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Sr. García
La inconfesable aventura de Fischer en Cuba
Cuentos, jaques y leyendas

La inconfesable aventura de Fischer en Cuba

La escritora Mayra Montero cuenta en 'La tarde que Bobby no bajó a jugar' los detalles de su apasionado (y polémico) encuentro con el genio ajedrecista

Manuel Azuaga Herrera

Lunes, 14 de octubre 2024, 17:45

Sostengo desde hace un tiempo que la isla de Cuba, cuna de Capablanca, fue la tierra sagrada de Bobby Fischer. En términos poéticos, lo sigue siendo. Porque sin La Habana no se hubiera dado Reikiavik. En 1966, Fischer tenía 23 años y visitó Cuba, por segunda vez, para participar en la XVII Olimpiada de Ajedrez. Jugó como primer tablero de los Estados Unidos. Hizo tablas con Spassky. Sin embargo, el de Brooklyn fue protagonista de otra partida, más allá de las sesenta y cuatro casillas: una aventura iniciática, carnal y apasionada con una chica cubana a la que conoció en su habitación del Hotel Habana Libre. Por entonces, ella tenía 14 años, aunque la edad en esta historia tiene trampa, como más adelante comprobarán. Hoy, la chica cubana es la escritora Mayra Montero, afincada desde hace décadas en Puerto Rico, desde donde nos cuenta su encuentro con Fischer en 'La tarde que Bobby no bajó a jugar' (Tusquets, 2024), una novela conmovedora, escrita con pulso magistral sobre una línea brumosa en la que la ficción se transforma en recuerdo. Y viceversa.

En las páginas de 'La tarde que Bobby no bajó a jugar' somos testigos de dos enredos, dos líneas narrativas separadas en el tiempo, pero que, bien leídas, se yuxtaponen. Analepsis y prolepsis. Por un lado, viajamos a 1956, año en el que Bobby Fischer, con solo 12 años, pisaba por primera vez suelo cubano. Lo hacía de la mano del millonario filonazi Elliot Lauks, presidente del Log Cabin, un club de ajedrez que el propio Lauks había fundado en el sótano de su residencia, en Nueva Jersey. Otro de los miembros de los «cabañeros» era Norman Whitaker, un abogado con un historial delictivo de película. Y no crean que exagero, sepan que en la cárcel de Alcatraz el tal Whitaker tuvo un desencuentro con el mismísimo Al Capone. La madre de Bobby, Regina Fischer, con buen criterio y recato, decidió acompañar a su hijo. Y es aquí donde Mayra Montero construye una adorable historia de amor entre Regina y Mario Gorski, un relojero de La Habana.

El relojero espiritista

Acudo a la fuente, a Mayra Montero, para saber más sobre esta primera trama: «Te puedo confirmar que el relojero existió. Que físicamente era tal como lo describo, y que vivía con su padre, gran aficionado al ajedrez», me confiesa. «Mi hermana recuerda que Mario era medio espiritista. Contaba que veía a su madre ya fallecida, como con una luz en los pies, moviéndose por la relojería. No tenía ningún hermano, al menos no le conocí ninguno». Mayra subraya este detalle familiar porque en la novela ella inventa a Emanuel, hermano del relojero, un personaje fascinante, alborotador, que está inspirado en el padre de la escritora. «Mi papá no fue un proxeneta, pero sí un tarambana, un jodedor, un muchacho de barrio que conocía a fondo la calle, el mundo de la noche».

El disco de los Beatles

La segunda línea narrativa con la que juega Mayra Montero nos lleva a la XVII Olimpiada de Ajedrez de 1966, como les decía al principio. La fase final del torneo arrancó el viernes 4 de noviembre. Estados Unidos debía enfrentarse a Dinamarca, pero las cosas se complicaron por un motivo que nadie esperaba. Fischer era miembro de la Iglesia de Dios Universal, una congregación que actuaba bajo el influjo de Herbert Armstrong, un teólogo experto en supercherías y profecías bíblicas que anunciaban el apocalipsis. Una de las obligaciones de los discípulos de Armstrong era cumplir el 'sabbat', dedicarlo por completo al descanso, motivo por el que estaba prohibida cualquier actividad desde la tarde del viernes hasta la noche del sábado. Donald Byrne, capitán del equipo estadounidense, propuso cambiar la hora de inicio de las partidas, pero el árbitro de la contienda rechazó la propuesta. La ronda se celebró igualmente (pues cada equipo contaba con cinco jugadores para cuatro tableros), pero Bobby no bajó a jugar.

En paralelo, Mario el relojero convenció a un grupo de muchachas para que consiguieran el autógrafo de Bobby Fischer en un tablero de ajedrez. Si lo lograban, él les daría a cambio el disco 'Rubber Soul' de los Beatles, un álbum clandestino en los tiempos de la revolución cubana. La chica elegida por aquel grupo de amigas para ejecutar el plan fue Mayra Montero, en la novela Miriam Marrero. M.M. en ambos casos. «Es cierto que Mario se empeñó en que Bobby le firmara el tablero», confirma Mayra. «Y también preguntó si viajaba solo o con su madre. A lo mejor, o seguro, porque recordaba que en 1956 Regina estuvo todo el tiempo con el niño, y en realidad era una mujer seductora. No era exuberante ni nada de eso, no era el tipo de mujer que guste a los caribeños, pero Mario era polaco, poco agraciado, poquita cosa. Ese fue el detonante de la historia imaginada».

¿Te enviaron los rusos?

El corazón de la novela, lo jugoso y comprometedor sucede en la habitación de Fischer en el Hotel Habana Libre, donde Miriam (o Mayra, según prefieran) se encuentra, tablero en mano, con un Bobby hercúleo, un «gigante con el torso desnudo y el pantalón del pijama cayéndole bajo el ombligo». A partir de ese instante, el relato nos lleva a otra dimensión en la que Mayra demuestra que sabe aguantar el pulso para contar lo que pasó, sin guardarse nada, a sabiendas de que pone en cuestión marcos y juicios morales. El gigante Bobby, al ver a Miriam, preguntó:

'Did the Russians send you?'

Le pregunto a Mayra cómo se entendieron en la habitación de los hechos. Aunque, a decir verdad, me consta que Fischer hablaba (y bien) español. En 1970, Bobby se expresó con mucha soltura para responder a un periodista de España sobre la necesidad de incluir el ajedrez en las escuelas. «Hablábamos, que yo recuerde, una especie de 'spanglish'», matiza Mayra. «Aparte de que a esa edad, dos muchachos que están solos en una habitación de hotel, con las hormonas revueltas, se entienden en cualquier idioma».

En ese fogoso entendimiento pasaron muchas cosas, pero no les voy a contar nada, entiéndanme. Solo me parece oportuno rescatar dos momentos muy concretos. El primero comienza con esta frase: «¿Qué edad tienes tú?». La pregunta es de Bobby, con ese «tú» final. «Dieciséis. Los cumplí el mes pasado». Porque la edad en esta historia, ya les dije, tiene trampa. El segundo momento es brillante. Ocurre cuando un gran maestro de ajedrez, archiconocida leyenda del noble juego, entra en la habitación de Fischer. «No recuerdo exactamente los detalles, pero estuvo con nosotros y desde luego colaboró con nuestra huida», revela Mayra. Hasta aquí les puedo leer.

Pongamos, eso sí, algo de ritmo y melodía. Que se oiga todo el tiempo. Porque en 'La tarde que Bobby no bajó a jugar' la música suena de fondo y transciende. 'Questo nostro amore', de Rita Pavone, es un tema central, hermoso, una «pieza importante del 'soundtrack' de la melancolía» de Mayra Montero. «Una canción que estoy segura oímos juntos fue 'Two kinds of lovers', de Los Bravos, bellísima. Esa verdaderamente me ponía muy triste». Busco la letra en internet y traduzco como puedo. Ahora entiendo la tristeza.

«Quiero tu amor para el resto de mi vida.

Así que, por favor, dame tu corazón

y verás que nuestro amor está destinado a ser».

Aunque he sido feliz, pienso en ti

Mayra y Bobby Fischer cruzaron sus caminos, experimentaron y conectaron una única vez. ¿Qué hubiera pasado si se hubieran visto de nuevo? «Cuando me hice periodista, aquí en Puerto Rico, y era ciudadana estadounidense, pude haberlo buscado. Pero no lo hice», explica Mayra. Y va más allá: «Tuve otros enamoramientos, la vida fue pasando, y es muy cierto que me acordaba de él, pero fue un poco como si esa historia también se hubiera quedado en Cuba. Hay una canción muy significativa de Mike Porcel, un trovador cubano de mi época, que termina precisamente con esta frase: «… y aunque he sido feliz, pienso en ti'».

Montero reconoce que se han tenido que dar tres condiciones para poder escribir 'La tarde que Bobby no bajó a jugar'. Una: tener una edad. Dos: no tener madre. Y tres: ser viuda. «Estuve casada treinta años, y ni a mi marido se lo conté», admite. «No le hubiera gustado leer esta novela, y teniendo en cuenta que era mi primer lector, no es difícil suponer que le habría hecho pasar un mal rato. Era un entusiasta de mi trabajo periodístico y literario, le divertían mis libros eróticos, pero sabiendo que esta era autobiográfica… imagínate». Renglón seguido, Mayra puntualiza y narra una escena sobrecogedora: «Tampoco es que pensara en escribirla y reprimiera los deseos de hacerlo, es que simplemente no se me había ocurrido antes. Hace dos o tres años lo pensé, fui a la tumba de Bobby y le pedí permiso».

Reikiavik

Mayra Montero ha estado en Reikiavik varias veces, el lugar en el que Fischer se coronó como el mejor jugador del planeta. En su segundo viaje, Mayra se llevó un disgusto tremendo. «Descubrí que la reliquias que se exhibían en el hotel donde Fischer se alojó en 1972 fueron retiradas, nadie sabe por qué ni por quién. Cuando llegué, toda ilusionada, encontré las vitrinas vacías», recuerda. «El encargado de la recepción me vio tan compungida que se ofreció a enseñarme la habitación en la que Fischer se había hospedado. Cuando buscó, descubrió que lamentablemente estaba ocupada. Caminé hasta el bar y me pedí un martini. Pasaban un partido de fútbol por televisión y había un puñado de huéspedes que gritaban los goles y bebían cerveza. Yo, sinceramente, me bebí las lágrimas».

Imagino a Mayra en el bar del Hotel Reikiavik Natura, antiguo Loftleidir, con el martini lleno de lágrimas. Pero algo me dice que no será esta la última escena. Que su pulso seguirá escribiendo sobre esa línea brumosa, a veces juguetona, y que la ficción se transformará de nuevo en recuerdo. Y viceversa.

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