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Pedro Gago –camisa de cuadros y jersey ancho, boina, 89 años, zapatillas ajedrezadas– sale todos los miércoles de casa, a eso de las diez de la mañana, con un manojo de llaves en la mano (el llavero anaranjado dice 'Xti').
Atraviesa la calle, cincuenta pasos lentos, y abre el consultorio de Grisuela (96 vecinos en la comarca zamorana de Aliste), a la espera de que lleguen médico, enfermera y pacientes. La sala de paredes blancas, mordidas las esquinas, diez sillas de plástico, un cartel de 1995 que recomienda no comer berros, arrazabas, melujín («pueden estar contaminados con el quiste de un gusano que produce graves daños a la salud») ocupa las instalaciones que en su día fueron un colegio para niñas –el de niños estaba en lo que hoy es comedor social– y que hace años cerró (cerraron) por la falta de alumnos.
–¿Y ahora nos quieren cerrar esto también?–, pregunta Pedro, agricultor jubilado (de centeno, trigo, patatas)–. Yo no estoy mal. Noto que me canso más... A finales de año hago los noventa. Casi voy solo al médico a tomarme la tensión. Pero mi mujer sí que está un poco peor. Con lo del marcapasos... No puede casi caminar. ¿Y nos lo quieren quitar? Pero si sin el médico no podemos estar.
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La Junta ha puesto su foco aquí, en este puñado de pueblos que sobreviven en carreteras secundarias, con baches y sin arcén, en torno a Alcañices. La Consejería de Sanidad ha elegido Aliste (13 municipios, 62 localidades, 54 consultorios y 4.735 tarjetas sanitarias) como banco de pruebas para un «programa piloto» que persigue «reestructurar la Atención Primaria rural».
El proyecto –que se ha comparado con los colegios rurales agrupados en materia educativa– quiere «adecuar los recursos a los habitantes y la zona geográfica para mejorar la accesibilidad y hacer que la asistencia sanitaria sea sostenible». La Junta dice que se garantizará la atención médica y el acceso a los centros de salud y consultorios de referencia (que se verán reforzados), con el apoyo de transporte público (microbuses, taxis, ambulancias) para los habitantes de los núcleos con menos población.
Los vecinos se temen que esta reforma implique, en el fondo, un cierre de los consultorios más pequeños. Como este de Grisuela, cuyas puertas Pedro acaba de abrir.
Un folio pegado con celo en la ventana informa de los horarios de atención en este y en los pueblos de alrededor. Los lunes y viernes, de 10:00 a 14:00 en Rabanales (además de un par de horas los martes y miércoles). Los martes, en Mellanes. Los jueves, en Ufones y Fradellos. Los miércoles, en Grisuela, o sea, aquí.
Cinco mujeres esperan turno para que las vea don Lorenzo, el doctor (no hay cita previa, se pasa a la consulta por orden de llegada). Entra Pascuala Martín, 71 años. Tuvo el bar La Plaza y una tienda de alimentación hasta que se jubiló. «Ahora en el pueblo somos tres gatos.Y se ve algo más de movimiento por los dos restaurantes y la casa rural. Pero llegan, comen el chuletón y se van. Cada vez quedamos menos. ¿Del médico? Viene una vez a la semana, no nos podemos quejar. Lo único que pedimos es que lo poco que tenemos no nos lo quiten».
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Siguiente. Manuela Sutil (82). Problemas de huesos. «Aquí nos pasan la consulta normal. Para algo más complicado, las analíticas, las placas, tenemos que ir a Alcañices. Y hay que estar siempre pidiendo favores para que te lleve alguien».
Siguiente. Felicitas Fuentes (72). Vive en Grisuela desde la Semana Santa hasta que cambian la hora en octubre. El frío y las noches largas las pasa en Burgos capital. «Ahora con la receta electrónica se ha mejorado mucho la cosa, puedes pedir directamente los medicamentos en la farmacia. Pero hay mucha gente mayor que necesita ver al médico».
Siguiente. Verónica González (32): «Al final, con tanto recorte, no te vas a poder poner enfermo. El mayor beneficio de los consultorios es que no tienes que desplazarte. Y si te fijas, la mayoría es gente mayor. Muchos viven solos. Los hijos están fuera. Si necesitan ir a Rabanales (3,5 kilómetros) o al centro de salud de Alcañices (11,5) tienen que buscar la ayuda de algún vecino que vaya». A veces, del propio médico en su coche particular. O pedir un taxi: veinte euros el servicio.
Siguiente. Rufina Martín (65), muletas perpetuas: «De pequeña me subí a un roble a coger un nido. Y por ir a ver los pájaros me caí». «Se está echando a la gente de los pueblos –dice–. Y si encima nos quitan los pocos servicios que tenemos...».
Esos pocos servicios son este consultorio –la limpieza y mantenimiento depende del Consistorio– con una doblada revista del Domund en la sala de espera, un cartel descolorido de cuando la Gripe A, una camilla, un cubo con fregona en una esquina, una estantería acristalada con jeringuillas y paracetamol de un gramo. Hay también un baño, una habitación para el médico y otro cuarto para Dori del Teso, la enfermera.
Tiene una mesa contra la pared, un par de sillas de madera, una estantería con lo básico (se ven gasas, vendas, betadine...) y una maleta con ruedas donde lleva, de pueblo en pueblo, lo más importante del material («porque si no, caducarían las cosas»). También carga con un ordenador portátil para actualizar historiales... aunque aquí no haya conexión a Internet. ¿Su día a día? El control de crónicos, las curas, el sintrom. A veces, en los pueblos más pequeños, un par de horas a la espera de pacientes, sin gente que atender.
Le ocurrió ayer en Mellanes, un pequeño núcleo de 40 vecinos, a 4,7 kilómetros de Rabanales, por una carretera que es casi camino, cruzado a diario por «la bichería». O sea, por «corzos, ciervos, jabalíes». «Están por todas partes, estropean los sembrados. De eso, de eso se tenían que preocupar los políticos. Que dejen al médico tranquilo y arreglen lo de la bichería». Hablan Ángel (65) y Santiago Castaño (73), dos escobas de fabricación propia en la mano, un tractor en mitad de la calle, para recoger las bostas de sus vacas. «Sí, ayer creo que no fue nadie al médico. Pero hay días que sí, que la gente va a consulta. Aquí yo soy de los más nuevos. La mayoría están por los 80 años. ¿Y qué hace esta gente si el médico no viene por aquí?», se pregunta Ángel.
Al final de la calle –alfombrada de paja– cuatro gallinas se revuelven con los pasos de Agustín Fernández (64). Ha escuchado voces extrañas en el pueblo y se ha acercado a mirar. Y como hay hambre de charla, mete cuchara. «Es que como el médico no venga... Aquí llega el furgón de la tienda, el de la frutería, una vez a la semana. El panadero, dos. El resto de días, pan congelado o duro. ¿Y el médico? ¿El médico no va a venir?», cuestiona Fernández.
«Dicen que es que no hay doctores suficientes para atender tantos consultorios. Y yo me pregunto: ¿con todo lo que estudian ahora los jóvenes, cómo es que no hay médicos?», añade Ángel.
«Porque muchos se marchan», responde Lorenzo Hernández, el médico del centro de salud de Aliste que pasa consulta en Rabanales y su entorno. «Se van a Portugal porque allí cobran más sin hacer guardias. Salen a Inglaterra. No vienen a los pueblos. La jubilación de médicos sin que haya reemplazo es muy alta y lo peor está por llegar. Esto es algo que se arrastra ya desde hace mucho tiempo sin que se haya hecho nada por remediarlo», asegura Hernández mientras recoge fonendo y maletín.
Pocos médicos... cada vez menos pacientes. Sanidad y los profesionales de la salud lo reiteran: «Ninguna persona se va a quedar desatendida. Si lo necesitan, se les visitará en su casa, como se ha hecho toda la vida».
Don Lorenzo (aquí siempre hay don para el doctor) lleva en la mano dos hojas con anotaciones en boli azul. Ha apuntado los medicamentos para los pacientes que acaba de ver en Grisuela. No hay conexión a Internet en el consultorio del pueblo y tiene que venir a este despacho en Rabanales (213 habitantes; 528 en todos sus núcleos) para meter los datos en la plataforma informática de Sacyl. ¿El problema? Que una vez aquí tampoco es fácil acceder al sistema. Los mensajes de error no dejan de saltar en la pantalla. Una vez. Y otra. Y otra. Tiene que pedir paciencia a los pacientes, parar unos minutos las consultas, hasta que todo vuelve a funcionar.
El consultorio de Rabanales ocupa la planta baja del Ayuntamiento. En la plaza del pueblo. Justo a la entrada hay un monolito con un busto dedicado al emperador Octavio Augusto en el que se recuerda «la aparición en Rabanales de una dedicatoria al emperador» romano. Fechada en torno al año dos antes de Cristo, esta inscripción «pone de manifiesto la importancia que esta aldea de Aliste poseía ya entonces, así como la necesidad de estar comunicada con los centros urbanos de la época mediante una vía importante». ¿Subrayamos una frase? «La necesidad de estar comunicada».
«Los pueblos existimos. Aquí también viven personas, ¿eh? También pagamos nuestros impuestos. También cotizamos para luego tener unos servicios. Parece que nos lo ponen cada vez más difícil para que nos quedemos aquí a vivir», dice María Pilar Martín (69). Acompaña a su marido, José Joaquín Ramos (74), quien aguarda turno en una silla de ruedas. «Tengo poca movilidad en las piernas. Pero es que el otro día me caí y me he fracturado el brazo. Y como no puedo manejar las muletas tengo que estar con la silla de ruedas», explica José, un cordobés que conoció a su esposa en Alemania, donde ambos fueron a buscarse la vida. Una vez jubilados (él trabajaba en una tintorería), decidieron regresar a la tierra de ella, en Zamora, a unos pasitos de Portugal. «La gente aquí es estupenda, pero cada vez queda menos».
Geno sale de la consulta de la enfermera con el brazo en cabestrillo. Trabaja en una conservera local. Se ha hecho una tendinitis cargando cajas. Y lo tiene claro: «A los que han ideado todo esto les diría que hagan el piloto con sus padres, a ver qué les parece. Aquí en Aliste por desgracia hay casas de sobra. Que se vengan los políticos, que se vengan una temporada a vivir aquí y que luego piensen si lo que hacen es lo mejor para los vecinos», propone Geno.
«Dicen que no nos preocupemos, que pondrán transporte sanitario para llevarnos al consultorio más cercano, al centro de salud. Pero, ¿qué tipo de transporte? ¿Autobuses en los que no pueden subirse los mayores? ¿Coches que hacen rutas larguísimas? Yo tengo que llevar a mi padre a Zamora a darse la quimio porque si va con el transporte que ponen ellos tiene que estar ni te imaginas las horas fuera de casa», añade.
«Aquí en el pueblo hemos estado quince días sin teléfono. Sin el fijo. ¿Cómo vamos a avisar al médico entonces?», pregunta Julia Matellán, 83 años, bata gris, bastón, un pañuelo que es casi capucha sobre la cabeza. Viven sus hijos en Suiza... «¿Irme yo allí? Pero si no hablo la lengua, ¿cómo los iba a entender?».
Aliste es tierra de emigrantes. Inés Sanabria (66) pasó 42 años en Alemania. Se marchó con sus padres. Allí conoció a su esposo (vecino de Fradellos, otro pueblo de la comarca). Trabajaron en una envasadora de embutidos («los venden en el Lidl») hasta que hace un año, con la jubilación, decidieron regresar a la cuna. «Pero parece que nos quieren echar. Ya se lo he dicho al marido: como nos quiten los médicos, nos vamos a vivir a Zamora.Al final nos van a dejar morir del asco. En vez de tantas elecciones, se tenían que poner a trabajar para solucionar los problemas».
Los ojos de tantos mayores se iluminan cuando entra Miriam Moral (33) en el consultorio de Rabanales con su hijo en brazos. Óliver tiene año y medio, y esta mañana un tremendo catarro. «Cuando se habla de la España vacía habría que dejar claro que no son solo mayores. Que hay niños pequeños que necesitan pediatra. Muchos jóvenes de mi edad se han marchado, pero otros hemos decidido quedarnos. Y parece que tenemos que asumir las consecuencias. ¿Qué servicios hay para nosotros?», plantea Miriam, quien atiende el restaurante Matellán, el único bar que hay en el pueblo. «Faltan incentivos para que la gente se quede... Y el médico es uno muy importante. Los políticos lo deciden todo desde lejos, en Madrid, donde sea, porque no quieren venir aquí, no quieren ver que la gente está enfadada y preguntarles qué necesitan», añade Miriam.
«Es una pena cómo esto se vacía. Cada vez somos menos. Yo he visto marchar a más de doscientos», concluye Ángel Castaño, vecino de Mellanes.
–¿A dónde, a Zamora?
–A Zamora, no. Al cementerio. Y de allí no vuelven.
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