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Ana Vega Pérez de Arlucea
Domingo, 28 de noviembre 2021, 00:47
Como cualquiera que haya trabajado de camarero sabe, el servicio en sala o en barra gasta mucha suela de zapato. Coge esto, coge lo otro, atiende a uno aquí y luego vete a buscar al almacén lo de más allá… Por supuesto no es el ... único oficio que cansa, pero sí uno en los que más se valoran la rapidez y la destreza. Un camarero lento y torpe tiene poco futuro en la hostelería actual y menos aún lo tenía hace cien años, cuando el sector vivió una incipiente expansión gracias a cafeterías, coctelerías y cervecerías. Ese tipo de establecimientos buscaban personal educado, cordial y experimentado, tan capaz de llevar a cabo sus tareas a la per-fección como de hacerlo de forma rápida y eficaz. La profesión comenzaba a ganar prestigio y la competencia por ciertos puestos de trabajo era feroz, de modo que había quien se entrenaba para aprender a manejar platos, copas y bandejas de modo impecable.
Si a eso le añadimos el creciente interés del público español por el hasta entonces aris-tocrático sport y la democratización de ciertas disciplinas deportivas (fútbol, atletismo, mon-tañismo, ciclismo, boxeo…), tenemos como resultado un ambiente idóneo para que naciera un peculiar deporte: las carreras de camareros. Estas pruebas atléticas, nacidas en Francia a mediados de los años 20, consistían en llegar lo más rápido posible a meta sosteniendo sobre una mano una bandeja bien surtida de la que no podía caerse nada ni derramarse una sola gota. Con evidente sentido del humor y algo de afán de superación las asociaciones de cama-reros de Madrid crearon en 1927 el Nacional Sport Club, una entidad deportiva encargada de organizar la primera carrera de camareros en España.
El 1 de febrero de 1927 el periódico 'Heraldo de Madrid' anunciaba la próxima convo-catoria «de una carrera o cross pedestre por las calles céntricas de Madrid, en la que cada participante llevará en la mano una bandeja y sobre ella dos vasos de cristal llenos de agua». Esta singular carrera tendría lugar el 20 de aquel mes, comenzando a las 7 de la mañana (para que los camareros no perdieran horas de trabajo) y siguiendo un particular itinerario elegido en honor a los establecimientos hosteleros más señeros de la capital. Los corredores saldrían del Paseo del Prado y desde allí harían un recorrido circular pasando frente al Hotel Savoy, el Ritz, el Palace y el Palacio de Hielo, subiendo después por la Carrera de San Jerónimo hasta el Picadilly Club, el Hotel Roma y el bar Pidoux y tomando luego la Gran Vía (hotel Alfonso XII, Cock Bar, Hotel Florida…) para dar la vuelta en la plaza de Callao y terminar de nuevo en el Paseo del Prado. Según el 'Heraldo' los premios serían aportados por los principales hoteles y restaurantes de Madrid, ávidos de presumir del mejor y más veloz trabajador.
Llegó el domingo 20 de febrero de 1927, se celebró la carrera y los diarios se llenaron de crónicas del evento. La revista ilustrada 'La Esfera' publicó fotos de los participantes en la salida y también del ganador, Venancio Cermeño, en plena carrera. «Conservando las condi-ciones de una prueba deportiva, la carrera de camareros representó para los interesados una amena distracción y para los espectadores, un regocijado espectáculo […] El vencedor no fue el mejor corredor a pie, probado en vulgares lances atléticos con fortuna, sino el más camarero entre todos, quien supo conservar perfectamente el equilibrio de su bandeja llegando a la meta a pasado marcha, intactos los vasos sobre la bandeja esgrimida con verdadero arte al girar por las calles».
Alguna polémica hubo en torno al arbitraje. Cermeño –camarero profesional y boxeador aficionado– llegó el primero a la meta tardando solamente 17 minutos en completar el reco-rrido. Según algunos indignados participantes los vasos del campeón estaban más que mediados, mientras que corredores más escrupulosos habían tardado más manteniendo intacto el contenido de la bandeja. El premio a «mejor estilo de bandeja» se lo llevó así Fermín López, que había obtenido el puesto número 15 pero trayendo el líquido íntegro.
El éxito de crítico y público de esta primera prueba atlético-hostelera provocó que se organizaran muchas más carreras del mismo tipo en Valencia, Bilbao y otros lugares, además de repetirse anualmente la de Madrid. Se empezó a pedir que los corredores acudieran uniformados, se cambió el recorrido (ida y vuelta de la estación de Atocha a la Plaza de Cibele) y se aumentó la dificultad ordenando que además de vasos llevaran en la bandeja una botella de vino. En 1931 más de 15.000 personas acudieron a ver la carrera, mientras que los participantes llegaron a 160. De ellos resultó vencedor Luis Giménez, camarero del Café Colonial, seguido de Pablo de Juanas (hotel Savoy) y Alcocer (bar Atocha).
En 1933 y ya con el nombre oficial de Carrera Nacional de Camareros la prueba se llevó a cabo en el campo de fútbol de El Parral (el del Club Deportivo Nacional, en el madrileño barrio de Salamanca). Organizada por el semanario 'Cock-tail', incluyó por primera vez relevos por equipos –llevando un servicio completo de café– además de una prueba de clasi-ficación individual, que ahora consistía en correr con una bandeja con botella de coñac, vaso para agua y una copita de licor con sus platillos correspondientes. Los cinco primeros viajaron después a Barcelona a disputar el campeonato nacional absoluto de camareros.
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