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El francés que mejor entiende a los españoles

El francés que mejor entiende a los españoles

la semana de mathias Enard ·

El escritor, premio Goncourt 2015, batalla contra la idea muy extendida de que los pueblos son ese lugar donde nunca pasa nada y confiesa que no ve el momento de volver a viajar. La risa, advierte, es un asunto muy serio

Domingo, 7 de noviembre 2021, 00:25

Es Mathias Enard una de esas personas satisfechas de haber encontrado su sitio, como si ese refrán que dice que uno no es de donde nace, sino de donde pace, fuera en su caso un traje hecho a medida. Este francés, premio Goncourt 2015, lleva ... veinte años viviendo en Barcelona, enamorado de un país que se resiste a definir porque su mayor riqueza, afirma, radica en la diversidad y «cualquier intento por clasificarlo está irremediablemente condenado al tópico».

La conversación discurre en un restaurante de Bilbao, delante de la carta, en línea con el título de su último libro, 'El banquete anual de la cofradía de los sepultureros', una mirada al medio rural que él reivindica contra el parecer de quienes piensan que en los pueblos nunca pasa nada. Acunado por una copa de vino, habla con motivo de la Cumbre del Cambio Climático del «coñazo que es reciclar, aunque es más necesario que nunca»; de la pandemia, «una prueba de fuego para la construcción de Europa»; y de la risa. «Nos reímos de todo, pero no con cualquiera». Probemos.

Domingo

11.00 horas. Tengo una casita al norte de Burdeos donde me siento a gusto. El jardín, la huerta... plantando y cuidando flores, recogiendo hortalizas. Los fines de semana son una desconexión total. Asociamos la historia a los centros de poder -Madrid, Barcelona, París-, pero los pueblos son fuente inagotable de acontecimientos. No son un microcosmos, sino que están abiertos al mundo, formando parte de algo más vasto. En España se habla mucho de la despoblación de zonas del interior, víctimas del descuido. Creo que es un proceso reversible y se ha visto en la pandemia: la gente huyendo de la ciudad en busca de naturaleza y menos restricciones. Además, el capitalismo odia el vacío: cuando un sitio es más barato, no pasa mucho tiempo antes de que alguien lo vea como una oportunidad.

Lunes

6.30 horas. Me levanto con el despertador (mi mujer, básicamente), de lo contrario podría tirarme durmiendo hasta mediodía. El despacho está a metro y medio de la cama y lo primero que hago es ponerme a escribir, no tanto por atrapar las ideas que me hayan asaltado durante la noche, como porque es una costumbre adquirida. Unas veces aprovechas el rato y otras sólo se salva una línea. No importa. Le dedico una hora y sólo entonces me ducho y desayuno, un café sin más. Es el momento que dedico a escuchar la radio y a leer la prensa.

10.00 horas. Empiezo la jornada repasando la agenda y el correo electrónico, las facturas... Sólo cuando me he librado de eso, me meto con lo mío. Ahora estoy inmerso en una novela corta difícil de describir. Dejémoslo en que cuenta cosas como qué significa la palabra 'utopía'. Escribo, investigo sobre tal o cual autor, un lugar o una época... Todo a la vez, no soy de esos que emplean seis meses en documentarse. Así hasta la hora de comer, sin interrupción, en el relativo silencio que se puede disfrutar en Barcelona.

14.00 horas. Tengo un restaurante, el Karakala, a medias con un socio. Está en Gracia y es de comida libanesa. A menudo voy allí y aprovecho para ver cómo va el negocio. Hoy toca sarmale, unas hojas de parra rellenas de carne, herencia de los turcos. Es de mis platos favoritos, lo mismo que las brochetas de cordero. Me encanta cocinar, también platos españoles, aunque bien mirado ¿qué es la 'comida española'? En el norte se guisa, en el centro se asa, en el sur se fríe...

Martes

15.00 horas. El protagonista de mi novela 'El banquete anual...' se traslada a un pueblo para retratar a sus habitantes como si fueran un hecho científico. Eso es difícil con los españoles, me refiero a definirlos sin caer en los tópicos. Vascos, andaluces, catalanes... Si he aprendido algo en veinte años es que el mayor tesoro de este país es su diversidad.

19.00 horas. Me han invitado a la Librería Byron, a la presentación del libro 'Solo quedamos nosotros', de mi amigo Jaime Rodríguez Zavaleta, que acaba de publicar con Galaxia Gutenberg. Si no fuera por esto, estaría en casa, aguardando a que mi mujer vuelva del trabajo y mi hija de estudiar. Hablamos de cómo nos ha ido el día o hacemos la compra.

23.30 horas. La pandemia ha sido una prueba de fuego para la UE, que atraviesa un momento delicado a nivel político. Nos ha enseñado muchas cosas, la primera que somos más fuertes de lo que pensábamos; un cursillo intensivo de adecuación a las circunstancias, de renunciar a según qué cuando había que hacerlo.

Miércoles

8.30 horas. Escucho hablar del clima de crispación. España comparte una historia con Francia, a menudo agreste. Lo curioso es que nadie entiende menos a este país, posiblemente porque los franceses tienen una tradición centralista que choca con el modelo español, con las provincias siempre luchando por el poder. Hace falta, más allá de cambios de gobierno, que alguien tenga el coraje de sacudir el escenario.

20.00 horas. He quedado con los amigos en el bar Alegría, en la esquina de Comte Borrell con Gran Vía. Ponen unos calamares rellenos que quitan el sentido. Nos gusta alargar la velada y de allí nos vamos al Paralelo. Y así, entre fritos y platos de jamón, se nos va la noche. Es lo que tiene cuando uno pasa de la tercera copa, ¿no? La risa es un gran invento. Nos brinda la posibilidad de tomarnos las cosas en serio. Tiene algo de filosofía: ves las cosas con distancia y al mismo tiempo compartes otra forma de ver el mundo.

Jueves

15.30 horas. Vuelvo a casa andando después de comer, un paseo de algo más de una hora hasta Gran Vía. Aprovecho ese tiempo para darle vueltas a la novela que tengo 'cociendo', de manera que en cuanto llegue a casa pueda retomar el trabajo sobre la marcha.

19.00 horas. Me gusta el teatro, pero soy más de conciertos de música clásica. Hoy toca un homenaje al violinista Joan Manen en el Palau. Un privilegio, lo mismo que el Liceu si te gusta la ópera, como es mi caso. La emergencia sanitaria nos ha privado de muchas cosas. Yo, por ejemplo, no poder moverme lo he llevado mal. Tengo un viaje pendiente a Rusia, otro a Oriente Medio... planes aplazados y que espero recuperar.

22.00 horas. La cena es muy catalana. Pan con tomate, embutido, queso... Y ensalada que no falte. Cuando acabamos, recogemos. Reciclar es un coñazo: que si la basura amarilla, la verde, la azul... pero es necesario, forma parte de esa relación con la naturaleza que tanto peligra. Pero quiero creer que mientras hay vida hay esperanza. Es mi momento para la lectura. Ahora estoy con una biografía de Antonio Machado, que me apasiona. Cuando quiero darme cuenta es medianoche.

Viernes

16.00 horas. ¡Vaya día! He embarcado en El Prat y han detectado una avería en el avión. No soy nada aprensivo, salvo cuando entro al quirófano. Me preocupa más lo que pasa en Canarias, las fuerzas de la naturaleza desatadas sobre las que no tenemos ningún control en absoluto. La pandemia la podemos superar con ayudas, pero para esto otro no hay Banco Europeo que valga. Hace dos horas que he llegado a Bilbao, menos mal que aquí me esperaba un carpaccio de gambas.

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