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Gila no sería Gila sin su teléfono. Como Charlie Chaplin y su bastón, Groucho Marx y su puro o Harold Lloyd y sus gafas de montura de carey, el icono del cómico español está inextricablemente unido a su teléfono de marcación de rueda. Al principio ... actuaba solo, de pie delante de un micrófono, pero se sentía incómodo para interpretar sus descacharrantes monólogos. Pese a que tuvo alguna que otra pareja artística como Tony Leblanc o Mary Santpere, la actuación en dúo no acababa de cuajar. Gila solo se necesitaba a sí mismo para hablar con la guerra, con su suegra o el presidente de EE UU. Eso sí, necesitaba que alguien le diera la réplica. Fue entonces cuando tiró del cable y se encontró con el aparato ideal para romper su hieratismo. No fueron pocos los empresarios que le pidieron que usara el móvil, un invento que ya arrasaba a finales de siglo pasado, pero él se resistió con denuedo.
El Espacio Fundación Telefónica de Madrid, que ha vuelto a reabrir sus puertas, ha dado una segunda oportunidad a la exposición 'Gila al aparato', un homenaje al maestro del humor. La muestra se abrió hace meses, pero como todas cerró de repente con la irrupción del coronavirus. Ahora se puede volver a ver el tributo a uno de esos genios que hicieron del absurdo y el disparate sus señas de identidad. Los objetos expuestos no pretenden hacer un recorrido exhaustivo de su vida, pero sí arrojar luz sobre su obra ingente y en cómo innovó en los diferentes ámbitos profesionales en los que estuvo involucrado. Y es que Gila era capaz de imprimir un sello novedoso en todo aquello que acometía.
Aparte de cómico, Miguel Gila Cuesta (Madrid, 1919-Barcelona, 2001) fue actor, escritor, dibujante de viñetas y publicitario casual. De origen humilde, pasó una vida llena de penurias. Sobrevivió al frío en una buhardilla de Madrid con lo justo. Su padre murió cuando él no había nacido, de manera que su madre se convirtió en viuda a los 19 años. Después vino la guerra y se enroló en el bando republicano con 17 años. Fue entonces cuando salvó la vida delante de un pelotón de fusilamiento, suceso que él recreo magistralmente en un escenario: «Me fusilaron mal», contaba. Y era verdad, porque no hubo tiro de gracia y sus ejecutores estaban borrachos. Entre los cadáveres arrumbados había un hombre que se hizo el muerto. Era Gila, quien huyó cargando al otro superviviente de la masacre, el cabo Villegas. En su fuga dejó a unos militares con poca puntería que pasaban el rato comiendo carne de gallina asada en la hoguera.
Pese a que hizo reír mucho a los españoles con sus lances bélicos, a Gila le costó cara su participación en la Guerra Civil desde que fue hecho prisionero por las tropas del general Yagüe. Estuvo encerrado en tres prisiones diferentes, en las de Yeserías, Santa Rita (Carabanchel) y Torrijos, donde coincidió con Miguel Hernández. Su pasado le obligó a cumplir varios años de servicio militar. Con mucho esfuerzo, se fue haciendo un nombre. Su debut en Madrid se produjo en el teatro Fontana en 1951. En esa ocasión salió vestido de soldado de la I Guerra Mundial por la concha del apuntador y preguntó al respetable si aquella era la salida del metro de Goya. Su primer repertorio constaba de tres monólogos: el de la guerra, uno en el que contaba sus experiencias como gánster en Chicago en la banda de Al Capone, y el más revolucionario y surrealista, la historia de su vida: «Cuando yo nací, mi madre no estaba en casa».
El escenario eclipsó al Gila dibujante. Sin embargo, su obra gráfica es admirada y constituye una de sus grandes aportaciones. Publicó en 'La Codorniz' y 'Hermano Lobo', y en su periplo por tierras americanas fundó la revista 'La gallina'. En el cine, participó en 35 películas, mientras que para el teatro llegó a escribir comedias como 'Tengo momia formal', 'Abierto por defunción', y 'Yo encogí la libertad'. Una vez escribió una obra seria y desasosegante junto su mujer, Dolores Cabo, que dejó perplejos a su seguidores. La pieza se llamaba 'La pirueta' y se alejaba del humor del absurdo con que triunfó.
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