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Eva García Sáenz de Urturi, ganadora de la última edición del Premio Planeta por su novela 'Aquitania', es una grafómana sin remedio. Incluso para espantar los fantasmas, pone negro sobre blanco sus pensamientos y luego manda a la papelera sus inquietudes. Diplomada en Óptica y ... Optometría, estudió ciencias porque creía que lo de las letras tenía menos salidas laborales. Toda una paradoja en una mujer cuyo nombre aparece siempre en la lista de los libros más vendidos. Su padre, que a punto estuvo de enclaustrarse en un monasterio, le inculcó el amor por la lectura y las abadías.
Lo primero que hago nada más levantarme es mirar el monte, me gusta mucho sumergirme en la naturaleza. Adoro el silencio. Doy un paseo por el jardín y luego ya entro en casa para desayunar con tranquilidad. Mientras lo hago leo la novela con que esté en ese momento, no lo puedo evitar.
Me arremango y me meto en el despacho, que es inmenso y ocupa unos 100 metros cuadrados. Trabajo hasta las cuatro de la tarde de un tirón, para no perder el tono de la escritura y las voces de los personajes. Si estoy con el primer borrador de una novela, escribo de lunes a domingo, me da igual que sea Semana Santa, Navidad o verano. Luego retomo el trabajo y sigo otras tres o cuatro horas. Por lo general tardo entre año y medio y dos años en escribir una novela. Y si estoy de promoción, puedo tirarme cuatro años de gira, como ha sucedido con la trilogía de 'La ciudad blanca', periodo en el que he compaginado presentaciones con escritura
Practico el pilates con máquinas tres días a la semana. Estoy tantas horas al día en una posición sedentaria y con los hombros contraídos que tengo la espalda destrozada. Los estiramientos son para mí muy necesarios.
En mi estudio tengo una mesa inmensa de madera de secuoya y detrás un gran panel donde voy poniendo con chinchetas todas las imágenes que me ayuden a meterme en la novela. Coloco fotos de los personajes, a veces incluso con su indumentaria, como la de Ricardo Corazón de León, para hacerme una idea de cómo era su cota de malla o el uniforme de los Capetos. En cada novela uso los cinco sentidos. Para escribir 'Aquitania' visité Poitiers, la ciudad en que nació, fue coronada y estableció su corte la protagonista de mi libro, y la abadía de Fontevraud, donde murió. Me traje un montón de hierbas para hacer infusiones, a veces rescatadas de jardines aquitanos que tenían nombres como 'Ildegarda de Binge', 'Leonor' o 'Elixir de amor'. Todo me olía a pura Edad Media.
Leo entre dos y tres horas antes de irme a la cama. No sé si es ocio o trabajo, pero, en cualquier caso, para mí son dos cosas que están bastante unidas. Y es que al leer no puedo dejar de analizar los puntos de giro de la historia o su tipo de estructura.
Para superar una dificultad, lo que hago es escribir de ella. Es un desahogo. Estoy acostumbrada desde los 14 años a pensar escribiendo, lo que hasta cierto punto representa una dependencia. Si hay algo que me preocupa o que tengo que resolver, trato de poner mi mente en orden escribiendo. Luego destruyo todas las páginas en una trituradora de papel.
Mi libro más preciado es una edición de 1970 de 'Rimas y leyendas', de Gustavo Adolfo Bécquer, que era de mi padre. 'Maese Pérez, el organista' me recuerda mucho mi infancia, los viajes que hacía con mi padre, quien estudió hasta quinto de Teología, pero después no quiso ordenarse y se salió del monasterio. Era de Zamora y nos educó de una manera muy cultural. Cada año viajábamos por una provincia, casi siempre de Castilla y León. Como mi padre había sido fraile, tenía mucha mano y visitábamos abadías y conventos, de modo que accedíamos a sitios impensables. Vi las Glosas Emilianenses de niña en el Monasterio de San Millán de la Cogolla. Eran libros inmensos: cada página estaba confeccionada con piel de un ternero nonato. Era maravilloso. Una reliquia de mil años.
Aunque haya ganado el Planeta no voy a perder del todo el anonimato. Como ahora vamos todos con mascarilla, es más difícil que me reconozcan. Aun así, la gente me identifica por la calle, me saluda y da la enhorabuena. Al vivir en una ciudad mediana como Alicante voy a estar más protegida. Hasta los 15 años viví en Vitoria, y de los 15 a los 21 en Alicante. Regresé a Vitoria para hacerme cargo de una óptica y luego volví a Alicante para dirigir 14 ópticas y un equipo de 74 personas. Todo eso con solo 27 años. Siempre digo que soy 'vitocantina'; estamos vinculados a las dos ciudades, aunque mi marido y mis hijos son alicantinos.
Tocar la guitarra y subir al monte son dos de mis aficiones favoritas. Antes de la pandemia, pasara lo que pasara, quedaba todos los jueves con mis amigas para ir al cine, y lo mismo hacía con mis compañeros de universidad para tomar un café cada dos semanas. Luego vino el confinamiento y llevamos ya un año sin vernos porque la mujer de uno de ellos está embarazada y conviene tomar precauciones. No obstante, como hicimos una promesa, tomamos café cada uno en su casa, reunidos de manera virtual. En verano tomamos helado u horchata y en invierno café.
Ahora mismo me iría de vacaciones a Galicia; la echo mucho de menos. Me encanta viajar. De los sitios a los que voy conservo tazas de cada ciudad. Así, cuando desayuno, tengo un recuerdo de los puentes de Maine, las torres de Dubái o las vistas de París, Londres y Venecia.
Me encanta ver series. Narrativamente se están haciendo cosas muy interesantes. Lo que más me ha gustado últimamente ha sido 'Gambito de dama', 'Normal People', 'Peaky Blinders', 'La casa de las miniaturas' y series históricas que tengan que ver con la política como 'The Crown'.
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