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Álex Sánchez
Tres cadáveres y un reguero de deudas por una estafa del amor millonaria
Morata de Tajuña

Tres cadáveres y un reguero de deudas por una estafa del amor millonaria

«Ya está, ya he matao». Así confesó Dilawar Hussein a la jueza los crímenes de los hermanos de Morata, a los que consideraba responsables de la muerte de su madre porque no le devolvieron los 59.500 euros que les prestó

Juan Cano

Málaga

Sábado, 25 de enero 2025, 07:03

A las 22.55 horas, Dilawar Hussain Fazal, alias 'El negro', entró por su propio pie en el cuartel de Arganda del Rey.«¿Sabes lo que ha pasado en Morata de Tajuña?», espetó al agente que vigilaba la entrada. Era 21 de enero. Tres días antes, la Guardia Civil había encontrado los cadáveres de tres hermanos parcialmente carbonizados y con signos de violencia en su domicilio del municipio madrileño. Y en esos momentos, Dilawar, paquistaní, de 43 años, era el hombre más buscado del país.

Los investigadores ya lo tenían en su punto de mira como el principal sospechoso del triple crimen por varios motivos. Habían averiguado que dos de las víctimas cayeron en las redes de los estafadores del amor y llevaban al menos ocho años entregándoles grandes sumas de dinero. Sabían también que las hermanas, cegadas por la promesa de cobrar una herencia millonaria, se habían arruinado y estaban asfixiadas por las deudas porque habían pedido préstamos a amigos y conocidos para seguir haciendo transferencias a sus amantes virtuales convencidas de que eran militares del Ejército estadounidense.

«¿Sabes lo que ha pasado en Morata de Tajuña? Yo soy el que ha matado a las tres personas, porque estoy loco, esas personas han matado a mi madre, les he golpeado hasta matarles y no recuerdo nada más».

Dilawar Hussein Fazal

Los agentes no tardaron en descubrir que Dilawar estaba entre los prestamistas y que había estado en prisión por agredir a una de las hermanas con un martillo. «Yo soy el que ha matado a las tres personas», confesó al agente que vigilaba el acceso al cuartel de Arganda. «Estoy loco, esas personas han matado a mi madre. Les he golpeado hasta matarlas, no recuerdo nada más». La Guardia Civil tardó poco más de una hora en verificar que era el hombre al que buscaban. A las 00.10 horas le leyeron los derechos por el triple homicidio y por quebrantamiento de condena, ya que tenía orden de alejamiento hacia una de ellas.

La mañana del 16 de enero, la Policía Local de Morata de Tajuña (8.319 habitantes) recibió una denuncia por la desaparición de tres hermanos que vivían en el número 3 de la Travesía del Calvario. Sus vecinos no los veían desde mediados de diciembre y estaban preocupados por ellos. Un primo de Ciudad Real con el que mantenían contacto les escribió el típico WhatsApp para felicitarles la Navidad y tampoco encontró respuesta. Y entonces alguien comentó que habían ido a la farmacia y habían retirado medicamentos para tres o cuatro meses porque pensaban hacer un viaje a EE. UU. para cobrar la supuesta herencia.

La Guardia Civil comenzó oficialmente a buscarlos el 17 de enero. Los agentes comprobaron en su farmacia habitual que los tres hermanos habían ido a mediados de diciembre a retirar sus medicinas como de costumbre, pero no hicieron acopio de las mismas. A la mañana siguiente, sobre las 11.30 horas, los agentes decidieron romper una ventana de la casa familiar para comprobar si estaban dentro en una situación de riesgo. Les recibió un hedor a cadáver que no dejaba lugar a dudas.

Con autorización de la jueza, los investigadores del Instituto Armado accedieron a la vivienda y en la sala de estar, junto a la cocina, encontraron los cadáveres de los tres hermanos amontonados en el suelo y cubiertos de muebles, como en una especie de pira funeraria. El autor (o autores) de los crímenes les había prendido fuego, pero las llamas solo llegaron a quemar parcialmente los cadáveres y el incendio no se extendió al resto del inmueble.

Las víctimas fueron identificadas como Francisca Amelia (72 años), Francisca María Ángeles (75) y José Gutiérrez Ayuso (78), el mayor de los tres, que sufría una discapacidad psíquica. La curatela recaía sobre Amelia, que había sido anticuaria, mientras que su hermana Ángeles trabajó como profesora en Chinchón. Pepe se pasaba el día delante de la tele viendo deportes. Los tres habían nacido en Ciudad Real y llevaban ocho años viviendo en la casa de Morata de Tajuña tras vender un piso en la capital.

Dilawar Hussain Fazal, en un selfi desde Morata de Tajuña junto a los hermanos Gutiérrez Ayuso

Amelia

Ángeles

Pepe

Dilawar Hussain Fazal, en un selfi desde Morata de Tajuña junto a los hermanos Gutiérrez Ayuso

Amelia

Ángeles

Pepe

Dilawar Hussain Fazal, en un selfi desde Morata de Tajuña junto a los hermanos Gutiérrez Ayuso

Amelia

Ángeles

Pepe

Dilawar Hussain Fazal, en un selfi desde Morata de Tajuña junto a los hermanos Gutiérrez Ayuso

Amelia

Gutiérrez

Ángeles Gutiérrez

Pepe Gutiérrez

Justo ocho años llevaba Amelia chateando con Eduard, un apuesto militar estadounidense (o eso le hicieron creer) que se encontraba de misión en Afganistán y al que enviaba periódicamente dinero porque él se lo pedía con mil excusas a las que ella hacía oídos sordos. Estaba profundamente enamorada. Ángeles se echó otro novio por Internet. Estuvieron a punto de conocerse, pero le pegaron un tiro y falleció. Le hicieron creer que el difunto tenía una herencia multimillonaria que ella podría cobrar. A Dilawar, según contaron a sus amigas, se lo iban a llevar de intérprete a EE. UU. para los trámites.

Aunque su entorno les advirtió de que estaban siendo estafadas, ellas no se lo quisieron creer y siguieron mandando dinero. Dilapidaron la venta del piso y, cuando se quedaron sin fondos, pidieron prestado a amigas y vecinos, muchos de ellos pensionistas, a los que debían más de 360.000 euros. En octubre de 2024, Amelia confesó a una amiga que estaban arruinando sus vidas, que no tenían dinero y que la casa ya no era suya, por lo que tenían que pagar un alquiler y habían pedido otro préstamo.

Dilawar, por su parte, llegó a Europa en 2003 en busca de un trabajo bien remunerado con el que subsistir y enviar dinero a su familia en Pakistán. Tras un breve paso por Dinamarca, recaló en Francia, donde estuvo año y medio trabajando de oficial en la construcción. En 2005 llegó a España y viajó por distintas ciudades. En Bilbao, donde vivió entre 2015 y 2019, sufrió una dura experiencia que le marcaría para toda la vida. Una noche, en un restaurante donde trabajaba como camarero, descubrió que unos clientes pretendían marcharse sin pagar, lo que se conoce coloquialmente como un 'simpa'. Cuando les llamó la atención, ellos reaccionaron dándole una paliza de la que casi lo matan, según contó él a los especialistas de salud mental que lo han tratado.

El origen del conflicto

En 2019 se mudó a Madrid y, con los ahorros que tenía, acabó abriendo un locutorio en Arganda del Rey, donde se instaló en 2021. Allí conoció como clientas a las hermanas Gutiérrez Ayuso, que acudían regularmente a realizar los envíos de dinero a sus amantes cibernéticos. Ellas le contaron el negocio millonario que tenían entre manos y le ofrecieron participar a cambio de una suculenta comisión: si les adelantaba dinero, podía multiplicar hasta por cinco su inversión.

En enero de 2022, Dilawar les hizo el primer préstamo y estuvo dándoles dinero hasta noviembre de ese año. En la casa de las víctimas, y también en el teléfono de su verdugo, los investigadores hallaron dos modelos de contrato manuscritos donde él se erige como prestamista en unas condiciones propias de la usura.

Uno de los contratos escritos a mano con las condiciones del préstamo. R.C.

En uno de esos documentos, por ejemplo, dice haberles entregado 2.200, 550, 200 y 600 euros (un total de 3.350 euros) en concepto de tarjetas Steam, que son unas tarjetas de regalo que se pueden canjear por infinidad de artículos en tiendas físicas de todo el mundo. En el contrato, los prestatarios se comprometen a devolver esa suma más otros 20.000 euros (el interés) en el plazo de 10 días.

Dilawar acabó poniendo todo su patrimonio en manos de Amelia y Ángeles. Vendió hasta su locutorio y les entregó, en total, 59.500 euros. En octubre de 2022, se mudó a la casa de ellas, que le ofrecieron techo y comida como gesto de agradecimiento por el préstamo realizado.

Vivieron juntos unos meses, pero en diciembre, y en vista de que no le pagaban, denunció a las hermanas por no devolverles el dinero. Aún hoy sigue lamentándose de que aquella denuncia terminara siendo papel mojado y que nadie le hiciera caso.

El 29 de enero de 2023, Dilawar atacó por primera vez a Amelia, a la que propinó golpes en la cara, el párpado derecho, la nariz, el cuello y la espalda mientras le gritaba «yo te mato». Aunque la agresión le dejó el primer antecedente en su historial, las lesiones se consideraron leves y no pisó la cárcel.

Un mes después, su madre enfermó y fue hospitalizada en Pakistán. Dilawar, que se sentía responsable de mantener a la familia en su país, se afanó en buscar dinero para costear los gastos médicos, pero no tenía nada. Acudió, de nuevo, a Amelia y Ángeles para recuperar al menos parte de lo que les había entregado, pero para entonces ellas estaban ya sumidas en un pozo de deudas. «Dame algo que yo mando para tratamiento de mi madre», les dijo a las hermanas Gutiérrez Ayuso, según su declaración. Su madre murió el 23 de febrero.

Un día después, Dilawar golpeó a Amelia con un martillo en la cabeza y la espalda. Reconoció los hechos, calificados como lesiones graves. Fue la primera vez que ingresó en prisión.

Allí permaneció hasta el 12 de septiembre de 2023. Tras su salida de la cárcel se mantenía con un subsidio de 480 euros, lo que le impedía mandar dinero a su país.

Pasaron dos meses y Dilawar seguía sin ver rastro de su dinero. La madrugada del 17 de diciembre, el paquistaní salió de su casa, un piso compartido con media docena de migrantes en Arganda del Rey, provisto de una botella de agua y un bocadillo. A las 3.00 AM empezó a caminar por la vía verde a la altura del Hospital Universitario del Sureste guiado únicamente por la linterna de su teléfono móvil. «No estaba mucho frío (sic), pero yo bien colocado con chaquetas», declaró a la jueza, a la que dijo que estaba todo muy oscuro y que «nevaba», aunque eso sólo ocurrió en su cabeza. Ese día, en Arganda del Rey hubo una máxima de 10 grados y una mínima de -2, aunque con un 0% de probabilidad de precipitaciones. El cielo estuvo despejado y, por supuesto, no nevó.

Dilawar tardó casi tres horas y media en recorrer a pie los 10,8 kilómetros que separan su piso en Arganda de la casa familiar de los Gutiérrez Ayuso en Morata de Tajuña. Es curioso: de la calle Misericordia a la Travesía del Calvario. Eran las seis y media de la mañana. Saltó la valla perimetral, llamó a la puerta y se debió de encontrar primero con Pepe, al que presuntamente redujo a golpes con un palo de hierro que halló en el patio de la vivienda. Luego hizo lo mismo con Amelia y Ángeles, que estaban desayunando. «Ya está, ya he matao», confesó a la titular del Juzgado de Instrucción número 5 de Arganda del Rey tras su detención.

Fachada de la casa de los tres hermanos en Morata de Tajuña, Madrid. A. Martínez Vélez/E P.

Así describió él (literalmente) lo sucedido: «Esperaba que ellos salen de puerta, quería hablar de dinero, pero ellos no quieren escucharme, cuando ellos me abren puerta yo he dado golpe a todos». Dilawar trató de justificar una defensa propia: «Ellos tenían en su mano para pelear mí (sic), cuchillos y diferentes cosas. Ellos tenían cuchillos cuando yo toqué puerta».

En su declaración, reconoció que los golpeó con un hierro en la cabeza, el cuello y los brazos. Cuando la jueza le preguntó qué pasó con el arma, dijo que se deshizo de ella durante el viaje de vuelta a Arganda: «Cuando yo bajé de segunda parada, viene bus de Morata, ahí, basura, yo tirao ahí». El arma homicida no pudo ser recuperada.

Al contrario de lo que se pensaba hasta ahora, no prendió fuego a los cuerpos el 17 de diciembre. Dilawar se marchó a su casa y volvió dos días después, el 19, sobre las ocho de la tarde. Según relató a la jueza, el día de los crímenes dejó la puerta entornada y por eso no tuvo que forzarla. Apiló los cadáveres, colocó una cómoda y una silla encima, y quemó los muebles con un mechero.

Dilawar se refirió a ellas en todo momento como «las señoras», a las que responsabilizaba de la muerte de su madre al no poder hacerse cargo de su tratamiento. «Mis niños están sufriendo», llegó a decir a los forenses que lo examinaron, a quienes contó que tiene mujer y tres hijos de 6, 8 y 12 años, así como un hermano que dependen económicamente de él. «Por eso yo perdí mi cabeza, yo quería hablar de dinero, pero ellos querían sacarme de allí. Me prometieron que iban a devolver el doble, que me iban a poner una tienda, que iban a traer a mi familia y que me iban a dar un piso también».

Detención de Dilawar Hussain, asesino confeso de los tres ancianos de Morata de Tajuña. G. Navarro

La jueza le preguntó si sabía lo que estaba haciendo cuando entró con un palo de hierro en la casa. Dilawar respondió que sí, aunque alegó que no tenía «voluntad de matar, sólo de hablar» y admitió que hizo «cosas malas». Aseguró que escucha voces que le preguntan qué ha hecho y también ruidos de leones, y que está en tratamiento en el área de salud mental del Hospital Juan de la Cierva.

Los forenses que lo examinaron en el procedimiento concluyeron que no presenta enfermedad mental del ámbito de lo psicótico, aunque sí apreciaron rasgos compatibles con un trastorno paranoide de la personalidad. Concluyeron que muestra «indicadores desadaptativos», entre los que destacan «falta de arrepentimiento, desconfianza, suspicacia, rencor y frialdad emocional con baja empatía», con un discurso «victimista y justiciero».

Documento manuscrito hallado por la Guardia Civil en el interior del domicilio. R.C.

En el registro de la casa, la Guardia Civil encontró documentos que prueban el romance que las hermanas creían estar viviendo, como un documento manuscrito con el siguiente encabezamiento: «Datos del DPTO EE.UU». Las hermanas anotaron los nombres, teléfonos y correos electrónicos del secretario general del Departamento de Defensa, de la secretaria del Ejército de EE.UU. o el jefe del Estado Mayor. Era la fábula que habían creado un grupo de estafadores con los que llevaban años chateando, y que les hicieron creer que estaban viviendo un romance de película.

Una de las huellas de calzado encontradas en la casa. R.C.

Los agentes especializados en inspecciones oculares tomaron muestras de cada rincón de la casa y encontraron dos huellas de calzado. El dibujo de una de ellas coincidía perfectamente con unas deportivas de la marca Nike que intervinieron al paquistaní. La otra no ha podido ser identificada. La jueza le preguntó si entró en la casa acompañado ante la posibilidad de que esos zapatos pertenecieran a un cómplice. Él respondió, y sigue manteniendo a día de hoy, que actuó solo.

Un mes después de su detención, recluido ya en la cárcel de Estremera, Dilawar Hussain Fazal mató a su compañero de celda tras golpearle con un disco de hacer pesas. Igual que en el triple crimen, arguyó que lo hizo en legítima defensa.

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