«La psiquiatría fue otro abrazo del nacionalcatolicismo». Así lo asegura Almudena Grandes (Madrid, 1960), que publica en febrero de 2020 el quinto de sus seis 'Episodios de una Guerra Interminable', la galdosiana aventura narrativa con la que lleva comprometida una década. 'La ... novia de Frankenstein' (Tusquets) se titula esta entrega que recrea los oprobiosos 50, años de plomo de la dictadora, y en la que explora unos abusos psiquiátricos de los que las mujeres fueron víctimas propiciatorias.
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No en vano, Grandes dedica su novela «a todas aquellas mujeres que no pudieron atreverse a tomar sus propias decisiones sin que las llamaran putas». Aquellas «que pasaron directamente de la tutela de sus padres a la de sus maridos, que perdieron la libertad en la que habían vivido sus madres para llegar tarde a la libertad en la que hemos vivido sus hijas». Habla de ellas a través de la relación entre un psiquiatra que regresa del exilio, una célebre paciente y una humilde enfermera criada en el siniestro manicomio femenino en el que ambienta la historia.
La inspiradora la novela es Aurora Rodríguez Carballeira (1879-1956), la madre de Hildegart, el genio al que crió, formó y asesinó en 1933, cuando comprendió que no podría controlarla. Aurora y su crimen, que dieron pie a novelas, ensayos, estudios y películas, «llevaba treinta años dando vueltas en mi cabeza». «Es un personaje extraordinario: culta, inteligente, rica y paranoica, sabía mucho más que los psiquiatras que la trataban y que se reían de ella», explica Grandes.
Admite que desde muchas perspectivas «puede parece un monstruo», sobe todo por tirotear a su hija, pero se centra en otro perfil. «Me interesa tanto que no he conseguido odiarla. Su paranoia es más fascinante que odiosa, dice de la parricida, ingresada durante 33 años en el manicomio para mujeres de Ciempozuelos tras acribillar a «quien debía ser el modelo de la mujer del futuro».
«Nadie quería reconocer la existencia del manicomio, y por añadidura la de las mujeres allí recluidas, cuya voluntad se anulaba». «Quería contar una época desde los márgenes del margen, hablando de aquellas pacientes que, literalmente, no existían». Unas enfermas que, en muchos casos lo eran solo nominalmente, «ya que a menudo eran 'aparcadas' en este centro por unos maridos infieles que encontraron en la locura un modo de quitárselas de encima, convirtiéndolas en imbéciles legales e incapacitadas jurídicamente para disponer de sus vidas».
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Un síntoma más de la férrea represión nacional católica «que en los años 50 llegó a su máxima expresión». «Los 40 fueron feroces y terribles con hambre y miseria, pero fue en los desesperanzados y silenciosos 50 cuando se comprendió que había Franco para rato; que podría morir en su cama, como acabó ocurriendo». «Entonces el terrorismo no consistía en los registros, las sacas y los fusilamientos. El Estado y la Iglesia habían fortalecido sus alianzas e intervenían en las vidas haciendo que todo fuera pecado, que los pecados fueran delitos, y que el pecado fuera incluso más grave que el delito», denuncia la escritora.
Eran tiempos «en los que llevar manga corta e ir sin medias era pecaminoso». No cabía hablar de feminismo, ya que las referencias a Concepción Arenal y otras pioneras en la lucha por la igualdad estaban enterradas por el régimen y condenadas por la iglesia. «El único feminismo era el de la Sección Femenina de Pilar Primo de Rivera, cuyo patrón era el de unas mujeres devotas y sumisas que parían como conejas».
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Muchas mujeres fueron víctimas de un perverso sistema psiquiátrico aliado con el régimen militar y eclesial. «La psiquiatría fue el otro brazo armado del nacionalcatolicismo. Tiene mucho que ver con el alma, con las emociones; fue lo que hoy llamaríamos un área estratégica para la expansión del régimen».
Dos de los máximos exponentes de aquella tiranía psiquiátrica fueron el coronel Antonio Vallejo Nájera y el miembro del Opus Juan José López Ibor, que curaba la homosexualidad con lobotomías. El eugenesista Vallejo Nájera, «gran ideólogo del franquismo», defendió la existencia del 'gen rojo', «ligado a la inferioridad mental y al marxismo», dice Grandes. Había que «extirpar» ese gen marxista para fortalecer España, bien fusilando a su portadores, bien robándoles los hijos para entregarlos a familias de bien adictas al régimen, de manera que ese supuesto 'gen rojo' validó la represión.
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«Era enemigos íntimos en la lucha por el poder, pero perseguían lo mismo«, dice Grandes. Un poder que ejercieron haciéndole la vida imposible a los psiquiatras entonces disidentes como Carlos Castilla del Pino, que inspira en parte al psiquiatra de ficción de la novela, Gaspar Velázquez, «que elige regresar de la civilizada Suiza a lo peor de la dictadura». «En literatura los problemas son a veces las oportunidades», dice la autora, que encontró la suya en la introducción de un medicamento, la clorpromazina, que justifica la vuelta a Madrid de Velázquez para dirigir un ensayo clínico con el primer narcoléptico capaz de atenuar los síntomas de la esquizofrenia.
Brillante heredera de Benito Pérez Galdós, encaja la escritora con una sonrisa la broma de ser saludada como doña Benita Grandes Galdós. En el año del centenario del novelista, está mas que orgullosa de la comparación. «Mi madre se llamaba Benita, así que hubiera sido fácil compartir nombre con don Benito», explica risueña.
Llega al último tramo de sus 'episodios nacionales' con «energía y muy satisfecha». Ha vendido más de un millón de ejemplares de la serie que comenzó con 'Inés y la Alegría' y que le procuró premios como el Nacional de Narrativa en 2018 por 'Los paciente del doctor García'. «Escribiré la sexta novela como lo proyecté, pero no los estiraré más», dice tajante. Enlazará entonces la resistencia los 50 con la de los 60 años «y será el momento de terminar, porque empieza otro mundo». Su plan es cerrara la saga en 1964, cuando esta madrileña apadrinada por Galdós era una cría de cuatro años.
Hiperactiva literariamente y planificadora, también tiene claro qué hará después. «Tengo pensada una novela con un poco de autoficción, aunque quizá entonces la autoficción ya no esté de moda. Será sobre mis bisabuelos, que a ellos sí que les pasaron cosas de verdad interesantes». Pero no quita ojo de la historia reciente de España, «una mina de oro» para la literatura en un país «que tiene un problema grande con la derecha, que cada vez que pierde el poder se comporta como si se lo hubiesen robado».
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