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La falta de sueño provocado por la luz artificial de los teléfonos móviles y la televisión es un grave problema de salud que va mucho más allá de levantarse cansado por la mañana. Los expertos han relacionado el déficit de descanso con enfermedades como el ... parkinson y el alzheimer. Un artículo publicado este jueves en la revista 'Science' ahonda en las consecuencias de la contaminación lumínica, la provocada por las farolas, la publicidad iluminada o los focos de los estadios durante las competiciones deportivas nocturnas, y advierte de que la alteración del sistema circadiano -el que regula nuestros ciclos de sueño- se relaciona también con patologías como el cáncer, la diabetes tipo 2, la obesidad e infecciones por covid más severas y prolongadas. «Más de 4.000 millones de personas -más de la mitad de la población mundial- viven en ciudades. La iluminación nocturna ha aumentado casi un 10 % anual durante los últimos 12 años», subrayan los autores del estudio.
El cuerpo humano es una máquina de precisión que se ha ajustado a lo largo de miles de años para estar activo durante el día y dormir por la noche. El reloj interno que regula estos ciclos es el mencionado sistema circadiano. Situado en el hipotálamo, «su funcionamiento está regido fundamentalmente por la luz», explica María José Martínez, coordinadora del grupo de trabajo de Cronobiología de la Sociedad Española del Sueño (SES). Cuando no la percibe o lo hace con menos intensidad, activa el mecanismo de producción de la melatonina, que es la hormona que nos induce el sueño. Pero esta obra de la evolución se ha topado con un enemigo inesperado.
Todas esas pantallas que miramos con atención por la noche emiten una luz azul que envía una señal equivocada a nuestro cuerpo. En lugar de decirle que tiene que dormir, le decimos que tiene que activarse. Como queda dicho, esto rompe el sistema que activa la producción de melatonina y hace que no nos durmamos. El cansancio es la consecuencia más visible. Pero hay más, porque el sueño, además de para descansar, tiene otras funciones igual de importantes. «En la fase más profunda, nuestro cerebro se deshace de las sustancias tóxicas como los beta-amiloides y la proteína tau, que se relacionan con enfermedades como el parkinson y el alzheimer», explica la experta, que subraya que «incluso con los ojos cerrados, la luz de una farola reduce a la mitad la presencia de melatonina en la sangre. Y desaparece por completo si encendemos una luz durante diez minutos».
Los primeros estudios realizados con personas que trabajan de noche ya habían indicado hace tiempo que la alteración de los ritmos circadianos tenían además otras graves consecuencias. Una de ellas es el cáncer, «de mama en las mujeres y de próstata en los hombres», destaca María José Martínez. También se sabe que aumenta el riesgo de padecer patologías cardiovasculares, diabetes tipo 2, hipertensión, depresión y obesidad, una enfermedad que afecta a 8,4 millones de personas solo en España. Análisis más recientes sobre el impacto de la contaminación lumínica exterior han corroborado que esta también se relaciona con estas patologías y afectan a nuestra flora intestinal, las bacterias 'buenas' que viven en nuestro cuerpo y nos ayudan a defendernos de enfermedades y a aprovechar los nutrientes de los alimentos. Su alteración se ha relacionado con infecciones, patologías inflamatorias y hasta problemas neurológicos. Durante la pandemia de Covid se demostró además que las personas privadas de sueño por trabajar de noche o residir en lugares de alta contaminación lumínica se infectaron más a menudo, de forma más grave y durante más tiempo.
Los autores del estudio subrayan que la contaminación lumínica afecta también a los animales. Las luces nocturnas alteran sus patrones de comportamiento y se acercan a lugares donde antes no acudían, lo que incrementa la posibilidad de zoonosis, la transmisión de sus enfermedades a los seres humanos. Esas mismas luces, explican, también han hecho reducir el número de insectos, que mueren al ser atraídos por los focos de los coches o las farolas. Su disminución también tiene consecuencias negativas para nuestra salud, pues algunas de esas especies controlan las plagas, ayudan a descomponer los desechos y tienen una función clave por su papel en la polinización de las plantas. «Nuestro reloj interno está desconcertado. Vivimos en una sociedad en la que no hay diferencia entre el día y la noche», concluye la experta en sueño.
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