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La historia de España hubiese cambiado si los comuneros triunfan en Villalar. (…) Llegó el complot de la noche famosa de San Juan, el año veintiséis. Me llevaron a la cárcel. Una veintena de días incomunicado. Y en aquellas horas de absoluta soledad, de máxima concentración ... espiritual, escribí el drama 'Doña María de Castilla'. El alma cargada de vida interior, repleta de la emoción de una hora que era también, como la de los Comuneros, de rebeldía».
El autor de estas líneas no era un castellano fervoroso ni pertenecía a un partido político castellanista. Se llamaba Marcelino Domingo, había nacido en Tarragona y fue ministro de Instrucción Pública y de Agricultura en la Segunda República. Al igual que él, muchos otros encontraron en el ejemplo histórico de los comuneros un aliciente para su particular lucha por las libertades.
Y es que el episodio de las Comunidades de Castilla y su trágico desenlace, primero en Villalar, el 23 de abril de 1521, y, finalmente, en Toledo, el 3 de febrero del año siguiente, alimenta un relato mítico de lucha por las libertades que hunde sus raíces a finales del siglo XVIII y eclosiona durante la Transición democrática, cuando la revuelta comunera fue esgrimida como el símbolo por antonomasia del combate contra el centralismo.
Los ejemplos son abundantes. Si en el siglo XVIII, ilustrados como Gaspar Melchor de Jovellanos clamaron contra el poder despótico de Carlos V y la pérdida de las libertades ocurrida en Villalar, a comienzos de la centuria posterior, los revolucionarios de las Cortes de Cádiz emplearon el episodio protagonizado por Padilla, Bravo y Maldonado para simbolizar la identidad de España como nación política, socavar el absolutismo regio, legitimar las instituciones liberales, intentar inculcar a los españoles los nuevos valores del liberalismo y establecer un hilo de continuidad entre la gesta comunera y la materializada por ellos en las Cortes gaditanas.
Así hicieron, entre muchos otros, Manuel José Quintana en su famosa 'Oda a Juan de Padilla', de 1797, el granadino Francisco de Paula Martínez de la Rosa, que llegaría a ser presidente del Consejo de Ministros en 1834-1835, con 'La viuda de Padilla', o el mismo Francisco Martínez Marina en su archicitada obra 'Teoría de las Cortes', publicada en 1813. Hasta el guerrillero vallisoletano Juan Martín Díez, apodado 'El Empecinado', se encargó en persona, como gobernador militar de Zamora, de organizar el tercer centenario de la derrota comunera en Villalar tratando de recuperar los restos mortales de los tres capitanes, que creía depositados en la localidad vallisoletana. Al año siguiente, concretamente en abril de 1822, Padilla, Bravo y Maldonado, junto a Juan de Lanuza, Diego de Heredia y Juan de Luna, fueron declarados por Real Decreto –fechado el día 22– beneméritos de la Patria.
En la década de los 30 del siglo XIX, el episodio comunero fue elevado a la categoría de mito nacional y contribuyó a jalonar un devenir histórico marcado por el despliegue progresivo de un liberalismo de carácter templado, consustancial a la monarquía e inspirado por el catolicismo. Por eso ejercerá un papel decisivo a la hora de demostrar la existencia intemporal de un carácter español caracterizado por el orgullo, el amor a la independencia y a la libertad, el individualismo, la rebeldía contra el tirano y, para los liberales moderados, el profundo sentimiento monárquico y religioso. Los progresistas, sin embargo, pondrán más ardor político y popular a este retrato.
Autores como Antonio Ferrer del Río y, sobre todo, Modesto Lafuente en su voluminosa 'Historia general de España' (1850-1867) popularizaron la imagen comunera de lucha por una libertad que se revelaba muy actual para la época. También los forjadores de la Gloriosa Revolución de 1868, que destronó a Isabel II, esgrimieron su ejemplo como antecedente revolucionario federalista, municipalista e incluso, en ciertos casos, como expresión histórica de lo funesta que puede llegar a ser la Monarquía.
La Segunda República recuperó la peripecia comunera como modelo de rebelión popular yugulada por la nobleza y el centralismo. Es más, la banda morada inferior de la bandera tricolor pretendía simbolizar –erróneamente– el color del pendón que los comuneros habían levantado contra Carlos V, además de ser expresión de Castilla, «una región ilustre, nervio de la nacionalidad».
Y si durante la guerra civil existió un batallón republicano denominado 'Comuneros de Castilla', impulsado por el Centro Abulense de Madrid, durante el Franquismo no faltaron intelectuales como José Antonio Maravall o Enrique Tierno Galván que esgrimieron el programa comunero como una revolución modernizadora, justamente lo que la oposición antifranquista moderada intentaba entonces. Incluso una de las librerías míticas por su labor de aglutinante antifranquista en Valladolid llevó el nombre de 'Villalar'. El momento álgido llegó con la Transición democrática, cuando las principales entidades políticas de inspiración regionalista (Instituto y Alianza Regional, PANCAL) hicieron uso de la gesta comunera para explicar su razón de ser y reivindicar una autonomía castellana y leonesa a la que confirieron remotos antecedentes de lucha popular por la libertad y rebeldía democrática contra el opresor centralista. No por casualidad, el primer intento de celebrar Villalar, el 25 de abril de 1976, fue prohibido y disuelto por la Guardia Civil a caballo.
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