El zurracapote debería ser patrimonio universal
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Registrada como marca comercial es una bebida hermana de la sangría y de larga tradición en La Rioja y Álava, entre otros sitiosAna Vega Pérez de Arlucea
Viernes, 30 de agosto 2024, 00:02
Ojalá alguno de ustedes trabaje en la Oficina Española de Patentes y Marcas (OEPM). Quizás así este artículo pasaría de ser un texto-pataleta a un comentario-denuncia con visos de provocar una actuación administrativa de oficio. A malas, ese hipotético miembro del funcionariado también podría explicar por qué la OEPM ha hecho algo en contra de sus propias reglas: aprobar el registro como marca de un signo genérico.
Según la normativa vigente, no pueden ser objeto de marca los signos (palabras, dibujos, letras, cifras, etc.) engañosos, ofensivos, los de interés público o protegidos legalmente -entiéndase banderas, escudos, denominaciones de origen o indicaciones geográficas- y tampoco los genéricos, que en palabras de la propia OEPM son aquellos que «en el comercio o en el lenguaje corriente han llegado a constituir una denominación necesaria o usual del producto o servicio del que se trate».
Un chocolate no puede registrarse comercialmente con el nombre de 'chocolate' y unas patatas fritas no pueden llamarse simplemente 'patatafrita', ya que eso iría contra la libre competencia al impedir que otros productores usaran el mismo término. Debería ser tan fácil como que al procesar una solicitud de marca, el funcionario o funcionaria de turno acudiera al diccionario de la RAE (¡o incluso a Google!) para comprobar si el término que se pretende proteger es un sustantivo de uso habitual. Tan corriente y moliente como zurracapote, por ejemplo, del que una rápida búsqueda en internet ofrece nada menos que 1.490.000 resultados y que el Diccionario de la Lengua Española define como la palabra usada en Álava, Albacete, Navarra y La Rioja para referirse una bebida refrescante que en otros sitios se conoce como sangría, cuerva o zurra.
A pesar de eso, el 26 de enero de 2020 fue concedida a una empresa guipuzcoana la marca 4025824 consistente en la denominación 'Zurracapote' para distinguir bebidas alcohólicas y sin alcohol. Eso significa que durante diez años (y mientras se le prorrogue en caso de renovación) el titular de la marca tiene derecho a utilizarla en exclusiva para los productos en base a los que se ha registrado. Además, puede prohibir que otros lo usen aplicándolo a productos idénticos o similares. En teoría ni ustedes ni yo podemos ya emplear ese término sin el correspondiente símbolo de marca registrada y mucho menos ofrecer o comercializar zurracapote utilizando esa palabra. Tampoco se puede incluir en otra marca o nombre comercial, así que nadie más podrá vender zurracapote llamándolo de ese modo, sino con una fórmula enrevesada tipo «bebida aromatizada a base de vino, fruta, azúcar y canela».
Imagino que mis lectores riojanos, burgaleses, navarros, vascos y aragoneses estarán ahora mismo haciéndose cruces. En todos esos sitios es popular el zurracapote, que más que primo o pariente cercanísimo de la sangría es total y completamente una sangría.
Aquí hablamos hace tiempo sobre la historia del vino especiado y de cómo el carísimo hipocrás medieval con clavo, pimienta, jengibre, canela y nuez moscada (entre otros exóticos condimentos) dio pie a otras versiones más asequibles y sencillas. La más popular, hecha con vino, limón, canela y algo de miel o azúcar, recibió el nombre común de limonada de vino o limonada vinosa.
A veces rebajada con agua y otras fortificada con licor y trozos de fruta seca o fresca, este bebida sin receta concreta recibió a comienzos del siglo XIX un nuevo nombre llegado de América: sangría. Mientras que algunos lugares adoptaron ese término, muchas regiones españolas conservaron otros vocablos antiguos referidos al mismo brebaje: limonada (Castilla y León), cuerva (parte de Castilla-La Mancha, Andalucía y Murcia), zurra (Castilla-La Mancha) y zurracapote.
En invierno se tomaba caliente, en Semana Santa servía para limpiar las heridas de los penitentes y costaleros en procesión y en verano se bebía frío, a ser posible helado y elaborado con frutas de temporada. Decir que se inventó en Calahorra en los años 50 es tan injusto como registrar algo que debería ser de todos. La mención zurracapotera más antigua que he encontrado es de 1860, cuando el pueblo alavés de Laguardia celebró la toma de Tetuán con «dos cántaras de limonada de vino, que aquí se llama zurracapote, bebida que entusiasma mucho a la gente de este país».
Veinticuatro años después el ingeniero riojano Emeterio Andrés y Rodríguez publicó en Bilbao el recetario 'Tesoro completo del hogar doméstico' (1884) y en él incluyó la primera fórmula conocida «para hacer buena sangría, o sea, zurracapote». En su versión minimalista se hervía en un litro de agua un limón cortado en rodajas, un poco de canela y medio kilo de azúcar. Luego se añadía un litro de vino, se dejaba reposar, se enfriaba y ya estaba listo «para gastar antes o después de las comidas».
Ni siquiera el aporte del melocotón es moderno: el zurracapote de Pastriz (Zaragoza) ya tenía en 1907 «todas las figuras geométricas que pueden hacerse con melocotones». Ojalá en las cercanas fiestas de San Mateo los logroñeses brinden, entrechocando porrones, por que el zurracapote pierda la marca registrada.
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