

Fue uno de esos inventos que cambiaron el mundo, y aunque su origen exacto sigue siendo un enigma, las primeras observaciones de las propiedades de la magnetita nos transportan hasta la China imperial. Allí, hace siglos, descubrieron que un pequeño objeto de hierro imantado, cuando podía moverse con libertad (quédate con este concepto), se alineaba con el Norte y el Sur, obedeciendo las invisibles líneas del campo magnético terrestre.
Hay una brújula interna dentro de cada uno de nosotros. Existe algo poderoso y misterioso en ese cosquilleo que sentimos en el pecho o en esa certeza imposible de explicar que aparece cuando tomamos una decisión importante. Le llamamos instinto.
Las grandes historias, las vidas más inspiradoras, suelen tener un momento en el que todo parecía incierto pero alguien decidió escuchar esa brújula interior y cambiar de rumbo. Y es que, cuando puedes moverte con libertad, cuando eres capaz de ir por caminos que no existen ni en los mapas, conectamos con lo más auténtico de nosotros y logramos cosas increíbles.
La música y el instinto: una melodía inseparable
En la década de 1880, un joven llamado Félix Azpilicueta llega a Fuenmayor, una región de La Rioja Alta, para trabajar en la tienda de comestibles de un familiar avecindado en esta población. Si se hubiera quedado allí, si no hubiera seguido esa brújula interior a la que conocemos como instinto, no habría cumplido su sueño: construir una bodega que hoy es un referente internacional en el mundo del vino. Gracias a su cambio de rumbo, hoy, casi 150 años después, podemos disfrutar de Instinto, un vino de autor 100% Tempranillo lleno de matices que se caracteriza por su gran poder aromático.
Igual que el buen vino, la música también tiene ese poder de despertar los sentidos y transportarnos a otro lugar. Cada nota es como un matiz en un vino de autor y cada interpretación una cosecha única que refleja las emociones de quien la crea. Así como Félix Azpilicueta siguió su instinto para construir un legado en el mundo del vino, Andrea Bocelli, el tenor italiano legendario, dejó que esa misma brújula interna lo guiase hacia su verdadero destino y le permitiese reescribir su historia.
Pero retrocedamos un instante a la década de los 60. En el pueblo de Lajatico, en la región de Toscana, Italia, hay un colegio. En ese colegio un patio, y en ese patio varios niños. Y cuando a la mayoría de ellos les invitaban a jugar al balón, a él siempre le pedían que cantara. Su amor por la música se desarrolló desde muy temprano, pero su padre le hizo una única petición: canta todo lo que quieras, pero estudia algo con lo que te puedas ganar la vida.

Como el buen vino, la música tiene el poder de despertar los sentidos y transportarnos a otro lugar
Aunque su padre iba muy desencaminado, Bocelli le hizo caso. Al fin y al cabo, un padre es un padre. Así que al terminar la escuela media, se inscribió en la Universidad de Pisa y se licenció en Derecho, incluso estuvo trabajando como abogado en un bufete. El problema fue descubrir que la ley no le corría por las venas con la misma pasión que la música.
Y no le puedes pedir a alguien que ha nacido con un glaucoma congénito, a alguien que quedó completamente ciego a los 12 años después de recibir un golpe en la cabeza, a alguien que, si su madre hubiera seguido el consejo de los médicos hubiese abortado porque “el niño podría nacer con cierta discapacidad”... a alguien así no le puedes pedir que se conforme, porque está destinado a soñar en grande.
A pesar de tantas adversidades, Andrea Bocelli no solamente siguió adelante, también persiguió su instinto y con ello cambió su vida y la de millones de personas que hoy encuentran en su música un lugar para cobijarse.
Tres décadas de música le han dado para mucho al tenor estrella: ha llenado estadios, ha cantado ante reyes, papas y presidentes, y ha celebrado este aniversario tan especial con un documental, un macroconcierto y un disco acompañado una constelación de artistas como Karol G, Shania Twain, Chris Stapleton, Gwen Stefani, Marc Anthony, entre otros. Parece que nada queda ya de aquel pánico escénico, marcado por palpitaciones y ansiedades desde el primer hasta el último tema, que el artista sufrió durante muchos años y que le impedía disfrutar de sus conciertos.
El pánico escénico no impidió a Andrea Bocelli seguir esa intuición que le condujo por el camino de la música
¿Te imaginas un mundo en el que Andrea Bocelli no hubiese seguido su instinto? ¿Un mundo sin su voz cálida y eterna? Sin Bocelli, quizás ‘Con te partirò’ no habría acompañado despedidas inolvidables. El 'Nessun Dorma' no habría resonado con tanta fuerza en estadios y escenarios. Las Navidades habrían sido menos mágicas sin sus villancicos. Sin su instinto, el mundo de la música habría perdido no solo a un tenor extraordinario, sino a un contador de emociones que nos recuerda que la vida, como la música y el vino, debe vivirse (y beberse) con pasión.