La 'milagrosa' olla española de Leiden
Gastrohistorias ·
Después de 450 años, esta ciudad holandesa celebra el final del asedio español y guarda la marmita que dio pie a su plato típicoGastrohistorias ·
Después de 450 años, esta ciudad holandesa celebra el final del asedio español y guarda la marmita que dio pie a su plato típicoAna Vega Pérez de Arlucea
Viernes, 6 de diciembre 2024, 00:41
Imagínense ustedes que por placer, deber o cualquier otra circunstancia de la vida viajan a los Países Bajos. Allí visitan la provincia de Holanda Meridional, luego se les ocurre pasar por la bonita ciudad de Leiden y una vez en ella, por qué no, se asoman como tantos otros turistas al museo municipal de historia y arte De Lakenhal. Entre cuadros, grabados y otros artefactos que hablan del ilustre pasado de Leiden, la exposición permanente muestra una olla metálica.
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No es demasiado bonita ni llamativa y tampoco muy grande: el diámetro de la boca no mide más de 22 centímetros. Es de bronce oscuro, muy pulido, y si nos fijamos bien su redonda panza resulta estar surcada por una línea de palabras grabadas en el metal. De todas ellas las más inteligibles son «3 october anno 1574».
Acaban de cumplirse 450 años desde ese 3 de octubre de 1574, el día en que acabó el largo y terrible asedio de Leiden por parte de los tercios españoles en Flandes. Durante los doce meses que duró el sitio más de 8000 leidenses murieron de hambre o peste, así que no nos debería extrañar que cada 3 de octubre sigan celebrando puntualmente su liberación comiendo, bebiendo y muy probablemente mentando a los españoles y a todos sus antepasados.
No se lo tendremos en cuenta porque a nosotros también se nos calienta la boca de vez en cuando (sobre todo en los enfrentamientos deportivos o a la hora de repartir dineros de la Unión Europea) y aquí también hay quien aún habla de herejes flamencos sin pensar en que aquellos que Felipe II y el duque de Alba trataron como a rebeldes, en realidad solo querían independizarse de un gobierno extranjero y poder profesar la religión que quisieran.
Los puntos de vista enfrentados llegan incluso a la nomenclatura. A la guerra de los Ochenta Años (1568 - 1648) los españoles la llaman normalmente guerra de Flandes y los neerlandeses se refieren a ella como guerra de independencia de los Países Bajos.
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Uno de sus episodios más destacados fue el del asedio de Flandes, que para los nuestros empezó bastante bien y al final acabó como el rosario de la aurora. En agosto de 1574 a Guillermo, príncipe de Orange, se le ocurrió romper el cerco de las tropas católicas en torno a la ciudad mandando destruir los diques que hasta ese momento habían protegido del mar a las tierras de labranza. La zona se fue inundando poco a poco y aunque el agua no llegó a subir demasiado, fue lo suficiente como para que los españoles se tuvieran que replegar en sitios altos y, de paso, para que la flotilla de los protestantes se fuera acercando a Leiden.
El mar acabó llegando casi hasta las mismísimas puertas de la ciudad y el maestre de campo de los tercios, don Francisco de Valdés, ordenó la retirada apresurada. Los habitantes de Leiden, que a punto habían estado de comerse los unos a los otros, salieron a buscar algo con que llenarse la tripa en cuanto vieron que los españoles se retiraban.
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Según la leyenda local, en la madrugada del 3 de octubre un niño huérfano llamado Cornelis Joppenszoon se adentró en el abandonado campamento de Lammenschans y encontró allí una olla con restos de cocido católico, apostólico y romano. Avisó a los rebeldes de que ya podían entrar en la ciudad y luego se llevó el perol de vuelta a Leiden, más contento que unas pascuas.
Con eso más un poco de pescado y pan que traían las tropas del príncipe de Orange se celebró el fin del asedio. Y así se sigue festejando hoy en día: cada 3 de octubre se conmemora el Leidens Ontzet o Liberación de Leiden comiendo arenques, pan blanco y 'hutspot', un estofado de patata, zanahoria, cebolla y carne que supuestamente fue inventado en 1574 con las sobras de aquella olla.
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Obviamente en este relato hay mucha fábula de por medio y es evidente que los restos de una sola cazuela no pudieron alimentar a todos los supervivientes de la ciudad, pero los mitos fundacionales nacen así, a lo loco, y ahora frente a la estación de tren de Lammenschans hay una estatua de un niño triunfante acarreando una marmita de metal. Como no podía ser de otra manera, la historia del pequeño Joppenszoon es un camelo instaurado en el imaginario popular a base de insistencia y falsa épica.
El verdadero protagonista de la anécdota cazuelera se llamaba Gijsbert Cornelisz Schaeck y no era ni niño ni huérfano, pero sí tan avispado como para guardar el pote de la discordia para la posteridad. Es el mismo que ahora está en el Museum De Lakenhal y que tras la muerte del señor Schaeck se grabó con un poema conmemorativo escrito en 1578. En castellano no rima, pero se podría traducir como «Entonces la mano de Dios condujo por la noche al enemigo fuera de Lammen Schans: he cogido esta olla, gritó Schaenk al almirante Boisot, ahora podéis cruzar las presas». Louis de Boisot fue almirante de la flota de Orange y libertador de Leiden, pero la gloria acabó siendo para la olla.
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