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Decimos «Kirk Duglas» y «Michael Daglas» porque el primero pertenece a la categoría de los mitos, cuando no sabíamos inglés. Luchar por vivir hasta los 103 años demuestra que la energía y pasión de sus personajes, cuando no la pura locura suicida, no solo pertenecía ... al territorio de la ficción. Su sonrisa, «los dientes más melodramáticos de Hollywood», en atinada definición de Cabrera Infante, iluminó las infancias de quienes descubrimos el sentido de la aventura de la mano del arponero Ned Land en '20.000 leguas de viaje submarino' y de un salvaje tuerto que lanzaba hachas y se paseaba entre remos en 'Los vikingos'.
Stanley Kubrick, al que Douglas tenía por «un mierda con talento», solía recordar un episodio acaecido durante la promoción europea de 'Senderos de gloria', la epopeya antimilitarista que salió adelante gracias al empeño del actor. Al comunicarle que los franceses habían presionado para que la película no concursara en la Berlinale -su ejército no salía muy bien parado-, Douglas destrozó un vaso de vino con la mano hasta que la sangre salpicó el mantel. La escena podía pertenecer a su personaje en el filme, el íntegro coronel Dax.
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Issur Danielowitz Demsky, el último superviviente del Hollywood dorado, supo muy pronto que el éxito se labraba a base de trabajo y poder. «Tuve una motivación para subir», escribe en sus memorias. «Era tan pobre que no podía llegar más abajo». Aquel mentón desafiante que albergaba el hoyuelo más célebre de todos los tiempos le erigió en prototipo del héroe viril, aunque este hijo de inmigrantes judíos rusos sabía que los villanos y los personajes torturados permitían mayor lucimiento. Sus tres nominaciones fallidas al Oscar -El ídolo de barro' (1949), 'Cautivos del mal' (1952) y 'El loco del pelo rojo' (1955)- no se las debe a héroes, sino a seres desafiantes y temperamentales como él mismo, una pesadilla para los directores con los que trabajaba. Cuando a mediados de los 50 funda su productora Bryna (el nombre de su madre) para llevar las riendas de su carrera prescinde de despacho y escritorio, «obstáculos para la creación».
En 'Yo soy Espartaco', uno de la docena de libros que escribió, se arroga el mérito de haber puesto fin a las listas negras en Hollywood al contratar al represaliado Dalton Trumbo, víctima de la caza de brujas del senador McCarthy, para que escribiera el guion del filme de Kubrick y su nombre figurara en los títulos de crédito. «En aquel entonces los enemigos eran los comunistas; ahora, son los terroristas. Los nombres cambian, pero el miedo permanece», escribe. Aquel gesto le valió a este marido infiel de dos esposas la Medalla Presidencial a la Libertad, la condecoración más importante que la Casa Blanca puede imponer a un civil.
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'El hijo del trapero', como bautizó su primera autobiografía, pudo con un accidente de helicóptero y con una apoplejía que le afectó al habla en los últimos tiempos. Con 92 años se subió a un escenario para recordar su vida en una función que tituló 'Antes de que olvide', tal era su empeño en hacer memoria de su ascensión desde la pobreza al panteón de los mitos. «Para el mundo, fue una leyenda, un actor de la edad dorada del cine, un ser caritativo cuyo compromiso con la justicia y las causas en las que creyó sentaron un estándar al que aspirar todos. Pero para mí y mis hermanos era simplemente papá», despidió su hijo Michael, a la cabeza de una dinastía no siempre bien avenida que pierde a su patriarca. Le sobrevive su esposa durante los últimos sesenta años, Anne Buydens, que también ha cumplido el siglo.
A Kirk Douglas le gustaba reproducir el cuento con el que su madre fabulaba cómo había venido al mundo. Una mañana de invierno, mientras trabajaba en la cocina, miró por la ventana y descubrió una resplandeciente caja de oro en la nieve. Corrió al patio, la abrió y allí estaba el sonriente Issur, que siempre le preguntó a su madre por qué no se había quedado con la caja.
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