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Confieso que se me hace raro oír a Carles Sans articular palabra, como si cuatro décadas cimentados sobre silencios atronadores hubieran desbordado los límites de lo razonable y ahora necesitara sacar lustre a sus cuerdas vocales. El cómico ha cambiado el paso en su vuelta ... a los escenarios: lo hace en solitario y hablando por los codos. Al principio pienso si tendrá algo que ver con lo difícil que se ha puesto pagar el recibo de la luz, o si su decisión esconde algún tipo de sintonía con el ministro Escrivá y su afán por trabajar hasta los 75. En 'Por fin solo' repasa su pánico a volar, la desazón que le causó una colonoscopia a manos de una doctora fan o cómo lo primero que le atrajo de sus compañeros de Tricicle fueron sus novias. En el fondo, Carles, 66 años nos observan desde el escenario, sigue siendo ese chico revoltoso que busca en escena esa «pepita de oro» que es el aplauso del público. Fotógrafo aficionado, articulista de prensa y culé irredento. «¡Cuánto va a tardar en volver a brillar el sol!», admite aún perplejo tras la marcha de Messi, con su equipo noveno en la tabla. También apóstol del ayuno intermitente: quince horas sin probar bocado hasta que la nevera impone su lógica, hecha de espetec y quesos del Pirineo, sacando a relucir todas sus flaquezas.
10.00 horas. Me despierto en la más absoluta oscuridad. Sé que es tarde para la mayoría, pero me he pasado más de media vida trabajando de noche y hay hábitos que son muy difíciles de corregir. Soy más de ducha que de baño, lo que no hago es desayunar. No tengo hambre por las mañanas, así que aprovecho para eso que llaman ahora 'ayuno intermitente'. Me mantiene en forma y además es saludable.
17.15 horas. Acabo de pasar el covid y tocaba revisión en la clínica Teknon. El médico me ha sacado unas placas, parece que todo va bien, He ido en moto, una 'Simco' de 200 cc, porque moverme por Barcelona me pone de los nervios. Antes tuve dos kawasakis de 600 cc, pero me las robaron. Demasiado golosas, supongo. Así que dije 'voy a comprar algo más sencillo, que no guste a los ladrones'. Y oiga, estoy encantado.
19.00 horas. Desde hace años, un masajista viene todos los lunes a casa. Soy nervioso, me tenso bastante, así que trabaja los trapecios y la espalda. Me relaja, sobre todo al llegar a los pies, cuando infaliblemente me quedo dormido. Acaba la hora y es un bajón tremendo.
11.00 horas. Me he impuesto una vida tranquila y no salgo a correr salvo que alguien grite '¡fuego!'. Lo que sí me gusta es coger la cámara y salir por ahí en plan cazador (me une una gran amistad con Ernesto Valverde, ex del Barça y del Athletic, aficionado a la fotografía como yo). Esta mañana he ido al Parque de la Ciudadela, donde hay una fauna humana muy interesante: gente al sol, besándose, leyendo un libro... Luego en casa edito las fotos, las proceso, las clasifico en carpetas, veo qué encuadre he escogido o cómo se pueden mejorar.
12.30 horas. Repaso los correos y me ocupo de la gira de 'Por fin solo' que arrancó en mayo y que me llevará esta próxima semana al Campos de Bilbao y a partir del 17 de noviembre a trabajar a tope en Barcelona. Tengo un hambre canina, ante mí se extienden tres cuartos de hora auténticamente críticos. El queso y el embutido me vuelven loco.
01.00 horas. Trasnocho mucho, un hábito que tengo que mejorar. Aprovecho para escribir mis artículos para el Sport, El Periódico... 3.000 espacios: los de deportes me salen de corrido, los de carácter social me llevan algo más. Soy un observador. El último que escribí era sobre la caída de WhatsApp, lo que me dio pie para hablar del riesgo que corremos ante un apagón electromagnético. ¿Se imagina lo que es ir al banco y que no le den su dinero porque no hay modo de comprobar que es suyo?¿O no poder hacerte un huevo frito porque no llega la luz? La pandemia ha demostrado que no somos una sociedad invulnerable, que muchas cosas están fuera de nuestro alcance.
14.30 horas. No soy cocinillas, prefiero ver a otros trajinando. En casa no entra nada que no sea ecológico, admito que mi mujer y yo somos un poco radicales en ese sentido. El arroz con coliflor hace unos risottos magníficos. He viajado y probado los restaurantes más estrellados, pero al final vuelves a las esencias. Me encanta lo casero, ya sea un chuletón, callos, un potaje de garbanzos; aprecio la diferencia entre un bote de tomate y una salsa hecha con cariño. Comemos con la televisión puesta, pero rara vez llego a los deportes. Es la siesta del fraile: diez minutos y me quedo como nuevo.
17.30 horas. Ensayo en casa y lo hago pronto, porque a medida que avanza la tarde me da pereza. Una hora larga que exige cierta disciplina, porque a los actores siempre nos gusta tener a alguien delante. Repaso el guión y vuelvo sobre algún fragmento al que quiero dar un tono distinto. Siento que la obra todavía está madurando. Oiga, ¿va a seguir preguntándome por las horas? Esto parece un interrogatorio en comisaría. '¿Recuerda que hacía usted ayer entre las 8 y las 9?'.
13.00 horas. Se puede hacer humor de todo, hasta de la guerra, otra cosa es que uno se imponga límites. Hay una tendencia a lo políticamente correcto, muy intolerante y que entraña el riesgo de que quedes marcado si te metes en según qué huertos. Alguien dijo una vez que la gente es maravillosa, pero el ser humano es odioso. Está luego la imagen que los demás tienen de ti y cómo cuesta arrancar etiquetas. Yo me considero divertido, pero no un histrión. Hay compañeros, excelentes cómicos, que son extenuantes.
20.30 horas. Ceno pronto, por lo general ensaladas. Mi mujer es más de picar, pero yo tengo que estar sentado a la mesa. Zanahoria rallada con hinojo, alguna anchoa por encima, tomate seco, quizá bonito... Luego aprovecho para ver algo de televisión, al Wyoming o El Hormiguero si sale algún conocido, pero sobre todo series. Me he visto literalmente empujado a seguir 'El juego del calamar', como antes me ocurrió con 'La casa de papel', aunque nunca más de dos capítulos. Cuando algo se convierte en un fenómeno popular, será por algo...
14.00 horas. Como con mi amigo el periodista Joan Vehils en La Venta, un restaurante con terraza en el Tibidabo. Hacen la mejor butifarra que se puede encontrar en Barcelona. En casa tengo un pequeño gimnasio. No me voy a marcar el pegote. Un par de días a la semana hago bicicleta, que es con lo que mis rodillas sufren menos (tengo el menisco derecho roto y el otro con el cartílago desgastado). Poco tiempo, pero con mucha intensidad; lo que tarde en hacer unos 15 kilómetros.
20.00 horas. Hoy actúo en Sant Joan Despí, mañana en Castellbisbal. El título de 'Por fin solo' me lo pusieron en bandeja. Tricicle fue una unión maravillosa con Paco y Joan, lo que pasa es que cuando echamos el freno a mí me apetecía cambiar de registro y me seguía disparando la adrenalina. Todo lo que cuento a lo largo de hora y media son anécdotas que vivimos juntos, rigurosamente ciertas por más que parezcan imposibles, y con las que la gente se ríe mucho. Al final, es como un epílogo de mi carrera, algo que te motiva y devuelve la ilusión. A estas alturas de la película, ya es mucho.
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