Guillermo Pérez Villalta. L. Daza

«He huido siempre del estilo y ahora huyo del 'colorinchi'»

El eléctico pintor gaditano Guillermo Pérez Villalta repasa en una muestra laberíntica y con cien obras una trayectoria de más de cuarenta años

Domingo, 21 de febrero 2021

El arte es «un fabuloso laberinto» para Guillermo Pérez Villalta (Tarifa, Cádiz 1948). Y 'El arte como laberinto' se titula la exposición que reúne en Madrid (Sala Alcalá 31, hasta el 25 de abril) más de un centenar de obras de este ecléctico creador. Pintor, ... escultor dibujante, grabador, diseñador de joyas y objetos, arquitecto frustrado, escenógrafo y escritor, le gusta llamarse artífice antes que artista. Asegura haberse pasado toda su vida «huyendo del estilo». Ahora huye de la invasión del lo que llama 'colorinchi' y su paleta se ha hecho más cálida y terrosa.

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–¿Concibe el arte como un laberinto?

–Sí. El arte es fundamentalmente el laberinto del pensamiento. No es lineal. Son caminos y ramas que se bifurcan. Nunca he tratado de seguir una línea recta y quiero que el espectador tenga la misma sensación. Por eso el recorrido de la exposición es sinuoso y muy libre. No hay orden cronológico ni temático.

–Prefiere que el espectador haga un recorrido caótico ¿El caos es más creativo que el orden?

–No sé si el caos, pero desde luego el azar sí. Es fundamental para la creación. El azar es orden en el tiempo. Lo que sucede azarosamente acaba cobrando sentido. El azar es una concatenación de cosas muchas veces feliz. El caos es otra cosa.

–¿Por qué le gusta llamarse artífice antes que artista?

–Me siento creador de cosas, no fundamentalmente pintor. Empecé a pensar que era pintor muy tardíamente. Estudié arquitectura y estuve muchos años en la escuela, pero no llegué a titularme. El ejercicio de la profesión era horrendo: muy poca creación y muchos problemas técnicos. Para entonces, podía vivir ya de la pintura, que me permitía hacer lo que yo quería en todos los sentidos. He diseñado objetos, joyas, muebles, fuentes, y parte de algún edificio.

–Tras casi medio siglo de pintura y muchas idas y venidas ¿tiene claro para qué sirve el arte?

–Sí. Desde hace muchos años. El arte es una ampliación del conocimiento semejante a la filosofía o a la ciencia. La ventaja es que el arte no tiene que ser verdad. Es la expansión más libre del pensamiento. La belleza y el placer siempre van de la mano, y esa dualidad crea cierto espíritu. Ahora que tengo problemas físicos y soy viejo, mi mente sigue con una enorme claridad en la búsqueda de esa belleza.

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–Se dio a conocer cuando la modernidad lo era todo pero ¿es hoy un moderno heterodoxo que se mira en el clasicismo?

–Sí, pero no solo en el clasicismo. El movimiento moderno es muy corto. Empieza con 'Las señoritas de Aviñón', hace nada, y el arte no tiene menos de 5.000 años. Desde la pirámide de Saqqara hasta hoy han pasado muchas cosas. Me gusta el arte en general, sea de donde sea, y eso pesa en mi obra. Soy clasicista, no clásico. Procuro encontrar aquello que permanece en el tiempo y nunca pretendo ser clásico.

–Lo que sí es ecléctico. En su obra ha referencias desde el arte grecorromano al pop, pasando por Duchamp, Warhol o Disney.

–Las primeras obras de Disney tuvieron una gran influencia en mi. Como el pop, que me permitió tener una visión amplia de cosas de mi entorno a las que no se les daba importancia para el arte, como la música, que para mí era relevante.

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–Su paleta se ha suavizado. Antes tenía colores más vivos y ahora más suaves y terrosos.

–No uso pinturas artificiales. Utilizo pigmentos que yo fabrico. Ahora utilizo los colores terciarios. Empecé a tomar una cierta manía a los colores más vivos en un mundo en el que hay tantísimo 'colorinchi'. He querido refinar el color, hacer mezclas menos evidentes, jugar con otras gamas, como el violeta y el verde. Son raros, más sutiles y aguantan más el tiempo de visión. Tengo ahora otro sentido del color.

–¿Podría definir su estilo?, si es que lo tuvo antes o lo tiene ahora.

–Jamás he tenido voluntad de estilo. He huido siempre de él. Pero cierto estilo emerge, porque soy yo quien piensa y al final las cosas se parecen. Pero no es que yo haya buscado un estilo. Jamás.

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–Una fuente en el centro de la exposición se puede leer: 'La vida surge para el reconocimiento de la belleza' ¿Su máxima?

–Sí. Me he planteado recurrentemente el porqué de la vida. Si el mundo mineral es perfecto en sí mismo, ¿por qué surge la vida biológica?. Pues creo que para tener conciencia de la existencia. El Homo sapiens se diferencia del resto de los animales en que tiene consciencia y conciencia de esa cosa tan rara que es la belleza de las cosas. Es un estado más elevado de la evolución.

–¿Qué le distanció de la escultura?

–Mi primera exposición fue con objetos tridimensionales. Pasé a la pintura por contraposición a los dictámenes de la época, cuando te decían ya que era algo antiguo y perdido. Descubrí entonces la enorme comodidad de pintar. Es mucho más aparatoso hacer una instalación que pintar un cuadro y ponerlo en la pared para que lo disfrute el espectador. Siempre he buscado la sencillez y la pintura me permite controlar el proceso del principio al final desde el bastidor hasta la firma. Me encantan los objetos pero siempre necesitan de la intervención de terceros, de talleres y demás, y nunca llegas a lo que tú soñaste que fuera.

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–¿Un artista está siempre insatisfecho con su obra?

–No. Hay pinturas que me procuran una gran satisfacción. Es un enorme placer ver que el cuadro ha salido exactamente como querías. No soy un artista superdotado, debo luchar para conseguirlo, y a veces parece que los cuadros están demasiado insistidos. Otras veces son más ligeros. Mi única pretensión es hacerlo lo mejor que pueda.

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