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«Ha sido una mezcla de emociones. Había alegría por volver a ver documentos bonitos, pero también dolor al recordar los momentos más difíciles y, naturalmente, estaba el vacío que ha dejado y la añoranza que todavía existe». Habla Nicoletta Mantovani, la viuda de Luciano ... Pavarotti (Módena, 1937- 2007) y también presidenta de la fundación que lleva su nombre, y lo hace sobre el documental que el próximo 10 de enero llegará a la cartelera, doce años después de la muerte del tenor. Dirigida por Ron Howard, 'Pavarotti' realiza un recorrido por la vida y obra del divo a través de los testimonios de sus familiares -sí, también participan su primera esposa, Adau, y las tres hijas que tuvieron juntos-, figuras del bel canto, amigos y críticos, así como todo tipo de material de archivo, desde vídeos caseros hasta intervenciones en el 'prime-time' televisivo, pasando por algunas de sus memorables actuaciones.
No hay, eso sí, grandes sorpresas en un periplo que describe al de Módena como un ser de luz, amante de la vida, con fijación por la comida, pasión por las mujeres, y apenas atisbo de sombras en su trayectoria. «A ver, claro que tenía defectos, había momentos en que perdía la paciencia. Pero la verdad es que no consigo imaginar algo negativo y creo que esto tiene que ver con su propio viaje vital», se sincera quien compartió con él los últimos años de su vida. Lo cierto es que Pavarotti vivió de niño la II Guerra Mundial -«Veía a menudo hombres ahorcados», llega a decir durante un programa de televisión- y estuvo a punto de perder la vida cuando, con 12 años, contrajo el tétanos jugando en la calle. Pasó dos semanas en coma. Después de aquello se juró que nunca iba a malgastar la vida y «mantuvo esa actitud positiva» hasta el final de sus días.
De la mano del director de 'Una mente maravillosa', buceamos en los comienzos de un maestro de escuela que acabó pisando las tablas del escenario por la insistencia de su madre, que fue conquistando todos los teatros del mundo y que acabó convertido en una gran estrella de rock. Nervioso antes de cada recital -«¡Vamos a morir!», decía siempre entre bambalinas-, cuenta su viuda que tenía una característica «esencial» en los artistas y es que no perdió nunca «la mirada de niño». Y después matiza: «No es que fuera ingenuo, simplemente se entusiasmaba por todo, mantenía esa curiosidad, por eso para el público era una persona pura». Fue esa visión tan abierta la que le llevó a romper con las cuatro paredes de los teatros en los que se guardaban las esencias de la ópera, primero con recitales en enclaves alejados de la ortodoxia del bel canto, luego con propuestas como Los Tres Tenores -Plácido Domingo, de quien Nicoletta dice no haber detectado ninguna actitud de las que se le acusan y a quien califica de persona maravillosa, es uno de los testimonios más valiosos del documental- o los conciertos anuales de Pavarotti & Friends, donde seducía a músicos de la talla de Sting, Brian May o Bono, para que subieran con él al escenario. «Es que antaño, la ópera se cantaba en la calle, era de todo el mundo. Luego fue encerrada y se convirtió en algo elitista, para unos pocos. El objetivo de Luciano fue siempre fue que todo el mundo conociera la ópera y que luego cada uno decidiera si le gustaba o no», dice Mantovani, que conoció al maestro en uno de aquellos eventos que ella ayudaba a organizar. Nicoletta tenía 24 años, Pavarotti, 34 más. Más allá de su irrepetible voz, fue ese acercamiento al gran público su gran aportación y, al mismo tiempo, lo que más críticas le granjeó. «Eran críticas feroces, pero Luciano pasaba de los críticos destructivos».
A Mantovani se le ilumina la cara cuando recuerda al tenor, con quien tuvo una hija en 2003, aunque le resulta complicado describir qué es lo que le atrapó del divo. «Tenía esa sonrisa, la mirada con un brillo que ahora encuentro en Alice... Quería reírse siempre y hacer que cada día fuera especial. Era un rayo de sol en los momentos oscuros». También los hubo. Cuando los tabloides sacaron a la luz la relación extramatrimonial que mantenían ambos, a espaldas de la familia de Pavarotti, la católica Módena, e Italia por extensión, tardaron en perdonárselo al cantante. Que a Nicoletta la diagnosticaran esclerosis múltiple poco después tampoco se lo puso fácil. «Hasta ahora te amaba, pero a partir de ahora te adoro, y juntos vamos a sobrellevar esto», dice que le dijo. Cuatro años más tarde de que Alice llegara al mundo, Pavarotti era ingresado con un cáncer de páncreas. Ya no saldría del hospital. La enfermedad lo volvió a reunir con su primera familia, tras unos años de comunicaciones rotas.
Uno de los momentos más dulces del documental es cuando Mantovani pregunta a su esposo cómo le gustaría ser recordado. «Llevé la ópera al gran público, a pesar de las críticas, fui valiente, dominé un repertorio muy amplio», dice él. Preguntárselo a su viuda resulta casi obligatorio: «Creo que sus palabras son válidas. Estoy muy agradecida a Ron Howard porque ha conseguido destacar que tenía una pasión que emocionaba a todo el mundo. La ópera te puede gustar o no, pero cuando Luciano cantaba, se te movía algo dentro. Si tuviera que decir una cosa, diría que era una persona verdadera».
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