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Jean-Luc Godard en el Festival de Cannes de 2004. reuters
Muere a los 91 años Jean-Luc Godard, inventor del cine moderno

Muere a los 91 años por suicidio asistido Jean-Luc Godard, inventor del cine moderno

El director francosuizo, que ha fallecido por suicidio asistido según su familia, revolucionó el lenguaje cinematográfico desde sus primeras películas en el seno de la Nouvelle Vague

Martes, 13 de septiembre 2022, 10:43

Su nombre terminó por ser sinónimo de un cine árido y experimental. Sus últimos largometrajes apenas han tenido recorrido comercial en nuestro país, más allá de cineclubes y museos. Su propia figura se rodeó en los últimos años de un halo de secretismo. Huraño y ... genial, Jean-Luc Godard siempre fue a contracorriente, hasta en los tiempos de la Nouvelle Vague, donde mantuvo un enfrentamiento con el otro gran director surgido del movimiento que revolucionó el Séptimo Arte, su amigo François Truffaut. Por una vez, no es ninguna 'boutade' afirmar que la muerte del autor de 'Al final de la escapada' y 'Alphaville' deja huérfano un arte inmerso en estos días en una transformación industrial. Sus familiares han confirmado a 'Libération' que el mítico realizador ha fallecido este martes a los 91 años en su casa de Rolle, a orillas del lago Léman, tras recurrir al suicidio asistido. «No estaba enfermo, simplemente estaba agotado», precisa un familiar en el diario francés.

A los ojos del cinéfilo, Jean-Luc Godard permanece en el olimpo de los directores de la Nouvelle Vague, que sancionaron una 'política de autores' cuyos ecos llegan hasta nuestros días. Fernando Trueba siempre recuerda que su título más célebre, 'Al final de la escapada', fue fruto «de la total ignorancia sobre cine que tenía Godard». «Truffaut escribió el argumento y puso el dinero que había conseguido gracias a 'Los 400 golpes'. El resultado es una de esas películas clave del cine moderno, que supo conectar con el estado mental de la juventud europea del momento».

Jean-Luc Godard y su actriz y musa, Anna Karina.

Resulta injusto limitar los méritos del cineasta a un solo título, pero lo cierto es que en España sus filmes tan sólo se han podido ver de manera continuada en filmotecas y cineclubes. Nacido en 1930 en París, aunque criado y reinventado en Suiza, Godard comenzó como muchos de sus coetáneos escribiendo críticas en 'Cahiers du Cinéma' y plasmando en cortometrajes una concepción del cine resumida en citas suyas que han pasado a formar parte de los manuales: «Un 'travelling' es una cuestión moral» y «La fotografía es verdad, luego el cine es verdad 24 veces por segundo» se cuentan entre las más afortunadas.

Radicalidad estética, compromiso político con su tiempo y una interrogación constante sobre el lenguaje cinematográfico caracterizan la obra de Godard, que acostumbra a sembrar sus películas de un sinfín de citas culturales. En un primer momento se deja influir por los clásicos americanos (Ford, Fuller) y la novela negra. Jean-Paul Belmondo, Jean Seberg y su musa, Anna Karina, pueblan los fotogramas de 'Al final de la escapada', 'Vivir su vida', 'Pierrot el loco' y 'Alphaville'.

Vídeo. Tráiler de 'Al final de la escapada'.

Su etapa militante en el grupo Dziga Vertov se salda con piezas herederas del cine soviético de propaganda: 'Pravda' y 'La Chinoise' promulgan que las películas sirven para educar a las masas. Finalmente, el inmenso legado que el autor de 'El desprecio' e 'Histoire(s) de cinéma' venía dejando desde los ochenta apela a las posiblidades de la televisión, el vídeo y la imagen digital. ¿Que los Coen fueron unos genios al inventarse en 'El gran Lebowski' un narrador en off que, lejos de ser omnisciente, divagaba e ironizaba sobre la acción? Pues bien, Godard ya hacía lo mismo con su propia voz en 1964. Qué molones los bailes a destiempo de los personajes de 'Reservoir Dogs' y 'Pulp Fiction'; Tarantino, que por algo bautizó su productora 'A Band Apart', sólo copiaba a Godard.

'Al final de la escapada' (A bout de souffle) forma ya parte de la memorabilia pop. Jean-Paul Belmondo, gángster de pacotilla de Pigalle, se pasa el pulgar por los labios en un gesto imitado de Bogart y copiado a su vez por el hombre Martini; Jean Seberg, pelo a lo 'garçon', vocea «¡New York Herald Tribune!» por los Campos Elíseos y mira desde tantas fotos y pósters como Audrey Hepburn. Hace 62 años que Jean-Luc Godard firmó la tarjeta de presentación de la Nouvelle Vague. Una revolucionaria cinta rodada desde la osadía que llegó después de que Truffaut hubiera conmocionado Cannes con 'Los 400 golpes'.

Su compañero en la revista 'Cahiers du Cinéma' busca productor en el festival y logra convencer a Georges de Beauregard. Sólo hay un problema. No tiene guion y nunca ha cogido una cámara. Truffaut había escrito años atrás el esbozo de un thriller, y su amigo le pide que complete a toda prisa unas páginas del guion. «El tema será la historia de un joven que piensa en la muerte y la de una chica que no piensa en ella», le escribe Godard a Truffaut en las vísperas del rodaje. «Contaré las peripecias de un ladrón de coches enamorado de una chica que vende el 'New York Herald Tribune' y va a clase de civilización francesa. Lo que me fastidia es haber tenido que introducir algunas ideas mías en un guin que era tuyo».

Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg en 'Al final de la escapada'.

La ópera prima de Godard condensa la admiración que los 'jóvenes turcos' de 'Cahiers' sienten por el género negro y por directores estadounidenses como Sam Fuller y Nicholas Ray, ignorados olímpicamente por la crítica hasta entonces. Ya no hay aspiraciones de hacer realismo social ni de adaptar textos literarios de prestigio. El director de fotografía Raoul Coutard, curtido como reportero de guerra, se camufla en las calles de París con su pequeña cámara para seguir a los actores. Con la Nouvelle Vague desaparece la parafernalia de los rodajes, los platós y los focos.

Godard rompe todas las reglas. Escribe los diálogos sobre la marcha y deja que los contratiempos alteren el guión. En una escena estaba previsto que Jean Seberg, aspirante a periodista, entrevistase a Roberto Rossellini; como éste falla aparece Jean-Pierre Melville. Cuando termina de filmar, el director se encuentra con un metraje de dos horas y cuarto. Y decide cortar drásticamente sin tener en cuenta los principios tradicionales del montaje. Hay cortes internos en las secuencias, saltándose el 'raccord»'o continuidad en el tiempo y en el espacio de la gramática clásica. Hay escenas donde los personajes divagan sin, en apariencia, ninguna función narrativa. Hasta miran a cámara destruyendo el sacrosanto mecanismo de la ficción.

Son innovaciones del lenguaje cinematográfico de las que hoy se sirve cualquier anuncio publicitario. Pero en 1960 constituyeron todo un manifiesto estético y cimentaron la 'política de autores', donde el director es el único responsable de la película. 'Al final de la escapada' capturó el espíritu de la juventud europea del momento. Inauguró una revolución que todavía continúa. Godard también fue un gran provocador, ya sea desde la política maoísta, como en 'La chinoise', o escndalizando al Vaticano con 'Yo te saludo, María'. El estatus propio de la imagen le llevó en los últimos años a adentrarse en territorios más propios del ensayo poético y la ficción abstracta, como en sus inabarcables 'Historias del Cine' y en 'El libro de las imágenes', su último filme estrenado en 2019. En él, la propia voz del Godard narrador sufría un ataque de tos que interrumpía una frase tomada de 'La estética de la resistencia', de Peter Weiss: «Incluso si nada resultara como esperábamos, eso no cambiaría nada de nuestras esperanzas».

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