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Enrique Vila-Matas (Barcelona, 74 años) quiso ser poeta. Comenzó imitando a Blas de Otero, pero se convirtió en uno de los narradores más singulares y excéntricos de nuestro panorama literario. Su nueva y libérrima novela, 'Montevideo' (Seix Barral), gira en tono a puertas misteriosas ... imposibles de franquear. A lugares donde se funden realidad, ficción y fantasía «Está escrita desde el punto de vista del poeta y el ensayista y es un tratado sobre la ambigüedad», dice su autor, pletórico y locuaz tras supera un trasplante de riñón. La donante es su mujer, la sempiterna Paula de Parma, a quien dedica todos sus libros.
–La puerta oculta de un habitación del Hotel Cervantes de Montevideo, del que escribieron Cortázar y Bioy Casares es, el 'MacGuffin del libro, que diría Hitckock.
–El motor de una novela suele ser una investigación. En este caso el narrador, diferente del autor aunque han vivido muchas cosas en común, investiga sobre esa puerta condenada del hotel de Montevideo en el que realidad y ficción se complementan. Quiere dormir en la habitación y ver qué pasa. Dejó de escribir hace tres años y comenzó a vivir situaciones que cree que debe contar.
–La frontera entre narrador y autor es más que difusa.
–Por eso el libro es un tratado sobre la ambigüedad. Mi novela más libre. El yo no es biográfico. Escribo ficción desde el espacio que suelen ocupar los ensayistas y los poetas: un yo literario visible. Lo que se escenifica en mis libros no es exactamente una trama, sino a mí mismo pensando bajo el avatar de un narrador. Aunque, eso sí, el avatar, la personalidad de cada uno de mis narradores, es distinta en cada novela. Los hay más listos y más tontos. Quizá lo único que una a todas sea la voz o ese yo literario visible que reaparece en cada libro y da continuidad a la obra. 'Montevideo' conjuga narración y ensayo como nunca.
–Difícil adscribirla a un género. Es como si los dinamitara todos.
–Más que nunca, el género es mi escritura.
–¿Vila-Matas ha devenido un género en sí mismo?
–Sí. Pero si lo digo yo queda muy pedante. Quien conozca mi obra se sentirá muy cómodo desde el principio. No así quien no esté familiarizado, que hallará referencias culturales que quizá le despisten. Pero a partir de determinado capítulo toma una autopista de misterio y entra en el género fantástico.
–Reescribió el libro tras superar un trasplante de riñón.
–Hubo una redacción inicial. Luego llegó el trasplante. No quiero utilizar el eufemismo del colapso renal al que ya recurrí. Hay un antes y un después en la redacción, y en medio queda un tiempo en el que no escribí. Pero no deseo enfatizar en esto. Es algo personal.
–Argumento y trama son un pesado fardo para la literatura dice su narrador ¿Una virtud de sus novelas es quizá que no pueden resumirse?
–Digamos que sí, aunque no estoy en contra de las novelas con trama. En este caso, alguien que está en contra de las tramas, acaba escribiendo una trama. Me pone muy nervioso cuando al ganador de un premio literario le piden que explique de qué va su novela. Las novelas son difíciles de resumir y de sintetizar.
–También dice que un autor es la transformación de su estilo. ¿Cuál es el suyo?
–La búsqueda del estilo. Sería muy fácil decir que tengo un estilo reconocible, pero eso no es un estilo. El estilo no tiene fines. Se trata de buscar. No hay ningún autor que me guste, interesante o importante, que no haya dicho que su escritura era una búsqueda. «Si hago una obra perfecta, es que me he muerto», me dijo Dalí. Mejor no hacerlo. Si firmas un obra perfecta estás acabado. Es el fin. La muerte. La búsqueda es infinita cuando no sabemos quiénes somos, ni qué hacemos en el mundo.
–¿Escribe solo para letraheridos?
–No. Quien diga eso es que no me ha leído mucho. Estoy traducido a casi cuarenta idiomas y eso serían muchos letraheridos. Creía escribir para un lector muy concreto que se parecía a mi. Y no es así. Me he dado cuenta de que escribo para la gente más insólita.
–Ser original, singular ¿es una ambición literaria?
–Original, no. Literalmente quiere decir de vuelta al origen. Singular me va bien. Todo escritor que valga algo ha de serlo. Se habla de libros para vilamatianos pero no se habla para stephenkingsianos. Me molesta un poco. Parece que sea una secta y no es así.
–¿No le enorgullece generar un adjetivo propio, como kafkiano, felliniano o berlanguiano?
–Es un signo de la singularidad, sí, forjado a través del tiempo y trabajando duro. Pero no querría ver en un titular que estoy orgulloso de lo que hago. No soy orgulloso.
–¿Le moleta que se le tilde aún de excéntrico o raro?
–Lo de raro me molesta mucho. En realidad pienso que los raros son los otros. Más en estos tiempos con gente capaz de subir una montaña con un solo pie y cosas así. Rubén Darío acuñó el término raro para hablar de literatos singulares y abundo Pere Gimferrer. Es cierto que no estoy en el centro, y ya es muy excéntrico decirlo. Todos los grandes escritores europeos del siglo XX estaban lejos del centro. Pienso en Pessoa y en su Lisboa periférica. En Kafka, que estaba en Praga, que tampoco era un centro cultural como París o Zúrich. Proust sí estaba en París y no le hacían ni caso, por eso también es excéntrico, y Joyce en Trieste. Los excéntricos han forjado la gran literatura del siglo XX.
–También es singular el humor vilamatiano.
–Me enteré de que tenía humor en el colegio cuando un compañero me preguntó, veinte años después, que si mantenía el humor. En el colegio lo pasaba fatal y era trágico. Mi humor partía de la tragedia para escapar de lo trágico. Pero era involuntario. Más que de humor, hablaría de ironía.
–¿Es irónico decir ahora que le gusta a Raphael?
–Depende del estado de ánimo que tengas puedes disfrutar de un cuadro o detestarlo. Vi la transformación de Raphael tras su trasplante de hígado en un documental. Cómo había incluso añadido lo eléctrico a su repertorio. Por el estado de ánimo que tenía, salí eufórico. Pero vamos, parece que hay que poner un emoji advirtiendo que es irónico.
–¿De qué le ha rescatado a la literatura?
–La busqué como una salida a la angustia juvenil. Escribía poemas sobre la soledad. Uno lo titulé 'Soledad a la intemperie'. Entré en un mundo propio, en una habitación propia, en esa búsqueda de un estilo que te puede apartar de muchas situaciones conflictivas en la vida. Es un camino muy positivo. Tu perteneces a la literatura. Me encontré con un mundo que recomiendo a los jóvenes.
–Tiene grandes premios como el FIL o Rómulo Gallegos. Es candidato recurrente al Cervantes y aparece en las quinielas del Nobel.
–No me quita el sueño. Tendrían que pasar cosas extrañísimas para que accediera al Nobel. Muy joven, cuando no me conocía a nadie me atreví a decir que si me daban el Nobel lo rechazaría. Me quedé tan ancho, porque era lo que pensaba. José Luis de Vilallonga dijo «que tío más divertido; piensa rechazar el Nobel cuando no lo conoce ni Dios». Si alguna vez llega a España será a través de otro escritor.
–¿Cuál es su ciudad más literaria?
–París, que abre y cierra el libro. Mi cabeza siempre ha estado en París, también cuando escribía de Montevideo, de Bogotá de Saint Gallen o de Barcelona. Sólo viví dos años en París, pero fue un salto al mundo. Mi formación. Aunque empecé a escribir por la Generación del veintisiete y sobre todo por Blas de Otero. Quería escribir como él. Fue la poesía lo que me llevó a la literatura. No insistí. Los poemas o son muy buenos son muy malos y no quiero arriesgarme.
–¿París sería la ciudad de su descanso eterno?
–¿En compañía de Jim Morrison, quiere decir?
–Y de tantos otros que descansan en los cementerio de Pére Lachaise, o Monmartre: Molière, Oscar Wilde, Colette, Delacroix, Maria Callas.. Y Truffaut o Stendhal a quines cita en su libro.
–Sí. Acompañado de Lautréamont , que era uruguayo.
–¿Ha elegido epitafio?
–Yo responderé. Es un lema de Isak Dinesen, que cuadra mucho con esta época en la que nadie responde de sus actos. Todo el mundo huye del yo, y yo respondo a todo lo que me digan.
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