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Ver salir del armario futbolístico a tantos artistas divertía profundamente a Javier Marías, al que en la década de los 80 solo igualaba en pasión por unos colores, desde la otra acera, Manuel Vázquez Montalbán. «Cómo ha cambiado todo. Hace sólo veinte años no había ... intelectual que se atreviera a confesar públicamente que le gustaba el fútbol», escribió Marías en 'Salvajes y sentimentales. Letras de fútbol' (Aguilar, 2000), su declaración de amor a un deporte que le reconciliaba con su niñez. El fútbol es «la recuperación semanal de la infancia», creía este seguidor del Real Madrid y del Numancia, el equipo de Soria, donde veraneó en sus primeros años. Como Albert Camus, que todo lo que sabía de la moral y de los hombres se lo debía al fútbol, Marías observaba el balompié como «una mezcla de sentimentalidad y salvajismo, una escuela de comportamiento y nostalgia, y la escenificación de la épica al alcance de todo el mundo». «Es un espectáculo que quizá merezca la pena tomarse en serio», decía, con ese tono misterioso y trascendental que caracterizaba su obra.
Además de 'Salvajes y sentimentales', Marías publicó algunos relatos futbolísticos (participó en el inolvidable 'Cuentos de fútbol', editado por Jorge Valdano) y decenas de artículos sobre el mundo del balón. Ahí, convirtiendo el texto corto en una baldosa, regateaba como el extremo izquierdo frustrado que fue en su juventud. Di Stéfano fue el ídolo de su infancia, a la altura del Capitán Trueno, y para Marías, el mejor jugador de la historia; y Gento, por casualidades de la vida, casi un miembro de su familia.
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Pero la deriva del fútbol moderno (odio eterno) arrastró al escritor, que despreciaba a Tebas, Rubiales, Florentino, Piqué y sobre todo, a Mourinho, antítesis de los valores del 'gentleman' británico que era Marías. Confesaba que ya solo veía los partidos de 2ªB de algunos equipos, entre ellos, el Numancia y la Cultural Leonesa, cuyo nombre siempre admiró. En el barro aún veía los valores del fútbol.
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