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'Matar, amar' es la primera novela de Emilio Alfaro, una referencia del periodismo en el País Vasco, que se adentra en la narrativa de los conflictos morales universales, representados con el telón de fondo del terrorismo. Alfaro, veterano de las redacciones de 'El Correo' ... y 'El País', además de su paso como responsable de comunicación de la Presidencia del Gobierno Vasco -tanto con José Antonio Ardanza como con Patxi López-, aprovechó su jubilación para intentar el desafío de la literatura de largo aliento.
Su desembarco en el mundo de la ficción se produce con una obra que se adentra en el drama de un terrorista arrepentido que se enamora de la viuda de un hombre al que asesinó y debe enfrentarse a cuestiones como la redención, la confesión o el ajuste de cuentas con el pasado.
-Su obra tiene el halo de los grandes dramas clásicos.
-Es una novela de personajes y de conflictos morales. En cierta forma, es una especie de tragedia griega inserta en la tragedia doméstica que hemos sufrido en Euskadi. Desde hacía tiempo me acompañaba una chispa, una intuición, sobre qué pasaría si un terrorista arrepentido de su pasado se enamora de la viuda de su víctima. A partir de ahí he montado la novela.
-'Matar, amar' es una demostración de cómo los conflictos locales encierran los grandes dramas de la humanidad.
-Eso es lo que pretendía. Por eso no utilizo la palabra ETA y en su lugar hablo de la organización, por ejemplo. He querido que los aspectos topográficos no distrajeran del tema central: el conflicto moral. Esta historia ocurre aquí, en el País Vasco, pero puede ser entendida por alguien que llegue por primera vez a un tema como ha sido el del terrorismo de ETA. Es una trama que, después de todo, sucede en lugares donde la violencia se ha convertido en una maldición.
-Pero también es muy precisa con los detalles de lo que ha supuesto el terrorismo en Euskadi.
-Quería que la trama fuera verosímil. He utilizado materiales de lo que había sucedido en el País Vasco, procedentes de mi trabajo de periodista, pero también de libros como los de Florencio Domínguez. Pero no me he documentado expresamente porque tampoco quería que me influyera. De hecho, tengo pendiente ver la película 'Maixabel'. Un momento importante de 'Matar, amar' es la relación entre la víctima y el verdugo y no quería que la obra de Icíar Bollaín me marcase.
-Tiene la valentía de asumir el reto de ponerse en la piel de un terrorista arrepentido.
-La novela tenía dos grandes desafíos. En primer lugar quería desarrollar esa idea que me acompañaba desde hace tiempo, pero también ver si era capaz de montar una historia que dibujase a dos personajes: Luke y Marisol. El primero es el terrorista que entra en la organización por la presión ambiental, por ser reconocido en la cuadrilla, por hacerse valer. Para mí era un reto darle credibilidad y, sobre todo, carne. Sin embargo, el personaje de Marisol me resultó más difícil. Tenía que ponerme en la mentalidad de una mujer y además una mujer víctima.
-Uno de los hallazgos de la novela es esa relación entre los protagonistas, marcada por unos hechos en cierta forma secretos pero de los que el lector es plenamente consciente.
-El problema de Luke es que, una vez que llega al verdadero arrepentimiento, tiene que encontrar la valentía para ir más allá y dar el paso de la confesión. Ese es el dilema al que se enfrenta. Tiene que reparar algo que cometió, pero hablar de ello le puede llevar de nuevo a la cárcel. Entonces surge el azar, se enamora de la viuda de su víctima y llega a compartir vida con ella y su hijo. En cierta forma, suplanta a la persona que mató. Cree que el amor puede otorgarle una redención, pero sabe que es muy difícil si no cuenta todo lo que sucedió en el pasado.
Ir al grano
-En la actualidad existe un debate sobre los más de 300 atentados sin resolver cometidos por ETA. Su novela sí reflexiona sobre el silencio de quienes se niegan a colaborar en la resolución de esos crímenes.
-Hace falta mucha valentía para reconocer que te equivocaste y además para asumir que lo que hiciste tiene un coste. Que te has destrozado la vida y se la has destrozado a los demás. A veces, ese olvido es el problema del fin de estos periodos violentos. Para las víctimas es muy doloroso no tener reparación, pero para los verdugos... es difícil saber qué pasa por sus conciencias.
-Pero en su novela se atreve a indagar en ese terreno.
-He intentado individualizar lo que supone matar, arrebatar una familia, un proyecto de vida... hay que tener mucha empatía. Yo siempre he sido muy amigo de meterme en líos y en los años 90 acudí a algunas reuniones organizadas por Elkarri. Una de ellas era un debate con familiares de presos de ETA. Y terminé descorazonado. Te explicaban sus penalidades y yo podía entender lo que tenían que vivir. Pero, pese a esa sensibilidad tan acusada para sus cuestiones, eran incapaces de ponerse en el lado de las personas a las que había matado su hijo. Yo podía entender su sufrimiento, pero no veías en ellos ni el más mínimo rasgo de compasión.
-Se suele hablar de la diferencia entre los escritores, digamos clásicos, y los procedentes del periodismo. En su obra se ve el impulso de querer ir al grano y situar al lector en el centro.
-Soy hijo de mis lecturas y a mí me gusta la literatura bien escrita que cuente historias que emocionan. Te doy la razón en que la profesión de periodista te hace ir más al grano. Yo admiro mucho a los escritores de estilo, que juegan con el lenguaje, pero esa no es mi elección. He querido hacer literatura pero siempre al servicio de la historia.
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