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Rudolf Höss fue ahorcado el 16 de abril de 1945, hace 75 años, en el propio campo de la muerte que dirigió y en el patíbulo que él ordenó construir. Protonazi, miembro del partido desde 1922 y de las SS desde 1934, Höss creó el ... campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau y lo dirigió de 1940 a 1944. Inspector de otros campos letales como Bergen-Belsen o Ravensbrück, detenido por el ejército británico en 1947, testificó en el juicio de Núremberg y fue condenado por el Tribunal Supremo polaco. Entre su captura y su ejecución escribió 'Yo, comandante de Auschwitz', insólito libro prologado por Primo Levi que ahora rescata Arzalia Ediciones. Es un autorretrato de la fiera que odiaba a los humanos y amaba a los caballos.
Descatalogado desde hace años, es el sorprendente testimonio en primera persona de un genocida cuyas víctimas se cuentan por millones y «una referencia inexcusable para entender el Holocausto», según dice su editor, Ricardo Artola. «El libro muestra con qué facilidad el bien puede ceder al mal, ser asediado por este y, finalmente, sumergido, para sobrevivir en pequeñas islas grotescas: una vida familiar ordenada, el amor a la naturaleza y un moralismo victoriano», escribe Primo Levi.
«Después de leer a Höss, negar el Holocausto no solo es inmoral sino estúpido. Aquí no caben interpretaciones porque el culpable confiesa el delito», destaca Artola. Y es que Höss narra su vida y sus atrocidades al frente del mayor campo de exterminio en un texto «macabro, pero históricamente importante», cuyos derechos se destinan al fondo creado para los escasos supervivientes de Auschwitz.
Juzgado por la aniquilación de más de tres millones de personas, Höss interrumpió al fiscal para precisar que «sólo fueron dos millones y medio». «El resto murió por enfermedad o hambre», precisó sin inmutarse. Él diseñó, dirigió y perfeccionó el campo de exterminio más tenebroso del nazismo, pero creyó que saldría impune. Como tantos jerarcas nazis, esquivó inicialmente a la justicia aliada tras la guerra y creyó que pasaría el resto de su días cultivando la tierra en Sudamérica.
Calmaba su conciencia montando a caballo. «Cuando el espectáculo del trabajo me trastornaba demasiado, no podía volver a casa con mi familia. Hacía ensillar mi caballo y, cabalgando, me esforzaba por liberarme de mi obsesión. Cuando me invadía el recuerdo del exterminio salía de casa. No podía permanecer rodeado por mi familia», escribió en sus memorias el genocida que quería ser un ejemplar padre de familia con cinco hijos: tres varones y dos mujeres.
Cuando una patrulla aliada lo localizó, dijo llamarse Franz Lang, ser un campesino y no entender de qué le acusaba. Un soldado le quitó la alianza en cuyo interior estaba grabado su auténtico nombre, el de su esposa y la fecha de su boda. Soldados judíos quisieron lincharlo. Un oficial lo evitó para que la fiera de Auschwitz fuera juzgada por sus crímenes.
Nacido en 1901 e hijo de un católico estricto, su destino era el seminario. Pero con 13 años en una pelea empujó escaleras abajo a otro crío que se rompió el tobillo. Höss confesó su pecado ante el cura y calló en casa. Tras la misa dominical su padre le dio una paliza y le castigó con severidad. Supo que el sacerdote había violado el secreto de confesión y cambió su destino.
Un año después falseó su edad para ingresar en el ejército alemán y combatir en África en la Primera Guerra Mundial. Tras la derrota alemana evitó ser apresado por los ingleses y se las ingenió para regresar a Alemania antes de cumplir 18 años. Con 22, e integrado en el grupo de Heinrich Himmler, asesinó a un profesor. Condenado a 10 años de cárcel, se benefició de una amnistía en 1928. Subió en la jerarquía nazi con Himmler y en 1934, como activo miembro de las SS, era Blockführer en el campo de Dachau, entonces una barraca con centenares de detenidos. Destinado luego a Sachsenhausen, dos años después era comandante de Auschwitz, campo que transformó en un gigantesca factoría de la muerte para no defraudar a sus superiores. Quería que «fuera eficiente» y amplió las instalaciones, impuso el trabajo esclavo y eliminó a los más débiles.
Se ganó a pulso su apodo: el animal de Auschwitz. Cuando la 'solución final' ordenó el exterminio de todos los judíos, Höss «optimizó» sus recursos con fusilamientos masivos y usando el letal gas Zyklon B. «Desde que las víctimas morían en las cámaras de gas, la vida en el campo cambió: ya no teníamos que soportar esos terribles baños de sangre que provocaban los fusilamientos», escribió.
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