Hubo un momento en la historia en que el mundo entero miró a España. Desgraciadamente, ese momento fue la Guerra Civil. La contienda, que en el extranjero se contemplaba como el preludio de otra gran guerra mundial, motivó a miles de personas de todos los ... rincones del planeta a coger un tren o un barco y plantarse en un país perdido y pobre donde confluían las ideologías (fascismo, comunismo, democracia e incluso anarquismo) y comenzaba a jugarse el futuro político de la humanidad.
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Aunque los focos se los han llevado los norteamericanos y los británicos, entre las más de 90 nacionalidades de los brigadistas había iraníes, iraquíes, egipcios, sirios o sudafricanos. Aquellos hombres y mujeres conformaron las legendarias Brigadas Internacionales. El periodista de 'The Guardian' e hispanista británico Giles Tremlett (Plymouth, 1962) ha sido el primer historiador en consultar el archivo de Moscú, que guarda 500.000 documentos relacionados con aquel cuerpo de combate. Publica ahora sus hallazgos en 'Las Brigadas Internacionales' (Debate).
Estas unidades estaban compuestas por 35.000 soldados y fueron jaleadas desde el primer momento por la propaganda republicana, por su valor en la lucha, pero también por su potencial capacidad para movilizar a los Gobiernos democráticos, que se habían declarado no intervencionistas. «En las Brigadas había de todo, desde elementos supermotivados políticamente hasta aventureros y parados que buscaban algo que hacer. Pero la mayoría eran antifascistas que venían a España a librar la primera batalla de la Segunda Guerra Mundial y que veían la política de no intervención como una catástrofe», explica Tremlett.
Entre aquellos idealizados combatientes, sin embargo, no todos eran unos santos. «En un ejército de 35.000 personas también hay psicópatas y violadores. Pero tampoco todos eran unos estalinistas asesinos que vinieron a España a comenzar la revolución porque, de hecho, la Unión Soviética pidió a sus hombres que se centraran en defender al Gobierno de la República», resume el historiador, que sí valora el «sacrificio» de los extranjeros. «Según cálculos conservadores, una quinta parte de ellos murió en España», recuerda.
Militarmente, las Brigadas Internacionales jugaron un papel destacado, pero aquí, otra vez, debe huirse de las exageraciones, cree Tremlett. «Al principio, en noviembre del 36, sobresalieron en la defensa de Madrid, en la carretera de La Coruña, en Ciudad Universitaria, en Guadalajara y en el Jarama. Pero la propaganda los encumbró como los salvadores de Madrid, y tampoco fue así. Fueron importantes, como lo fueron los madrileños o los asturianos que bajaron a la capital. Luego se convierten en una fuerza de choque más, aunque tienen momentos heroicos en Belchite y en la batalla del Ebro», subraya Tremlett.
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Con la guerra deslizándose hacia el lado del Ejército de Franco, la República, encabezada por Azaña y Negrín, se marcó otro objetivo: prolongar la contienda todo lo posible para intentar enlazarla con un más que probable conflicto mundial que, ahí sí, no permitiera a las democracias liberales ignorar lo que estaba ocurriendo en España. «Este punto lo tenían muy claro las Brigadas Internacionales, y su lamento es que solo les faltó aguantar cinco meses más», cuenta el autor.
Los republicanos perdieron la guerra, pero cree Tremlett que, en realidad, ganaron la causa por la que vinieron a España a luchar: la destrucción del fascismo. Además, las Brigadas Internacionales «fueron una cantera de élites tan potente como cualquier universidad de la costa este de Estados Unidos, Oxford, Cambridge, en Gran Bretaña, o las 'Grandes Écoles' francesas», asevera Tremlett. «Grandes políticos e intelectuales como el que sería canciller alemán, Willy Brandt, el primer ministro de la India independiente, Jawaharlal Nehru, o la filósofa francesa Simone Weil vinieron a mirar, aprender o participar», corrobora.
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Por no hablar, claro, de la literatura que dejó la experiencia de las Brigadas Internacionales. El historiador destaca que Ernest Hemingway ('Por quién doblan las campanas'), André Malraux, George Orwell ('Homenaje a Cataluña') y John Dos Passos «vinieron a admirarlos o a contribuir a la misma lucha», y algo parecido sucedió con la fotografía, gracias a figuras como Robert Capa o Gerda Taro.
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