Por primera vez en 46 años el nómada Cees Nooteboom (La Haya, 1933) no ha podido recalar en su Ítaca menorquina. Los problemas de salud le impidieron viajar a su casa de San Luis, donde el escritor neerlandés ha ultimado la mayoría de sus libros. ... Tampoco pudo viajar a Formentor para recoger el premio otorgado por la Fundación homónima y dotado con 50.000 euros. Lo recibió de manera virtual y lo agradeció telemáticamente, desde su refugio alemán en Baden-Wurtemberg. En una extraña y anómala ceremonia de entrega, trazó una emotiva bitácora de sus lecturas y viajes, repasó una vida «entre el orden y el caos», e hizo un canto al libro y las librerías, donde aún hoy Nooteboon sitúa el paraíso.
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«El virus que ahora domina el mundo nos ha jugado una mala pasada», lamentó el escritor, que semiconfinado y compungido, no pudo dar el que habría sido un corto salto de Menorca a Mallorca para agradecer el premio en persona. Se lo han impedido varias operaciones quirúrgicas encadenadas en los últimos meses que comprometen la salud del recurrente candidato al Nobel de Literatura, que acaba de publicar 'Despedida. Poemas en tiempos del virus' (Visor), y que pronto ofrecerá al lector 'Venecia' (Siruela) su percepción de la mágica ciudad de los canales.
Nooteboon repasó su vida real y literaria desde su infancia, cuando las bombas británicas destrozaron su casa en La Haya y mataron a su padre. Contó como luego el segundo marido de su madre, un hombre extremadamente católico, le internó en un seminario agustino y «ordenó» su vida. La lectura de los clásicos fue «una influencia definitiva» en su obra «por el orden benéfico y por el caos que yo mismo me cree» y que «se caracterizaría por una continua existencia nómada». «No podía imaginarme en una universidad, mi universidad sería el mundo», dijo el irredento viajero, hoy varado por la pandemia cerca de los Alpes.
«Tanto el orden como el caos se convirtieron en parte de mi vida: el caos de estar siempre en camino unido a la necesidad de escribir sobre ese estar en camino y mi obsesiva y tenaz curiosidad, gracias a la cual aprendía idiomas mientras viajaba, a lo que contribuyó la base que había adquirido en los pocos años que había estudiado griego y latín y tres idiomas modernos en el seminario», insistió.
Habló de las librerías, que son «para los escritores una de las fuentes de inspiración más importante». «Si algo ha demostrado la pandemia es que el periodo de cierre de librerías ha convertido a los lectores y a los escritores en tristes huérfanos, algo que ni Amazon ni Internet pueden remediar, pues no son sin enfermeros en el hospital equivocado», dijo. «Si me imagino el cielo, veo la imagen de una gran librería un poco desordenada donde unos libros dispersos en el suelo engendrarán otros libros», agregó.
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Evocó a Jorge Luis Borges y a Samuel Beckett, los primeros ganadores de un premio que Nooteboom recibe a los 87 años, culminando un viaje literario desde sus lecturas de Homero, Heródoto, Ovidio, Catulo, Safo o San Agustín, hasta Chéjov, Proust, Joyce o Pessoa. «Al escribir uno siempre tiene en la mano a otros cien escritores, sea o no consciente de ello», reconoce Nooteboom. Contó como cómo aplazó la lectura de la obra de Proust hasta que sintió seguro para hacerlo en francés. Se deleitó «lentamente, página por página, hasta el increíble final del 'Le Temps Retrouvé', que me recordó al éxtasis de un montañero que ha alcanzado por fin la cumbre del Himalaya».
Explicó que tuvo la tentación de convertirse en un monje trapense con apenas 18 años, cómo un cofrade le hizo comprender que no tenía vocación religiosa, y cómo desde entonces persiste su fascinación por los monasterios que «recorrí en Irlanda, Castilla o Japón». «Me he construido mi propio monasterio sin cofrades, con la infinita serie de habitaciones de hotel que he ocupado: celdas para leer, escribir y pensar», aseguró.
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Con 21 años escribió su primera novela 'Philip y nosotros' (1954). «Hace 65 años y continuó escribiendo», se ufanó. Por entonces empezó a viajar «y excepto por mi poesía más o menos hermética, me sitúe al margen del ambiente literario habitual y me dediqué a escribir sobre el mundo, sobre lo que veía en mis viajes». Un periplo que le llevó a la revueltas de Budapest en 1956, al Muro de Berlín en el 63 y en el 89, al efervescente París del 68, y «a recorrer Sudamérica después de Cuba». Había abandonado la ficción y se dedicaría a libros de viajes excursiones y meditaciones sobre sus viajes por los cinco continentes con textos sobre Japón y sobre España como 'El desvío a Santiago'.
«Proust y Pessoa nos han enseñado que es posible repartir la vida entre varias personas y escritores; Kawabata y Mishima nos han demostrado que la literatura japonesa, tan diferente a la nuestra, puede ser también muy cercana; Celan y Joyce, sin olvidar a Heidegger, hicieron de la propia lengua el sujeto de su obra, un lenguaje secreto que se escribía y solo después se descifraba, convirtiendo así la lectura en una aventura sin fin», enumeró.
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Cada verano Nooteboom se refugiaba en Menorca. «Mi isla», dice del lugar «donde he escrito gran parte de mis libros y poemas en los últimos 50 años». Su jardín mediterráneo es su santuario, y sus cactus y tortugas «sus amigos silenciosos, con los que hablo, mientras otros lo hacen en Facebook y Twitter», traslada su traductora, Isabel-Clara Lorda. «El premio que recibo es para mí, en cierto sentido, cómo llegar a casa, con lo que no quiero decir que me haya otorgado por esta razón», aseguró el escritor, convencido de que «la isla más pequeña ha sido una inspiración esencial para mí obra a lo largo de todos estos años». «España es su país de acogida, pero a veces le enfada cuando ve que no solucionamos controversias absurdas. Nos mira con mucho cariño, pero con ojo crítico sobre lo que no va bien», concluye la traductora.
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