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HISTORIAS CON

Instinto

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      Del Derecho a la pintura: el girasol interior que floreció en Kandinsky

      Los girasoles se orientan hacia la luz. Los humanos, hacia lo que nos da sentido. Wassily Kandinsky y Félix Azpilicueta se dejaron guiar por un instinto que los llevó a crear legados eternos.

      Laura Fortuño

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      Cada día, los girasoles despiertan y empiezan a bailar con el sol, siguiendo al astro en su ruta de este a oeste, con la misma predictibilidad que las agujas de un reloj. Es como si un impulso invisible los conectase con su fuente de vida. Y así hasta la madurez, donde revelan su secreto: se quedan inmóviles, orientados permanentemente hacia el este, hacia el lugar donde la luz siempre vuelve a empezar.

      No tienen ojos, ni razonamiento mental, ni siquiera pueden guiarse por el corazón. Sin embargo, los girasoles saben exactamente dónde deben estar, como si un hilo invisible tirara de ellos para enlazarlos con aquello que necesitan para florecer. Esta conexión, que recibe el nombre de heliotropismo, es más que un movimiento: es un acto instintivo de supervivencia.

      Los seres humanos, en cierta parte, también nos dejamos guiar por un tipo de heliotropismo. No nos mueve el sol, pero sí algo igual de poderoso: una atracción hacia lo que nos da sentido. Un impulso que trasciende a la razón. Una brújula interna que nos orienta hasta encontrar nuestra propia luz. Y cuando la seguimos, igual que los girasoles, descubrimos que el instinto es lo que nos orienta de verdad. Y entonces, como ellos, florecemos.




      El instinto y el arte: trazos de lo invisible

      Corre el año 1880 cuando un joven llamado Félix Azpilicueta llega a Fuenmayor, en el corazón de La Rioja, para trabajar en la tienda de comestibles de un familiar. Podría haberse quedado allí, en ese camino predecible que parecía trazado para él. Pero como un girasol que se orienta en busca del sol, sintió una especie de heliotropismo humano que lo empujó hacia lo que le iluminaba: cambiar su destino. Gracias a ese instinto nació su bodega, un sueño que casi 150 años después sigue brillando como un referente mundial. Hoy, con cada copa de Instinto, un vino de autor 100% Tempranillo, celebramos no solo su legado, sino esa capacidad tan humana de buscar nuestra propia luz y florecer.

      Como el buen vino, el arte también sabe estimular los sentidos y conectar con nuestras emociones más profundas. Cada obra es única, un diálogo entre el creador y el espectador en el que los trazos, los colores y las formas construyen un viaje capaz de transportarnos. Igual que Féliz Azpilicueta siguió su instinto, guiado por un impulso que lo llevó a construir un legado en el mundo del vino, Wassily Kandinsky, el archifamoso pintor ruso, también escuchó su propio heliotropismo interior, un impulso que lo giró hacia la luz del arte, dejando atrás una carrera prometedora en Derecho.

      Pero imaginemos por un momento que no estamos en el siglo XXI y viajemos hasta 1896. En la Universidad de Moscú un joven disciplinado, metódico y con gran sensibilidad hacia su entorno, comienza sus estudios de Derecho y Ciencias Económicas. Y se le da bien. Demasiado bien, de hecho. Tanto, que sus años universitarios acaban por relegar a un segundo plano sus inclinaciones artísticas.


      Kandinsky escuchó su propio heliotropismo interior, un impulso que lo giró hacia la luz del arte, dejando atrás una carrera prometedora en Derecho

      Y adiós entonces a ese interés que desde bien pequeñito Kandinsky había demostrado por la música. Adiós a sus horas de piano y violonchelo. Pero algo quedó en él: una sensibilidad artística que años después se convertiría en el eje de su obra pictórica.

      Han pasado 10 años desde que el pintor ruso inicia sus estudios en la universidad. Es 1896 y recibe una oferta tentadora: una plaza de docente en la Universidad de Tartu (Estonia). Si dice que sí, se asegura un futuro estable, una vida académica respetada y una carrera que su familia aplaudiría. Pero algo dentro de él lo detiene.

      Una inquietud que nunca lo había abandonado del todo, un instinto hacia los colores, las formas, las texturas. Y entonces, en un acto que cambiaría el rumbo no solo de su vida sino del arte moderno, Kandinsky elige decir no y seguir su propio heliotropismo hacia la luz de la pintura.

      En lugar de aulas y códigos legales, optó por lienzos y pinceles. Y acertó. Se trasladó a Munich para entrar en la Academia de Arte, y a pesar de no ser admitido a la primera, siguió orientando su instinto hacia su deseo. Estuvo un tiempo aprendiendo por sí mismo hasta que entró en la academia en 1900. El resto es historia del arte.


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      Kandinsky elige decir no y seguir su propio heliotropismo hacia la luz de la pintura

      Si Wassily Kandinsky no hubiera seguido su instinto, el arte se habría quedado sin una de sus transformaciones más revolucionarias. Nadie hubiera podido elevar la mirada para contemplar ‘Several Circles’ en el Museo Guggenheim de Nueva York, una obra que nos recuerda nuestra conexión con el universo a través de sus forma, y ‘Composición VII’ no habría explotado como un torbellino de colores ante los visitantes de la Galería Tretyakov de Moscú. ‘Composición VIII’ nunca hubiera sido una joya en el Guggenheim. Kandinsky fue como ese girasol que, en lugar de quedarse en la sombra de lo seguro, giró hacia su luz, encontrando en el arte un nuevo sol. Al seguir esa intuición, no solamente transformó el arte, sino también nuestra manera de mirar, enseñándonos que las grandes creaciones solo florecen cuando seguimos aquello que nos ilumina.


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