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José Luis del Valle, director de la Real Biblioteca del Monasterio de El Escorial. ÓSCAR CHAMORRO

El guardián del tesoro de El Escorial

José Luis del Valle dirige desde hace 30 años una biblioteca que conserva seis mil manuscritos, entre ellos las Cantigas de Alfonso X El Sabio

Domingo, 15 de diciembre 2024, 00:10

La que quizás es la biblioteca más bella de España desprende la magia de la de Hogwarts de Harry Potter y el misterio de la de 'El nombre de la Rosa', pero por aquí no veremos ni libros prohibidos ni textos secretos que matan con su tinta, y sí visitantes que miran boquiabiertos el fabuloso techo inspirado en la Capilla Sixtina. La sala principal de la Real Biblioteca de El Escorial, la joya mejor guardada del monasterio, ocupa un habitáculo rectangular de 54 metros de largo coronado por una bóveda de cañon decorada con frescos que representan en forma de mujeres cada una de las siete artes liberales: Gramática, Retórica y Dialéctica (el Trivium) y Aritmética, Música, Geometría y Astrología (el Quatrivium). Bajo la cúpula quedan perfectamente alineados varios anaqueles de madera que conservan catorce mil volúmenes impresos, casi todos de los siglos XVI y XVII, con la particularidad de que están colocados con el lomo hacia el interior, para lograr un efecto de uniformidad, y con los cantos de las páginas tintados de dorado, lo que acrecienta la sensación de atmósfera regia que se respira en este luminoso lugar.

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La colección allí guardada sólo representa una pequeña parte de los fondos (40.000 ejemplares) que conserva la 'Escurialense' o la 'Laurentina', como también se la conoce. Allí, entre legajos cargados de historia, reina el padre José Luis del Valle (Carrión de los Condes, Palencia, 71 años), prior de la comunidad de monjes agustinos que habita el monasterio, un castellano alto, sabio y frugal que cuadra con la severidad de un monumento tan sobrio y rectilíneo.

Director desde hace tres decádas de la 'Laurentina' y con una sólida formación (estudió en Roma Teología y Ciencias Bíblicas, domina varias lenguas antiguas como el latín, el griego y el hebreo y se defiende en siriaco, un dialecto del arameo), Del Valle explica que los tesoros que custodia son más valiosos por lo selecto que por el número y destaca la colección de manuscritos medievales, unos seis mil -dos mil de ellos en árabe- que se conservan.

Felipe II creó la biblioteca a partir de 1565 adquiriendo personalmente libros «muy escogidos» a destacados humanistas de la época y en compras procedentes de archivos catedralicios y librerías monacales. Los volúmenes abarcaban el saber del orbe conocido y debían cumplir la ortodoxia católica. «Aquí no vamos a encontrar obras de autores filoprotestantes», precisa el prior.

600 investigadores solicitaron en 2023 alguna obra de la 'Laurentina', como también se conoce a la biblioteca

La idea del monarca era levantar la mejor biblioteca posible del mundo y ponerla a disposición de sus súbditos «para estudiar y trabajar». Por eso está considerada la primera biblioteca pública del país. «Felipe II quería tener lo mejor de lo mejor y eso se extiende a sus colecciones de cuadros, de tapices e incluso de reliquias».

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La 'Escurialense' está hecha «a base de muy buenas bibliotecas» y su catálogo antiguo es «único», con sus manuscritos árabes, griegos y hebreos, sus códices áureos y el fondo impreso del XVI, el mejor que se preserva en España.

El lugar guarda otras colecciones curiosas, la más llamativa agrupa los certificados de autenticidad de las reliquias que le enviaban al muy católico Felipe II, tan obsesionado con las cabezas y huesos de santos y mártires que llegó a reunir más de siete mil con sus papeles acreditativos. Todas están catalogados y a disposición de público en la web.

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La joya de la corona

El pasillo central de la nave lo vertebran instrumentos astronómicos, como una esfera armilar, regalo de Fernando de Médici, que se utilizaba para medir la posición de los astros con el detalle de que muestra la Tierra en el centro del universo (como defendía Ptolomeo) en vez del Sol, como siglos después demostró Galileo. También hay vitrinas con reproducciones facsímiles de los libros más valiosos, como un códice con las Cantigas de Santa María, compuestas bajo el mandato de Alfonso X El Sabio (1221-1284), un manuscrito en pergamino iluminado que se considera la joya de la corona. «Tenemos muchas joyas, pero para mí esta es la mejor», afirma Del Valle. «Desde un punto de vista artístico es una obra que supera al resto, diría que entre las más importantes del mundo por su elaboración y ejecución», subraya el prior acerca de este magnífico ejemplar que Alfonso X tuvo en sus manos. «Las cantigas son casi 400 cantos que hablan de milagros de la Virgen que se recogen a mediados del siglo XIII, los traducen al gallego antiguo, los versifican, escriben la música de cada estribillo y al lado dibujan en viñetas el milagro que se relata... todo eso lo convierte en una obra increíble», describe su guardián.

Entre los bibliófilos que solicitan obras (casi 600 el año pasado) hay investigadores interesados en estudiar las ilustraciones de las cantigas por ser representativas de su tiempo y mostrar oficios, vestimentas y detalles arquitectónicos de la época, e incluso de ingeniería naval. «Aparecen 28 tipos de barcos», detalla el librero.

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La colección de manuscritos originales y los 515 incunables (los libros impresos entre 1450, año de la invención de la imprenta, y 1500) se custodian en el Sancta Sanctorum de la biblioteca regia, la antigua ropería de la primera comunidad de monjes, donde se encuentran depositados en «condiciones idóneas». Fueron trasladados a mediados del siglo XIX «y acertaron de pleno» porque la sala conserva una humedad constante y una temperatura que no supera los 20ºC, con lo cual los manuscritos, muchos en pergamino, presentan «muy buenas condiciones». Entre ellos, el más antiguo de todos, una obra del siglo VI escrita con caligrafía uncial (una especie de letra cuadrada), un texto milenario que uno puede imaginar cargado de misterios y cábalas, pero que habla del bautismo de San Agustín. Por si acaso no mojaremos los dedos con saliva para pasar sus páginas.

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