Unas botas guisadas
Gastrohistorias ·
Eso tuvo que comerse el zapatero de don Carlos, hijo de Felipe II y príncipe de Asturias, por haberle hecho unos zapatos demasiado estrechosGastrohistorias ·
Eso tuvo que comerse el zapatero de don Carlos, hijo de Felipe II y príncipe de Asturias, por haberle hecho unos zapatos demasiado estrechosAna Vega Pérez de Arlucea
Sábado, 9 de noviembre 2019, 00:22
En la ópera de Verdi 'Don Carlo' un príncipe joven, guapo y valiente se enfrenta a su padre, un viejo rey cruel y resentido, por el amor de una mujer y por la libertad de Flandes. Con su poquito de Inquisición por aquí, un auto ... de fe por allá y conspiraciones por doquier, esta extraordinaria obra musical de 1867 inspirada en el drama 'Dom Karlos' de Friedrich Schiller lleva 150 años poniendo de su parte para alimentar la famosa leyenda negra española. Porque el príncipe del argumento no es otro que Carlos de Austria (1545-1568), primogénito del rey de España y príncipe de Asturias, mientras que el malvado rey que se casa con la prometida de su hijo responde al nombre de Felipe II.
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En el parentesco entre ambos personajes y el auténtico matrimonio de Felipe II con la joven Isabel de Valois terminan los hechos reales en los que se inspiraron tanto Schiller como Verdi. Don Carlos tenía sólo 14 años cuando su padre, aún de muy buen ver a la edad de 41, se casó con Isabel. Tampoco era el príncipe ningún galán: era algo contrahecho y de carácter difícil, proclive a las rabietas, los comportamientos violentos y las extravagancias. Durante su juventud se creyó que había heredado los problemas mentales de su bisabuela —por parte doble, ya que sus progenitores era primos— Juana la Loca, y un traumatismo craneal con trepanación incluida agravó la situación en 1562, temiéndose por su vida y dejándole secuelas permanentes.
La falta de confianza del monarca en el príncipe y la ambición de éste, que deseaba gobernar en Flandes, llevaron con el tiempo a un enfrentamiento público con intento de rebelión y conato de huida por parte de don Carlos, que acabó detenido y falleció a los pocos meses. La situación, un tanto misteriosa y de la que se intentaron ocultar los detalles, dio pie a que el rey fuese tachado de cruel, taimado e implacable en toda Europa y a que se acrecentara la animadversión contra la monarquía española. De los episodios violentos cercanos al sadismo de Carlos se supo mucho menos, aunque no faltaran los relatos de humillaciones, castigos físicos o actos perturbadores cometidos por el primogénito real. Uno de ellos, referido a que el príncipe hizo comer unas botas a un sirviente, es el que nos trae hoy aquí. Si ocurrió de verdad o no, no se lo puedo asegurar a ustedes, pero sí es cierto que aparece en varias fuentes historiográficas y también en la literatura de la época.
Uno de los primeros testimonios de esta historia lo encontramos en las obras completas de Pierre de Brantôme, viajero y cronista francés que en 1564 visitó España y contó que «estando yo en España me relataron una historia sobre cómo el zapatero del príncipe le había hecho unas malas botas; mandó que las cortara en trozos pequeños y las guisara como callos de vaca, y después se las hizo comer delante de él». A Brantôme no se le suele atribuir demasiado rigor histórico, pero sí al historiador Luis Cabrera de Córdoba (1559-1623), quien incluyó otra versión de la misma anécdota en su 'Historia de Felipe II', publicada en 1619. Entre otras trifulcas protagonizadas por don Carlos recogió que el rey «había mandado a don Pedro Manuel que hiciese el menestral las botas para el Príncipe justas como él las traía, porque al contrario las quería don Carlos; al calzarlas con dificultad, diciendo que su padre mandó fuesen tan estrechas dio un bofetón a don Pedro Manuel, y guisadas y picadas en menudas piezas hizo comer las botas al menestral. Su padre llevó a su cámara al caballero con honrosa satisfacción y sosegó a la familia». La historia era tan jugosa (no como las botas) que apareció también en distintas obras literarias como las Rimas de Vicente Espinel (1591), donde por lo menos se le da un cariz sabroso al castigo: «Hizo, pues, bien el cocinero / que movido a comer por ser mandado / contra su voluntad a un zapatero / y para regalar al convidado / y mostrar su variedad en la comida / le hizo de unas botas un guisado, / la mejor cosa que comió en su vida». Ya de tener que comerlas, por lo menos que estuvieran bien condimentadas.
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