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No es cierto que los muertos estén condenados al silencio. Si se conocen las preguntas adecuadas en ocasiones, solo en ocasiones, se alcanzan las respuestas correctas. En el escenario de un crimen (así define la Asociación para la Memoria Histórica de Valladolid las fosas comunes del cementerio de El Carmen), una cuchara no es solo un utensilio, una medalla es capaz de resolver el enigma de un pueblo entero y un recorte de un periódico puede establecer la fecha de un asesinato. Cuando la ARMH comenzó a explorar la primera de las fosas comunes del camposanto vallisoletano no podía siquiera imaginar la trascendencia de esa exhumación. En el primer enterramiento se sorprendieron, casi con ingenuidad, del número de cuerpos, todos colocados unos junto a otros, amontonados, para ocupar el menor espacio, en fosas de tres metros de ancho por otros tantos de largo. Pacientemente, limpiaron cada uno de los huesos, retirando con pulcritud la tierra, las piedras... Hasta que descubrieron con horror que estaban pisando otros cuerpos, que por debajo de aquella fosa existían otras, hasta alcanzar cinco niveles, separados unos de otros con paladas de cal y arena. El resto de la exhumación la realizaron ayudados de andamios, para evitar destruir pistas o destrozar los cuerpos.
«Recuperar una fosa es como cualquier otro trabajo arqueológico, lo que se hace es abrir un libro que solo se va a leer una vez, por lo que tienes que trabajar con todos los cuidados para que todo lo que vaya apareciendo se pueda identificar, interpretar y relacionar», explica Julio del Olmo, arqueólogo y presidente de la ARMH de Valladolid. «Nosotros trabajamos igual que si estuviéramos en la escena de un asesinato. Excepto en dos cuerpos, nos hemos encontrado en todos huellas de crímenes, por eso es muy importante enfrentar la fosa con sumo cuidado, para no contaminar las pruebas periciales», relata el presidente de la asociación vallisoletana, que llegó a llamar a la Policía Nacional para denunciar esos crímenes: «Cuando encontramos los primeros cuerpos comprobamos que tenían disparos en la cabeza y directamente llamamos a los agentes. Vino una patrulla y constataron que efectivamente era la escena de un crimen y llamaron al juez. Esto fue en 2016 y todavía estamos esperando».
Según el trabajo de investigación de esta asociación, en el cementerio de El Carmen existe un registro de unas mil personas. Hasta el momento, solo se han podido recuperar 247. Se encontraban es seis fosas comunes camufladas bajo un camino, junto al cuadro 58, y muy próximo a un osario anterior. El resto podían estar enterrados bajo las tumbas de alquiler de un sector contiguo. La asociación ha solicitado al Ayuntamiento continuar las exhumaciones en esa zona, siempre y cuando el impago del enterramiento haya motivado que el terreno revierta a la propiedad municipal.
«Los datos que tenemos es que aquí podría haber unos mil represaliados, pero nos hemos encontrado cuerpos con orden de enterramiento y que no están en el registro de enterramiento, y viceversa; personas que en principio no tenían que estar aquí y sí que están –argumenta Del Olmo–. En Valladolid el sitio emblemático es el monte Torozos, donde se cree que fusilaron a mucha gente; pero es más sencillo pensar que a los que sacaron de la cárcel de Cocheras les mataran aquí, junto a la tapia, para enterrarles luego en estas fosas comunes». Los objetos hallados junto a los cuerpos están ayudando a desentrañar el enigma del origen de aquellas muertes. Los que pasaron por las cárceles fueron enterrados con la cuchara que les asignaban al inicio del confinamiento; los restos de la ropa (han encontrado trozos de camisas) y de los zapatos indican que la mayoría fueron asesinados en verano. «Pensamos que se les mató y enterró en agosto y septiembre del 36, también hemos encontrado pipas de sandía en el estómago de una persona, una fruta que todo el mundo sabe que es de temporada. Incluso hemos recuperado el recorte de una noticia de El Norte de Castilla sobre el Tour de Francia, y estaba fechada el 6 de agosto de 1936», enumera Del Olmo.
Junto con estos objetos y los restos de ropa –«lo que mejor se conserva es lo que se encuentra alrededor de las cremalleras y del cobre»–, han aparecido en estas seis fosas de El Carmen restos de cinturones, un gran número de lapiceros, unas horquillas para el moño y una medalla de la virgen de la cofradía de la virgen de Castromocho, que ayudó a localizar a la primera víctima de la fosa: Lina Neira Francés, quien desapareció de esa localidad palentina el 12 de septiembre junto a su marido y otros trece vecinos más. Se cree que todos ellos estaban enterrados en una de las seis fosas del camposanto.
La identificación del sargento fusilado Francisco González Mayoral ha puesto a la ARMH de Valladolid tras la pista de otros cinco asesinados en el municipios segoviano de Labajos. Todos ellos fueron ajusticiados tras ser acusados del asesinato de Onésimo Redondo el 24 de junio de 1936, «una muerte que se produjo dentro de un tiroteo y que no está muy claro qué paso, pero tenían que buscar culpables y les tocó a ellos», apunta Del Olmo. Junto con González Mayoral fue fusilado otro hombre al que, semanas antes, habían fracturado una pierna durante las torturas a las que fue sometido: «Hemos encontrado restos de una persona con una fractura antemortem que coincide plenamente. Por lo que hemos deducido que se trata del vecino de Labajos Féliz Merinero».
El Ayuntamiento de Valladolid comenzó el pasado 11 de julio la obra del memorial que servirá de homenaje a todos los represaliados de la Guerra Civil y del franquismo. Con una inversión de 43.000 euros, la instalación -que estará construida en seis meses- contará con una zona subterránea de dos metros y un muro que emergerá 80 centímetros sobre el suelo y sobre el que se esculpirán los 2.500 nombres de los fusilados vallisoletanos.
Ahora la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Valladolid tiene previsto solicitar al Consistorio un segundo memorial dedicado a todos los vallisoletanos que lucharon y murieron en la Guerra Civil, sea cual fuera su bando. «Muchos eran jóvenes que fueron obligados a alistarse o que lo hicieron porque eran muchachos entusiastas que apoyaron la sublevación (y que fueron los primeros que murieron en el Alto de los Leones)», explica Julio del Olmo, presidente de la ARMH vallisoletana. Apunta que hay que tener en cuenta que «la guerra destrozó a muchos jóvenes, otros volvieron mutilados y, casi todos, traumatizados». Y matiza que esta petición no es una forma de reconciliación,«porque los españoles estamos reconciliados desde hace mucho, en los pueblos no hemos tenido problemas con esto». Hace un llamamiento a las instituciones locales y nacionales para que apoyen esta iniciativa «y que, como nosotros, sean sensibles a todas las víctimas que produjo la sublevación».
La asociación vallisoletana ha confirmado en los últimos días a través de una prueba de ADN que los restos de dos mujeres hallados en la fosa 1 corresponden a María Doyagüez de la Calva, de 56 años y natural de la localidad palentina de Becerril de Campos, y su hija María Ruiz Doyagüez, sastra de 24. «La familia entera, que vivía en la calle San Martín, fue muy represaliada –explica Del Olmo–, el marido y una hija de 16 años estuvieron encarcelados y otro hijo murió en prisión. Les acusaron de ser socialistas y de pertenecer alSocorro Rojo».
Existen dos piezas que interesan especialmente a esta organización: se trata de una medalla y una insignia con dos gatitos que han encontrado en el niqui de un joven asesinado. Ambos están siendo analizados en el Museo de Núremberg, donde se encuentra actualmente trabajando la hija de Julio del Olmo: «Tal vez en un futuro podamos conocer la identidad de todos, de los 247, pero ahora es muy difícil, solo podemos tirar del hilo de las pistas que tenemos y ver hasta dónde nos llevan».
Mientras llega ese día, los restos descansarán en el memorial que se está construyendo actualmente en el cementerio de El Carmen. Este panteón albergará los cuerpos de los 247 represaliados, con el fin de que los investigadores y forenses puedan continuar realizando las preguntas necesarias a unos huesos que, quizá algún día, revelen las respuestas.
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Rocío Mendoza, Rocío Mendoza | Madrid, Álex Sánchez y Virginia Carrasco
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