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María Belmonte nació en Bilbao y ahora vive cerca de Barcelona. Estudió Historia y Antropología, se doctoró con una tesis sobre historia de las religiones y ha publicado libros en los que muestra su amor por los mitos clásicos y la cultura del Mediterráneo ('Peregrinos ... de la belleza' y 'En tierra de Dioniso') y viaja por la costa vasca de la mano de Austin, Darwin, Goethe, Hugo y Aristóteles ('Los senderos del mar', todos publicados por Acantilado). Desde esa perspectiva, habla de momentos de deslumbramiento en ciertos lugares y relativiza los daños causados por el turismo masivo.
- ¿Se entiende el mundo de hoy sin la cultura mediterránea, su Historia, sus héroes y mitos?
- Yo diría que no, sencillamente porque el mundo greco-latino, lo que llamamos la cultura Clásica, constituye el pilar de la civilización de Occidente. Nuestras leyes y nuestra política, nuestro arte, nuestra filosofía, nuestra literatura, nuestras técnicas de construcción... se gestaron a orillas de ese mar, en el mundo griego y romano. De un modo u otro, siempre están y estarán entre nosotros inspirándonos. Pienso que sigue vigente lo que escribió Virginia Woolf, en su ensayo 'On not knowing Greek' (1925): «Regresamos a los griegos cuando estamos cansados de la vaguedad y de la confusión de nuestra época...» Y se podría añadir que la épica, la lírica, la tragedia y la comedia griegas contienen todo lo que hay que saber sobre las conmociones de la vida humana.
- Cada vez se reivindica en mayor medida la presencia en Occidente de otras culturas y nos acusan de etnocentrismo.
- El fenómeno de la globalización es relativamente reciente. Hace diez o quince siglos, los habitantes de Europa apenas tenían conocimiento de la existencia de otras culturas. Lo más habitual era no abandonar nunca tu ciudad o tu pueblo. Ahora nuestro mundo se ha ampliado y al mismo tiempo se ha hecho muy pequeño. Podemos volar en horas a la otra punto y expresarnos en una lingua franca: el inglés. Europa se ha llenado de habitantes de otras culturas y países por las migraciones debidas a guerras o a la emergencia climática. En ese sentido, nuestro mundo se ha enriquecido y vuelto más complejo, pero también han surgido nuevos y graves conflictos.
- La Historia está arrinconada en la escuela, los héroes y los mitos no dicen nada a los jóvenes. ¿Qué consecuencias tiene esto?
- Los mitos y los héroes se van renovando con el paso de las generaciones pero, si nos fijamos bien, los dioses y los héroes de todas las épocas siempre comparten las mismas características: son inmortales y tienen poderes sobrenaturales. En ese sentido, los héroes y heroínas de Marvel se parecen mucho a los griegos y romanos en todas las cosas fabulosas que pueden hacer. También es normal que perdamos las claves para comprender el arte de otras épocas.
- Ahí está el problema.
- Si vas a un museo y encuentras un cuadro titulado 'Diana y Acteón', para entenderlo tendrás que haber leído 'Las Metaformosis' de Ovidio, un libro que llegó a ser tan popular en el Renacimiento que ha dado lugar a miles de pinturas que abarrotan nuestros museos. Pero también está la curiosidad. Si el cuadro te gusta, quizá busques rápidamente en tu teléfono la dramática historia del pobre Acteón.
- Este problema afecta a las religiones. Muchos jóvenes no son capaces de entender el arte anterior al siglo XIX, donde tantos dioses y mitos tienen su reflejo.
- Yo estudié en un colegio de monjas hasta que me liberé y fui al Instituto en Bilbao, por eso conozco las historias y mitos del cristianismo, las vidas de los santos… algunas de las cuales son realmente alucinantes. Pero mis padres nos regalaron una enciclopedia infantil y uno de sus tomos era sobre Mitología griega y romana. Fue entonces cuando comenzó mi idilio con el mundo clásico. Con la secularización los jóvenes actuales desconocen muchas de esas historias, pero es el signo de sus tiempos y no creo que estén demasiado afectados por ello. Sencillamente, lo reemplazarán por sus propios mitos. Y cuando acudan a los museos y vean esos cuadros de santos asándose en una parrilla, o todas esas historias tan 'gore' que se supone eran edificantes, les darán su propia interpretación.
- Luego dejamos que Hollywood nos cuente esas historias, a su manera, claro.
- Sí, y el llamado cine 'peplum' me parece un género delicioso que durante los años cincuenta y sesenta popularizó las historias de héroes griegos y romanos, pero luego se atrevió también con otras del cristianismo como 'Ben Hur', 'Espartaco', etc. La fascinación por aquel mundo sigue vigente como lo demuestra 'Gladiator' de Ridley Scott, que recibió cinco Oscar. Los gladiadores y los antiguos romanos nos siguen gustando mucho. Y lo avala el hecho de que desde el año 2000 se hayan filmado más de treinta películas basadas en el mundo clásico, como 'Alejandro Magno' de Oliver Stone.
- Hablemos de la democratización de los viajes. El turismo masivo puede dañar los lugares visitados, pero tampoco es defendible que solo pueda viajar gente pudiente. ¿Qué hacemos?
- Los viajes organizados comenzaron a mediados del siglo XIX y Henry James ya se quejaba a principios del XX de que los hoteles de la Riviera estuvieran llenos de ingleses tuberculosos y las pensiones de Florencia, abarrotadas de viajeros del norte. Imagine si asomara ahora la cabeza. Pero le contaré una cosa. Hace unos días viajé a Roma con dos amigos. Aterrizamos de noche, con viento, lluvia y mucho frío. Cogimos el tren a Termini y de allí el metro a Colosseo, donde teníamos un apartamento. Al salir a la calle, la puerta estaba colapsada por vendedores de paraguas y gente que no se atrevía a lanzarse a la inclemente noche. Asomé la cabeza, y allí estaba el Coliseo, iluminado en la noche, bajo la lluvia. Entonces me di cuenta de que estaba en Roma y que Roma es un lugar único y maravilloso, bajo cualquier clima y circunstancia.
- ¿Los erasmus de hoy, o quizá los 'interraíles', son la versión popular del 'grand tour' de los jóvenes aristócratas del XIX?
- Los jóvenes ahora no viajan exclusivamente para contemplar la belleza del legado grecolatino, pero también les puede llegar a calar muy hondo. Conozco personas (ya no son tan jóvenes) que acudieron a Samos a estudiar Matemáticas por ser esa isla la cuna de tantos genios como Pitágoras y Aristarco o que volvieron transformados por estudiar en Bolonia; u otros que se enamoraron de Salamanca y se quedaron a vivir allí. Como siempre, todo depende del humus que lleves dentro de ti, eso es lo que te permitirá que tu mirada sea más o menos amplia.
- ¿Se aprecia mejor la belleza de un lugar conociendo su historia o da igual llegar sin información y con los sentidos bien abiertos?
- En mi libro 'Peregrinos de la belleza' hablo de momentos en que la emoción estética se apodera de ti y por unos instantes, mágicos y únicos, pierdes la sensación del espacio y el tiempo. Lo viví en Florencia, ante el Duomo. Yo era jovencita y me recuerdo rodeada de amigos que solamente pensaban en encontrar un lugar para devorar una pizza. No tenía mucha información sobre aquel edificio, aquel monumento renacentista, todo fue inesperado y de ahí su valor. Simplemente levanté la mirada y me encontré por primera vez ante la belleza en estado puro. Fue una experiencia que jamás olvidaré.
- ¿En qué otros lugares le ha pasado algo similar?
- (Risas) A veces me han hecho la pregunta de forma mucho más directa, pero tampoco imagine que voy por ahí perdiendo continuamente la cabeza. Son experiencias infrecuentes y que han sido narradas por montones de viajeros por Italia y Grecia. Debe de ser que el paisaje greco-latino y su legado nos habla directamente al inconsciente. El novelista estadounidense Don de Lillo, que vivió un tiempo en una isla griega, cuenta que mientras caminaba por un acantilado 'sintió' que él ya había vivido en aquel lugar, que pertenecía a aquel lugar. Se tienen que dar una serie de condiciones, como estar solo, en silencio y dejar que el lugar o el paisaje entre en ti, se apodere de ti. Alguien que expresó muy bien este tipo de experiencias fue la escritora Vernon Lee, que las llegó a denominar como 'mes amours de voyage'.
- ¿Se experimenta una sensación así solo ante un edificio, o también en una taberna ante un vino local, o en una vieja casa de comidas ante una musaka hecha por una cocinera igual que la hacía su bisabuela?
- Más que con el vino y la comida ese tipo de experiencias estéticas están relacionadas, creo, con la música, que también puede deparar a quien la escucha momentos de profunda emoción y arrebatarnos durante unos instantes. En relación con la comida y el vino recuerdo una experiencia maravillosa hace años en Umbria. Estábamos en un restaurante al aire libre, era una noche de verano y a nuestro alrededor titilaban las luces de los pueblos. Asís estaba muy cerca. En un momento dado, salió el cocinero y de la manera más inesperada se puso a hablar de filosofía con uno de los comensales de nuestra mesa mientras se mesaba muy serio la barbilla. La cena, el vino, el paisaje y la compañía… todo contribuyó a que aquel momento fuera perfecto e inolvidable.
- ¿La belleza de esos lugares cargados de historia se percibe también mediante otros sentidos diferentes de la vista?
- Se experimenta con todas las células de nuestro cuerpo, como el amor, de ahí su intensidad.
- Las ruinas tienen mucha poesía, ha dicho. Pero hay países como Alemania que lo reconstruyeron todo tras la guerra. ¿Usted habría dejado las ruinas?
- Creo que hay ruinas y ruinas. Está el Coliseo que fue destruido por los ostrogodos y luego saqueado durante siglos por los romanos para construir sus villas y sus casas. Y sigue impresionándonos con la grandeza que emana. Pero dejar las ruinas de ciudades como Londres, Berlín o Dresde, destruidas durante la Segunda Guerra Mundial, no tiene sentido. Debían ser reconstruidas y eso fue lo que se hizo para pasar página y construir una nueva Europa.
- ¿Qué nos sitúa mejor ante un viaje: una buena guía, un ensayo sobre el país o una novela que transcurra en el lugar?
- Creo que cuanto más sabemos de los lugares más preparados estaremos para disfrutarlos. Pero no hay ninguna receta sobre cómo lograrlo. Stendhal, por ejemplo, en sus 'Paseos por Roma' recomienda dejarse llevar de la intuición y el estado de ánimo del día para dirigirte a un lugar o a otro, mientras que Goethe en 'Viaje a Italia' se muestra más partidario de saberlo todo y de verlo todo.
- ¿Y qué nos enriquece más: leerlos antes de ir o después?
- Se establece un diálogo entre el viajero y el lugar o la obra de arte, y como tal, la experiencia de cada persona será diferente. Para mi último libro, 'En tierra de Dioniso', me documenté bastante antes de viajar por la Macedonia griega, porque era una zona de Grecia que yo desconocía. Digamos que antes de ir ya sabía qué lugares deseaba visitar pero la mayoría de las veces, cuando estaba físicamente allí, los lugares se manifestaron de una forma muchísimo más rica de cuanto hubiera podido imaginar. Dialogar con los lugares son las divinas recompensas del viajero.
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