Composición basada en una ilustración victoriana. The old design shop, CC PD

De cuando el «lunch» se quiso españolizar

GASTROHISTORIAS ·

Esta comida ligera de origen inglés se adoptó entre las élites de nuestro país a finales del siglo XIX con el curioso término de «lunchar»

Ana Vega Pérez de Arlucea

Sábado, 18 de abril 2020

Si a ustedes los extranjerismos les llevan por el camino de la amargura y cada vez que oyen brunch, afterwork o foodie les rechinan los dientes, consuélense pensando al menos que adoptar palabras directamente del inglés no es cosa de modernos. Ni mucho menos. Ya ... les conté aquí que la palabra «bar», tan nuestra y tan querida, fue un préstamo anglosajón popularizado a principios del siglo XX, al igual que «cóctel» o cock-tail, y existen numerosos ejemplos de términos culinarios que hemos copiado de otros idiomas y que en su día sonarían a oídos de los españoles tan extraños o pedantes como healthy o light.

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Uno de los neologismos gastronómicos más divertidos que conozco tuvo una vida breve y aunque gozó de cierto éxito no llegó realmente a implantarse entre nosotros. Les hablo del verbo «lunchar» o «lunchear», que significaba literalmente tomar el lunch, que en inglés denominaba originalmente a una comida ligera tomada entre horas. El lunch, igual que el té, los picnics o las galletas inglesas «María», se puso de moda en España durante el último tercio del siglo XIX como signo de sofisticación cosmopolita y burguesa. La escritora María Pilar Sinués (1835 - 1893), autora de novelas y ensayos pedagógico-moralizantes de títulos tan aburridos como 'El ángel del hogar', 'La familia cristiana', 'La vida íntima' o 'Un libro para las madres', publicó en 1880 una supuesta guía práctica para la mujer perfecta en la que se habla largamente del lunch y el lunchar. 'La dama elegante, manual práctico y completísimo del buen tono y del buen orden doméstico' iba dirigido a las mujeres burguesas que quisieran cumplir con el ideal de su clase: el libro indica cómo debían vestir, hablar, comportarse en sociedad, educar a sus hijos o ejercer labores domésticas. Entre ellas, dirigir los trabajos de la cocinera, elegir menús y organizar reuniones, bailes y, cómo no, lunchs. Estos se parecían más a lo que ahora conocemos como «el té de las cinco» de estilo inglés, una especie de merienda que tenía lugar entre el almuerzo matinal y la comida principal, que entonces no era la del mediodía sino la cena.

Así pues, el lunch se degustaba en torno a las 3 de la tarde, tal y como contaba Sinués: «De pocos años á esta parte se ha establecido en las grandes casas de Inglaterra la costumbre de tomar un refrigerio á las tres de la tarde, para dividir el largo es­ pacio de tiempo que media desde las diez de la mañana, hora en que generalmente se hace el almuerzo principal, hasta las seis de la tarde, que tiene lugar la comida. Dicha costumbre ha sido imitada al instante en Fran­cia […] las damas de la alta sociedad francesa adoptaron, pues, la agradable costumbre del lunch, y particularmen­te en las residencias campestres donde re­ciben a sus amigos por cortas temporadas, el lunch tiene siempre lugar de dos a tres de la tarde y hace pasar un rato muy agradable, que divide el día e impide toda pesadez».

Lo importante del lunch no era que alimentara el cuerpo sino que servía para posturear y presumir de una economía bien saneada. «En España, y sobre todo en Madrid, el lunch se va introduciendo con poco trabajo, como todo lo que es caro y agradable; porque está sin duda en la pobre naturale­za humana el estimar más lo que nos cuesta a subido precio. Lunchar, como se dice traducido del inglés, no es barato; pero por eso es más agradable hacerlo, y va con­virtiéndose en uso, sobre todo en las casas donde du­rante la primavera y el estío se dan matinées musicales; es decir, donde se recibe por la mañana con preferencia a recibir por las noches».

No crean que doña María Pilar Sinués fue la única en hablar de aquel lunchar (hay varias referencias en la prensa y literatura españolas anteriores a 1900), pero sí la que más y emjor explicó en qué consistía. Básicamente, en té, pastas, dulces, helados, frutas y pastelitos floridamente dispuestos, sandwiches, pan tostado con mantequilla, refrescos y vino dulce. Nada de fiambres, fritos o cosas vulgares: en el plano salado únicamente se permitía, «para las personas muy glotonas, una terrine de foie gras, que con el té formará el fondo principal del refrigerio». ¿No se animan ustedes ahora a lunchar, en vez de merendar un bocadillo de chorizo?

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