplazaban a las calesas, la aviación hacía sus pinitos, la luz eléctrica rivalizaba con las viejas farolas de gas y asomaba la cabeza un turismo muy incipiente que aún no movía masas voraces.
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En este contexto, la escritora María Reig (Barcelona, 1992), graduada en Periodismo e historiadora en ciernes, ha ubicado las vicisitudes de su cuarta novela, 'Sonó un violín en Paris' (Espasa), libro en el que aúna sus dos grandes pasiones: los viajes y la música. «Esta novela surge por el deseo de explorar una Europa no masificada, aquella Europa que hubo antes de que ardiera dos veces», aduce la autora, que ha presentado su ficción dentro de un lujoso vagón estacionado en el Museo del Ferrocarril de Madrid.
No todo era hermoso en la 'belle époque'. Reig argumenta que en las postrimerías del siglo XIX se estaba fermentando un capitalismo colonial y un antisemitismo feroz que ayuda a explicar el Holocausto. «Las exposiciones universales eran en realidad pulsos industriales y económicos entre países competidores. La vida se militarizó y eso desemboca en lo que ya sabemos».
Con el 'Gran Tour', ese viaje que emprendían los jóvenes aristócratas británicos por la Europa continental como corolario a su educación, con una parada imprescindible y larga en Roma, empieza a germinar de manera incipiente el turismo moderno. Fue por esas fechas cuando comienzan las reservas por cartas, telegramas o por teléfono, se despachan billetes de transportes en los hoteles de primera clase y surgen las primeras agencias de viaje, como la pionera Thomas Cook & Son, en la que se gestionaba la contratación de hoteles y ferrocarriles para conseguir precios más baratos.
Se estaba creando el caldo de cultivo para una turistificación rampante que nadie adivinaba. No en vano, ya existía algo muy parecido a los Airbnb. «Las guías de viaje de la época no solamente anunciaban hoteles, también viviendas particulares. Ya se estaba configurando el esqueleto de todo aquello que conocemos hoy en día, pero con los procesos rudimentarios de entonces».
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Allá por 1893, Guillermo Bogarín, personaje fruto de la imaginación de la escritora, se relame con el proyecto de recorrer en tren algunos territorios de Austría-Hungría y ciertos lugares de las nuevas fronteras del imperio alemán en compañía de un grupo selecto de invitados. En esa expedición también esta Clara Balaguer, una virtuosa del violín y eximia representante de las pioneras que se dedican profesionalmente a la música. «A principios del siglo XX había unas quince violinistas célebres en Europa. Pero las que se hacían profesionales, cuando se casaban, dejaban de tener esa exposición pública, reducían el número de conciertos o directamente dejaban de celebrarlos», alega Reig.
Las que lograron destacar tuvieron que luchar contra rancios prejuicios, pues aunque las pianistas eran toleradas desde mucho tiempo atrás, no sucedía lo mismo con las que apostaban por el violín. «Por su forma curva y la postura que debía adoptarse para tocarlo, se veía como un instrumento típicamente masculino».
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El siglo XIX es la etapa predilecta de María Reig como estudiosa de la historia, si bien no deja que la idealización del pasado le turbe el entendimiento. «Tengo la certeza de que, como mujer, vivo en la mejor época de la historia. A veces, cuando no conocemos el pasado, tendemos a romantizarlo».
Para Reig, que aspira a conquistar un público joven, el viaje es una suerte de epifanía, un descubrimiento que sirve para alejarnos de la rutina. «En ocasiones vamos en automático porque hay demasiado ruido alrededor. El viaje puede ser un punto de inflexión para tomar las riendas y tomar decisiones sobre nuestra vida».
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