Tiempo de funerales que no pudieron realizarse
Tamames ·
Fernando Sánchez Tendero, párroco de la localidad salmantina y su comarca, vio morir a su compañero sacerdote en una zona muy castigada por el virusTamames ·
Fernando Sánchez Tendero, párroco de la localidad salmantina y su comarca, vio morir a su compañero sacerdote en una zona muy castigada por el virusSu tono de voz transmite paz. Y en tiempos bélicos por culpa del alevoso virus que ha volcado nuestro mundo se agradece. Es Fernando Sánchez Tendero, sacerdote de 64 años, que vive en la salmantina Tamames y ejerce su actividad pastoral en varios pueblos que ... pertenecen al Arciprestazgo de Yeltes, en la zona de la sierra de Francia.
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Aislado dos meses por síntomas de la enfermedad, vio como moría su compañero de sacerdocio Alfredo Ramajo. «El fin de semana de marzo que comenzó el estado de alarma ya no pudimos celebrar eucaristías y se rompió toda la actividad; a los cuatro días ingresaron a Alfredo y falleció», cuenta sosegado. «Como estábamos juntos –explica– y tuve síntomas me aislaron dos meses, aunque por fortuna las pruebas resultaron negativas». Su vida ese tiempo fue «más fácil que para otros, porque salía al huerto y estuve atendido por el grupo de voluntarios del pueblo».
No se le olvida esa ayuda extaordinaria, como tampoco que «la experiencia que vivió el pueblo, el primero en tener casos, fue muy dura». «Hubo 14 muertes entre todos los pueblos en los que realizo mi labor en el arciprestazgo y he enterrado a 24 personas», relata para conmoverse por «lo doloroso que era ir al cementerio y ver como traían personas en féretros desde el hospital para ser enterradas con la sola presencia de dos familiares y los operarios de la funeraria»
Además de la parroquia de Tamames (820 habitantes) Fernando atiende las de los pueblos de La Sagrada, Carrascalejo – «aquí fue tremendo porque fallecieron 3 de los 9 habitantes, un horror», señala–, Aldeanueva de la Sierra, Aldehuela de Yeltes, Guadapero, El Maíllo, Puebla de Yeltes, Sepulcro y Morasverdes. «Otros dos curas tienen el resto de parroquias del arciprestazgo», indica.
El sacerdote, que también imparte clases en Ciudad Rodrigo, continuó la relación con sus alumnos y con sus feligreses a través de la tecnología. «En las celebraciones se permite ahora que haya más gente, pero con la distancia obligatoria al final no caben tantos; la primera misa fue el 30 de mayo y poco a poco acuden más personas a la iglesia, aunque existe miedo sobre todo entre los mayores, tan castigados por el virus, y les animamos a que se cuiden», asegura.
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El párroco de Tamames y los pueblos de su comarca vive este verano otro momento duro: la celebración de los funerales que no pudieron llevarse a cabo por la crisis sanitaria. «Nos va a tocar dedicarnos a atender a la gente y a oficiar esos funerales que no hemos podido realizar por la situación» afirma y habla de «un verano muy tranquilo, sin fiestas y en el que tratamos de hacer actividades como ir al campo».
Pero la situación de Tamames es diferente a lo de otros muchos municipios de la comunidad autónoma, a los que la pandemia no ha golpeado con tanta fuerza. «Hay más gente, pero también existen reticencias a venir a un pueblo que es fundamentalmente zona de paso hacia la sierra de Francia y en el que vivimos con el lógico temor a un rebrote», explica y lamenta «la gente que ya no está, a la que echamos de menos, y la cancelación de actividades festivas que están muy dirigidas a los mayores».
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Fernando Sánchez, sacerdote desde 1981, lleva un lustro en Tamames, después de estar en Ciudad Rodrigo. «Aquí estoy muy contento porque te encuentras más cercano a la gente y es importante que el cura viva en el pueblo, porque ahora ya ni el maestro, ni el médico residen en el lugar y solo el sargento de la Guardia Civil se ha establecido en una vivienda, lo que es de agradecer», asegura para describir cómo evoluciona la vida en los pequeños municipios.
La pasión por sus convecinos el sacerdote la comparte con sus Hijos del Maíz, nombre de la asociación que fundó en Nicaragua hace dos decenios. «Fui voluntario en 1999 después del famoso huracán Mitch y me planteé que aunque era muy gratificante ir uno o dos meses debía hacer algo más y fundé la asociación, que tiene escuela y comedor», explica para lamentar que quizá este año no pueda acudir. Pero no pierde la esperanza de derrotar a las consecuencias del virus y poder viajar a su querida Nicaragua a cuidar a sus niños.
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