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mauricio-josé schwarz
Viernes, 30 de septiembre 2022, 20:21
Al cuclillo se le conoce como cuco por su canto. La mayoría no hemos visto uno en la vida, pero conocemos su voz porque toda una familia de relojes nacida en la Selva Negra alemana da cuenta de las horas imitándola con dos pequeños fuelles y dos flautas de madera que -nota para los aficionados a la música- se separan por un intervalo de tercera mayor o menor de aguda a grave… cú-co.
Esto, que nos resulta divertido, lo es menos en la vida del cuco o cuclillo real. Su historia se podría contar como un relato de crimen y terror que comienza cuando una hembra de cuclillo observa desde la distancia cómo un pájaro de otra especie prepara su nido y hace la puesta de sus huevos. Aprovechando la ausencia de los dueños, la impostora se posa en él, tira uno de los huevos y pone ella misma uno similar a los de sus víctimas.
Hecho eso, la hembra de cuclillo se va, confiada en que sus víctimas cuidarán a su huevo y, eventualmente, a su polluelo, al que ella jamás verá, ni alimentará ni abrigará… Puede irse de vacaciones ahorrándose el enorme gasto en energía, tiempo y dedicación que requiere construir un nido, empollar los huevos, alimentar a las crías, repeler a depredadores. Como una verdadera delincuente, la hembra del cuclillo se apropia de todo ese esfuerzo… sin ni siquiera relacionarse directamente con sus afectadas.
Este juego de birlibirloque se transforma en una narración terrorífica. El huevo del cuco suele eclosionar antes que los demás del nido, y el polluelo instintivamente empuja y tira con la espalda a todos los demás huevos o, si han eclosionado, a los demás polluelos. El entrometido es ahora la única boca a alimentar y las víctimas de estas maquinaciones, inocentemente, harán lo posible para darle comida y cuidados.
A menudo, en una imagen inquietante, el polluelo de cuco puede ser varias veces más grande que las víctimas que lo alimentan cuando la cría abre la boca exigiendo más y más comida… hasta que un día parte del nido para vivir su propia historia de depredación y parasitismo.
No es precisamente el tipo de relatos que asociamos a las aves, pero el parasitismo entre ellas es enormemente común. Una de cada 100 especies sobrevive parasitando a otra u otras especies de aves, con sistemas muy variados aunque el cuclillo sea el ejemplo más común y conocido.
Algunos expertos en evolución proponen que lo que hoy es el parasitismo de cría o de puesta puede haberse originado en una práctica de repartir huevos por distintos nidos a fin de eludir a los depredadores. En cierto modo, algo como no poner todos los huevos en una sola canasta
Aunque no hay aún datos suficientes para saberlo con certeza, los ornitólogos, especialistas en aves, tienen dos hipótesis principales. Según la primera, el parasitismo entre especies o interespecífico se derivó de una primera estrategia que sería el parasitismo intraespecífico: aves que ponen sus huevos en el nido de otras de su misma especie para que sean criados por sus congéneres. Esto podría haberse dado en aves que anidan en colonias, donde se ha observado que algunos individuos ponen sus huevos en nidos ajenos ya sea por una mera confusión o después de haber perdido su propio nido.
La segunda hipótesis es que el parasitismo hacia otras especies surgió directamente, ya fuera por la ocupación de nidos de otras especies como ahorro al esfuerzo de construir el propio o por la competencia entre las aves por el mejor lugar para construirlo, el más seguro o asequible. Cambios en el entorno y un mayor espacio para la cría pueden haber favorecido que aparecieran formas de reducir el coste de la reproducción.
Y la reducción no es trivial. Los científicos han calculado que un cuclillo gasta la mitad de la energía y esfuerzo en su reproducción que las aves que crían normalmente.
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La estrategia del parasitismo de cría ha evolucionado siete veces de forma independiente, dando como resultado unas cien especies conocidas de parásitos que explotan a otras 950 especies de aves que son sus anfitriones, lo cual exige un acto verdaderamente magistral de mimetismo para que los huevos del advenedizo se confundan con los de sus damnificados
Por ejemplo, diferentes hembras del cuclillo europeo parasitan con frecuencia a diferentes anfitriones, especializándose por lo tanto en el color y diseño de sus huevos, patrones que están genéticamente determinados. El color y marcas se aplican en el último tramo del recorrido del huevo por el oviducto hacia la puesta, donde se encuentran grupos de células que el zoólogo Tim Birkhead ha comparado con una batería de 'pistolas de pintura'. Cada una de estas pistolas está genéticamente programada para disparar en un momento dado de modo que se produzcan el color y manchas distintivas de la especie. Incluso, los músculos del oviducto pueden hacer girar el huevo en su interior para que las células de pigmentos depositen líneas que distinguen aún más al producto de la puesta.
El aspecto de los huevos de las aves es una maravilla de la evolución que se logra además con solo la mezcla de dos pigmentos, la fotoforina, de un color marrón rojizo, y la biliverdina, que produce tonos de verde y azul.
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Y toda esta delicada maquinaria debe ser reproducida por el ave intrusa para lograr los mismos resultados, porque el color y diseño de los huevos no es solo camuflaje, sino una forma de distinguir los huevos propios de los parásitos, lo cual ha creado una especie de carrera armamentista entre los anfitriones y los parásitos para hacer evolucionar los diseños de modo que el ave anfitriona pueda distinguir más fácilmente a los advenedizos y echarlos del nido, de modo que las que sobreviven son las crías de los parásitos que mejor imitan a los huevos originales.
A esto se añaden estrategias de las aves parásitas como la de picotear los huevos de sus víctimas para evitar que eclosionen, o incluso romperlos al hacer la puesta de sus propios huevos en el nido desde una cierta altura. Las cáscaras de los huevos de estas especies han evolucionado para ser más duras que las de sus afectados.
El parasitismo y la lucha por las propias crías es así un drama evolutivo complejo e intenso que se desarrolla en muchos nidos de aves que por lo demás nos parecen plácidos y cálidos.
Especies como el críalo europeo, que parasita a la urraca, visitan ocasionalmente los nidos donde han puesto sus huevos, y cuyos polluelos se crían a la par que los de sus víctimas. Si la urraca anfitriona se deshace del huevo intruso, el críalo destruye el nido y los huevos de la urraca. Para los expertos, esto evoca un comportamiento mafioso, donde la amenaza de la destrucción es una herramienta para obligar al anfitrión a hacer algo menos grave, pero que va en contra de sus intereses.
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Javier Martínez y Leticia Aróstegui
Rocío Mendoza, Rocío Mendoza | Madrid, Álex Sánchez y Virginia Carrasco
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