Secciones
Servicios
Destacamos
«Pueblo viejo de Belchite ya no te rondan zagales, ya no se oirán las jotas que cantaban nuestros padres». La estrofa escrita en la puerta de las ruinas de la iglesia de San Martín de Tours retumba como el eco de un disparo entre los muros heridos de este pueblo fantasma de la Guerra Civil, donde las voces y la música se apagaron en el verano negro de 1937 tras las dos semanas (entre el 24 de agosto y el 6 de septiembre) de feroces combates entre sublevados y republicanos que derramaron la sangre de cinco mil militares y civiles, y dejaron la huella imborrable de la destrucción en sus calles, plazas, iglesias y viviendas.
Casi 90 años después de aquel asedio (el más prolongado y letal de todos los que sufrió), las ruinas del pueblo viejo de Belchite (tras la contienda se construyó al lado el nuevo Belchite, que hoy tiene 1.500 habitantes) luchan contra el paso del tiempo manteniéndose milagrosamente erguidas para que las generaciones presentes y futuras no olviden la tragedia de una guerra que enfrentó a hermanos contra hermanos.
Con esa idea de que los vestigios que quedan en pie no acaben sepultados bajo sus propios escombros, la World Monuments Fund (WMF), una fundación internacional con sede en Nueva York, acaba de incluir a este histórico enclave de la provincia de Zaragoza en su lista de los 25 lugares del mundo que necesitan medidas de preservación urgentes. El documento incluye otros sitios en situación de emergencia, como el tejido urbano histórico de Gaza, la Casa del Maestro en Kiev, la costa suajili en África o la ciudad vieja de Antioquía, en Turquía. WMF no invertirá dinero para salvar el viejo pueblo, pero sí lo ha puesto en el escaparate para llamar la atención de autoridades y donantes.
Para el alcalde de Belchite, Carmelo Pérez (PP), la noticia «es importante y también preocupante». Valora que una organización que vela por el patrimonio de los cinco continentes les haya puesto en el mapa del mundo, al tiempo que le «inquieta» porque es un indicador «del frágil estado de conservación de este patrimonio histórico». Pérez confía en que la elección de Belchite (escogida por un jurado internacional entre las 212 candidaturas presentadas a la edición de 2025) sirva de «punto de inflexión» para que las administraciones se impliquen en «conservar y consolidar las ruinas que aún tenemos en pie».
En Belchite todavía esperan la llegada de una partida presupuestaria de 7 millones de euros aprobada en 2022 por el Gobierno central y que tendría que materializarse antes de 2026 para afianzar lo que hay y convertir este campo de batalla congelado en el tiempo en un espacio de paz y memoria. «Tanto que se habla de la memoria histórica y aquí tenemos un símbolo único en España, un pueblo que está como quedó tras la Guerra Civil», se lamenta el regidor, que apuesta por crear un centro de interpretación y de recepción de visitantes, y promover un turismo sostenible.
Con el dinero que llega a cuentagotas se van acometiendo actuaciones puntuales. Las últimas inversiones vinieron del Gobierno aragonés y se destinaron a consolidar la torre del reloj y el ábside de la iglesia de San Martín. El próximo 6 de febrero el alcalde tiene prevista una reunión en Madrid para tratar de desbloquear la partida aprobada en 2022.
Mientras tanto, la Fundación Belchite sigue promocionando las visitas guiadas (43.000 en 2024) por los icónicos escenarios de los horrores de la guerra. Las hay diurnas (8 euros), centrada en los combates «calle a calle», «casa por casa» y «cuerpo a cuerpo», como recuerda Natividad Virgós, de la Oficina de Turismo, y nocturnas (12 euros), más enfocada hacia los misterios y leyendas que rodean los fantasmagóricos restos del pueblo viejo y que se hace con linternas al no haber alumbrado eléctrico.
A los viajeros que honran con su visita la memoria de Belchite les gusta saber que esas mismas calles que pisan fueron fotografiadas por Robert Capa, y que allí escribió Hemingway sus crónicas de la Brigada Lincoln al mando de Robert Hale Merriman, un profesor de economía de la Universidad de California, que le inspiró para crear a Robert Jordan, el protagonista de 'Por quién doblan las campanas' (1940). También el dramaturgo José Sanchis Sinisterra centra en este frente de batalla la trama de su memorable '¡Ay, Carmela!'.
Esos mismos visitantes se sorprenden al conocer que los vestigios que contemplan han servido en varias ocasiones de plató de cine, por ejemplo cuando el ex Monty Python Terry Gilliam rodó en 1987 'Las aventuras del barón Munchausen', recreando en Belchite una antigua ciudad europea destruida por la guerra; o que en 2021 lo visitó Spiderman, que convirtió las iglesias de San Martín y San Agustín y la calle Mayor en escenario de una batalla en 'Lejos de casa'. El esqueleto de su arquitectura atrajo también a Guillermo del Toro, que rodó 'El laberinto del fauno' (2006) y llevó la estampa de Belchite hasta los Oscar de 2007, donde competía en la categoría de Mejor Película de Habla no Inglesa. La última cinta que ha escogido Belchite como localización de parte de sus escenas ambientadas en el frente de Aragón, en 1937, fue 'Incierta gloria' (2017), de Agustí Villaronga.
Pero más allá de la pantalla, Belchite, junto a otros nombres como Jarama, Brunete, El Alcázar o la Batalla del Ebro, permanecen aún hoy en el imaginario colectivo como una de esas postales de la Guerra Civil imposibles de olvidar.
Belchite se convirtió en un encarnizado frente de batalla que cambió de manos tres veces. Primero fue tomado por los franquistas, luego reconquistado por los republicanos y más tarde fue retomado de nuevo por los sublevados. Tras el golpe de Estado del 18 de julio de 1936, tropas falangistas se adueñaron del pueblo y depusieron y encarcelaron al alcalde socialista, Mariano Castillo, que se suicidó en la celda donde estaba recluido el día 31 de ese mismo mes. En agosto de 1937 en un intento por distraer el avance franquista por el norte, el ejército republicano quiso cercar Zaragoza, y en el camino se topó con la resistencia de Belchite, donde se entablaron durísimos combates «calle a calle» y «casa por casa» con bombardeos aéreos, que en dos semanas (entre finales de agosto y primeros de septiembre) arrasaron el pueblo y se cobraron cinco mil vidas. Finalmente, los sublevados tomarían de nuevo Belchite en otra batalla que tuvo lugar apenas seis meses después, en marzo de 1938, cuando las posiciones republicanas en el frente de Aragón comenzaban a desmoronarse. Belchite no tenía gran valor estratégico, pero sí simbólico para ambos bandos. De hecho, Franco ordenó que el viejo Belchite no fuese restaurado y quedase ante el mundo como símbolo de la «barbarie comunista». Y ahí sigue como símbolo de todas las barbaries.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Cinco trucos para ahorrar en el supermercado
El Diario Vasco
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.