Almodóvar y Galindo, pareja de lienzo

«Me he involucrado con todo el cuerpo», aseguró Almodóvar en la multitudinaria presentación, flanqueado por el ministro de Cultura, José Guirao, por su cómplice plástico, y ante una legión de famosos 'almodovarianos' que llenaron las salas en las que cuelga sus lienzos. Son todas obras de gran formato –la más grade de once por seis metros– elaboradas sobre la base de gigantescas ampliaciones de los bodegones florales de Almodóvar. Con firmes y ágiles brochazos, pintando a menudo con las propias manos, con trapos, papeles o chorretones y salpicaduras, Almodóvar y Galindo culminan su frenético festival del color con las técnicas propias del 'Action painting'.

«Hacía mucho que no experimentaba algo tan nuevo y poderoso como la pintura», confesó el cineasta, asegurando no sentirse pintor. Lo dijo junto a Galindo, su guía en este novedoso desafío creativo que le llevó a disfrutar como un niño jugueteando con lienzos, pigmentos y brochazos, como un consumado maestro de la pintura de acción.

El germen de la alocada aventura plástica está en los bodegones florales y frutales que Almodóvar fotografía desde hace tiempo y que expuso en la prestigiosa galería Marlborough de Nueva York. Ampliando la escala de sus imágenes y estampándolas en enormes telas, emergieron los lienzos que pintaron al alimón Galindo (Madrid, 1965) y Almodóvar (Calzada de Calatrava, Ciudad Real, 1949). Pintan ambos con frenesí, con trazos decididos y espontáneos, sobre rosas, margaritas, crisantemos y todo tipo de flores y frutas.

Fue Galindo quien incitó a Almodóvar a ampliar su serie fotográfica. «Pensé que no pintaría, que lo haría él; pero llegué a su casa, me dio un pincel y una de las fotos y me pidió que hiciera el primer trazo», cuanta Almodóvar sobre el inicio de una serie que debía limitarse a doce telas pero que alcanzó la cincuentena.

Los vídeos que incluye la muestra revelan el lúdico proceso de elaboración de unos luminosos lienzos en los que impera el color, elaborados sobre el suelo, a velocidad de vértigo y desde una libertad plena. «Los recuerdos de cada jornada de trabajo son de lo mejor que me ha pasado este último año», confesó Almodóvar. «Ha sido como una danza de complicidad», confirmaba el comisario de la muestra, Rafael Doctor, sobre el «ágil, amistoso y caótico» proceso creativo del tándem. «Un proceso que abordan con mucho silencio, muchas veces sin mirarse, pero nutriéndose mutua y constantemente y sin complejos», según Doctor.

«He aprendido mucho viendo pintar a Pedro», dice Galindo de su «socio», a quien se llevó a su estudio, en el toledano pueblo Borox. Metido en harina, Almodóvar se reveló como «un pintor entusiasta e impulsivo», encantado de mancharse las manos, la ropa y sus carísimas deportivas con una explosiva paleta que alterna tonos rosas, amarillos, blancos, verdes y azules.

Galindo y Almodóvar se conocieron cuando el realizador encargó al pintor el dibujo de un niño leyendo sobre un papel desgajado de un saco de cemento, una imagen esencial en la trama de 'Dolor y gloria', último trabajo del ganador del Óscar por 'Todo sobre mi madre' hace casi dos décadas.

«Parece que me he reinventado como fotógrafo y pintor, pero todo ha sido un proceso natural. Con la misma naturalidad continuaré pintando o dejaré de hacerlo, aunque no sé si tendré el valor de mostrar lo que haga en casa», confesaba un Almodóvar risueño y pudoroso. Un pudor que no sintió a la hora de mostrar su trabajos con Galindo. «Me ofrece una confianza y un magisterio sin el que me sentiría muy huérfano», dice Almodóvar, que colecciona la obra de Galindo, de quien ya incluyó un cuadro en 'La piel que habito'.

Las telas parecen realizadas ex profeso para el destartalado espacio que las acoge, las naves del centenario edificio de Tabacalera, que acogieron en la inauguración una suerte de fiesta almodovariana a la que no faltaron Rossy de Palma, Boris Yzaguirre, Topacio Fresh, Paco Clavel, Ouka Leele o Mario Vaquerizo.