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gerardo elorriaga
Lunes, 7 de marzo 2022, 00:38
La ONG Médicos Sin Fronteras (MSF) conmemora su cincuenta aniversario con 'La memoria del olvido', una publicación que recoge 140 imágenes de Juan Carlos Tomasi, un fotógrafo que lleva más de dos décadas trabajando para la entidad humanitaria en todo el mundo. «No se trata ... de un libro para celebrar, sino para invitar a reflexionar sobre lo que ha sucedido a lo largo de este tiempo y a mirar el mundo de forma diferente», asegura el autor. El itinerario nos conduce por todo el planeta y sus conflictos, asistiendo a los flujos de población o a la atención sanitaria a las víctimas de contiendas y desastres naturales.
Las instantáneas quieren documentar el trabajo llevado a cabo durante el último medio siglo y en el que España ejerce una labor primordial, ya que, junto a Francia, Bélgica, Holanda y Suiza, son las únicas secciones nacionales con tareas operacionales. Ese trabajo resulta cada vez más arriesgado. Los problemas de seguridad de hace dos décadas se han convertido en ataques directos, como el sufrido por la cooperante española María Hernández, asesinada el pasado mes de junio en Etiopía, o el secuestro durante cerca de dos años de otras dos expatriadas en Kenia. Además, los hospitales que la organización gestiona en países como Sudán del Sur han sido blanco de bombardeos, asaltos y matanzas indiscriminadas.
La obra pretende ir más allá del mero testimonio. «Todo mandato humanitario debe incorporar el testimonio y la denuncia», advierte. «Debes contar lo que estás viendo y es cierto que la fotografía no cambia el mundo, pero la suma de imágenes informa y puede dar lugar a una denuncia, complementando las palabras de los testigos». Tomasi alude a las acciones emprendidas por MSF para revelar los genocidios de Ruanda o la masacre cometida en Srebrenica.
La relación de instantáneas también habla de conflictos olvidados, historias que raramente alcanzan la televisión. «Tenemos la suerte de llegar a sitios remotos y explicar lo que vemos», y apunta el caso de Darfur, larvado durante muchos años, o el de Sierra Leona, que estalló generando numerosas matanzas. «Quizás el más complejo que he vivido ha sido el de Somalia, en guerra desde 1992 y que sólo llega a los medios cuando se produce un atentado especialmente pavoroso».
El fotógrafo reconoce que lleva muchos años viendo perecer a niños, heridos o desnutridos, pero que, desde que es padre, resulta aún más duro. «Presenciar la muerte de un chaval te quita años de vida, es un asesinato», confiesa. La entrada en la organización cambió su escala de valores. «Yo venía del periodismo deportivo y esta experiencia me ha transformado», asegura. «Ya no le doy tanta importancia a lo banal, a los problemas triviales y cotidianos, sino que privilegio la vida más que cualquier otra cosa. Aprendes a seguir adelante con el dolor de los demás, te haces más vulnerable y más persona».
Las imágenes evidencian el respeto hacia el individuo retratado. «Tienes que mirar a los ojos y pedir permiso», señala y afirma que sin establecer empatía con el individuo no cabe usar la cámara. Pero también apunta la necesidad de no dejar atrás a quien necesita ser captado.
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