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guillermo elejabeitia
Gijón
Sábado, 11 de septiembre 2021, 00:08
«La mujer en el campo es la base, el ancla y el aire, sin ellas, los hombres se van». Lo dice la guisandera Viri Fernández, una de las voces del primer Encuentro Internacional de Gastronomía, Mujer y Medio Rural que se celebra en Asturias ... del 13 al 15 de septiembre y que ayer presentaron en Gijón el presidente de Asturias, Adrián Barbón y el de Vocento Gastronomía, Benjamín Lana. Cocineras de todo el mundo están invitadas, pero un puñado de gastrónomas rurales ejercerán de anfitrionas: guisanderas, ganaderas, mariscadoras o conserveras que dibujan, por primera vez en mucho tiempo, un futuro esperanzador para el campo.
Confirma la demografía que las mujeres fijan población. Forman familias, llenan escuelas, atraen servicios, dan valor añadido al sector primario... Sin embargo para muchas de ellas la mejor manera de prosperar fue durante décadas marcharse del pueblo. «Se iban a estudiar a la ciudad y ya no volvían», recuerda la ganadera Lucía Velasco, una de las últimas 'vaqueiras' del Principado. Esa forma de vida seminómada, que divide sus días entre el valle y la alta montaña siguiendo los pasos del ganado, siempre estuvo protagonizada por mujeres como ella, su suegra o su abuela, «pero nunca se les dio visibilidad».
Lucía nació entre vacas y entre ellas cría también a su hija de 2 años, Ainara, a la que suele llevar a la espalda mientras pastorea. El invierno lo pasa a 8 kilómetros de Oviedo, pero en verano se traslada con todo el rebaño a las montañas de Pola de Somiedo. «Es un lugar maravilloso para vivir, pero si queremos que sobreviva hay que dar facilidades a las jóvenes». Si se le tira de la lengua recita de corrido reclamaciones que son puro sentido común: «Buena cobertura de red -para hablar por teléfono tengo que subir una montaña-, carreteras en condiciones, escuelas y espacios de ocio para los niños y acceso a alimentos básicos. ¡El panadero pasa una vez a la semana y el pescadero cada quince días!».
Pero lo más importante para que quieran quedarse en el pueblo es que puedan ganarse la vida con cierta seguridad. Yaiza Rimada se hizo cargo a los 19 de la ganadería de su padre y de su abuelo. «Ahora se ven más chicas pero entonces era rarísimo», recuerda. Con veintipocos vio con preocupación cómo el precio de la leche se desplomaba y muchas familias dejaban el campo para evitar la ruina. Había que buscar formas de revalorizar su producto y montó una pequeña fábrica de transformación donde elabora yogur, requesón, quesos de leche cruda y una mantequilla que le quitan de las manos. A los 42 tiene asegurada la venta de toda la producción de La Saregana en pequeños comercios, restaurantes o ferias y vive feliz en el campo, «pero hay que tener muy claro que esto no es un trabajo, es una forma de vida». Su hija de 9 años ya sueña con ser veterinaria.
De la dureza de una vida sometida a las inclemencias del tiempo sabe mucho Rita Míguez, mariscadora a pie de berberecho, almeja o almeja fina. Vestida con neopreno y botas de pescador cada día peina la costa, lo que convierte a las de su oficio en vigías del medio ambiente. «Dependemos de la salud del mar y observamos cualquier cambio en el ecosistema antes que nadie». Su trabajo es tan impredecible como el océano. «Hay épocas en las que el precio es muy bueno pero también muy inconstante, para que haya un relevo generacional tenemos que conseguir una estabilidad». En el encuentro FeminAS mostrará algunos productos que encuentra en su día a día y que todavía no se explotan gastronómicamente.
Porque al final el destino de lo que producen Rita, Lucía o Yaiza es acabar en la cocina. En ellas encontramos también un manojo de mujeres rurales que han abrazado con orgullo el nombre de guisanderas. Cuenta Amada Álvarez, presidenta del club de Guisanderas, que aquellas mujeres «iban de pueblo en pueblo cocinando para las bodas o fiestas populares y también eran un poco curanderas, no lo hacían por dinero, sino a cambio de ayuda en otras tareas del campo».
Sus herederas se han profesionalizado y no renuncian a actualizar algunas elaboraciones, pero conservan una memoria culinaria que ha estado a punto de perderse en el plazo de una generación. Mujeres como María Busta -que ha recogido el testigo de su madre, Aida Rosales, leyenda de la cocina asturiana en Casa Eutimio- o Viri Fernández -que dejó una vida urbanita para convertir la casa donde nació en El Llar de Viri- son las que han mantenido con vida, no ya la universal fabada, sino recetas como el pitu de caleya, el pote de castañas, las marañuelas o la rapa vaqueira. «Hace años eran consideradas como de paletos, nos miraban por encima del hombro, pero no somos ni más ni menos por llamarnos chef o guisanderas». FeminAS demostrará que esa cocina de la que han sido guardianas vuelve a estar más vigente que nunca.
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