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Fresco con botella y pan. Museo Arqueológico Nacional de Nápoles.

Un aceite de oliva con 2000 años de antigüedad

Gastrohistorias ·

Recientemente se han presentado los resultados de un estudio científico hecho sobre el contenido de una botella de aceite que sobrevivió a la explosión del Vesubio

Ana Vega Pérez de Arlucea

Sábado, 28 de noviembre 2020, 00:12

Si miran ustedes atentamente la etiqueta de un buen aceite de oliva virgen extra, verán que lo que viene indicado en ella suele ser la fecha de consumo preferente y no de caducidad. El aceite no caduca exactamente, sino que más bien se degrada con ... el tiempo y pierde parte de las propiedades originales que lo caracterizaban al exprimirse, como son aroma, sabor y color. Dependiendo de las condiciones de conservación y del tiempo que haya transcurrido desde su extracción el aceite de oliva puede enranciarse e incluso solidificarse, tal y como le ha ocurrido a la muestra más antigua conocida: se puede admirar en el Museo Arqueológico Nacional de Nápoles (MANN) dentro de su botella de cristal original y su fecha óptima de consumo se pasó hace ya 1941 años. Fue entonces, el 24 de agosto del año 79 d.C., cuando el Vesubio entró en erupción y sepultó bajo lava y ceniza las ciudades de Pompeya y Herculano.

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La vida cotidiana de sus habitantes se acabó en ese momento, pero sus restos quedaron atrapados entre toneladas de material piroclástico procedente de la erupción. Gracias a las excavaciones hechas en Pompeya podemos conocer de primera mano cómo era vivir en una población de la Antigua Roma y hasta cómo se comía en ella. Anteriormente ya hablamos aquí de los termopolios pompeyanos que han permitido estudiar cómo funcionaban esos establecimientos de comida rápida que existían en todas las urbes romanas. En el Museo Arqueológico napolitano se guardan numerosos artefactos procedentes de las ruinas de las vecinas Pompeya y Herculano, desde frescos a mosaicos, esculturas, artefactos de uso común e incluso restos orgánicos. El MANN atesora también objetos procedentes de las excavaciones arqueológicas relacionados con la gastronomía como utensilios de cocina, semillas o alimentos carbonizados. Entre ellos destaca desde hace años una hogaza de pan y junto a ella, desde 2018, se exhibe una botella de grueso cristal que contiene un sedimento sólido y de color amarillento.

Es sólo una de las 22 botellas que sobrevivieron a la erupción, pero está casi llena y su forma es prácticamente igual a la del recipiente pintado en uno de los frescos de la famosa Casa de Julia Félix. Ahora y gracias a un estudio científico publicado en la revista Nature se puede asegurar que lo que hay en la botella es aceite de oliva o, más bien, el residuo cerúleo y solidificado de la que hace casi 2000 años fue un sabroso aceite de oliva, el más antiguo del mundo. El departamento de Ciencia de los Alimentos de la Universidad Federico II ha podido confirmar mediante técnicas como la cromatografía, la espectrometría de masas o la datación de carbono que efectivamente, la botella estuvo llena de aceite en aquel lejano 79 d.C. Las altas temperaturas provocadas por la erupción y el largo período de tiempo transcurrido desde entonces se conjugaron para alterar radicalmente la composición química del aceite, condensando y oxidando sus ácidos grasos. La presencia de esteroles vegetales y de ciertos compuestos orgánicos concretos prueban que, en su momento, el poco apetecible residuo de la botella fue aceite de oliva mediterráneo. Con denominación de origen pompeyana, quizás, pero pasado de fecha seguro.

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