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rafael de rojas
Segovia
Domingo, 4 de febrero 2018
Tras una larga carrera dedicada al sector inmobiliario, Jazmín de la Guerra (55 años) decidió reinventarse a partir de la crisis. Junto con su pareja y colaborador habitual, Arturo Arenillas (55 años), crearon nuevas líneas en la empresa Duna Ingeniería y Medio Ambiente, que ... ya existía. De ahí nació Valoratum, una marca dedicada a las valoraciones y las tasaciones que ha atraído a los dos socios a Segovia. Junto con las actividades de peritación y revisión catastral, asistencia técnica a proyectos y licitaciones, se dedican también a los estudios de viabilidad y gestión de campos de golf y otras construcciones deportivas y singulares.
Jazmín es la que está presente en las actuaciones segovianas a través de una oficina en el vivero de empresas Vicam de Palazuelos de Eresma. Su trayectoria, desde los 22 años, ha estado ligada a la inmobiliaria y durante 13 años fue la copropietaria de una empresa dedicada a la administración de fincas y la asesoría económica financiera de empresas. Las desavenencias con su socia la llevaron a cerrar ese proyecto y esa etapa de su vida. «Fue como una catarsis, fue una ruptura a todos los niveles, personal y profesional. Y ahí, o te caes o te reinventas», explica.
Jazmín había perdido su cartera de clientes en un intervalo de 6 ó 7 meses. «De tener una empresa muy solvente pasé a tener que comenzar de nuevo. Había que crear una empresa nueva y no tenía históricos frente a los bancos, así que tuve que usar mis recursos personales para empezar de nuevo con 50 años. 2013 fue un año horrible -reconoce-, pero salí adelante con fuerza, con tesón y buscando nuevas oportunidades».
En año y medio ya estaba recuperada, relata, «pero tenía muy claro que no iba a seguir con la administración de fincas como hasta entonces». En el sector habían desembocado nuevos actores, como abogados y economistas, y las tarifas habían caído en picado. Es entonces cuando Jazmín, buscando nuevas oportunidades, se centra en uno de los proyectos que comparte con su pareja: convertir el campo de polo de La Granja en un nuevo espacio deportivo sostenible y adaptado a las nuevas necesidades. «A raíz del campo de polo vimos la oportunidad de poner la oficina en Segovia y dedicarnos a proyectos para el entorno rural -dice Jazmín-. Para eso contaba también con Arturo, que es ingeniero agrícola y experto en céspedes y naves agrícolas y ganaderas».
Arturo (madrileño nacido en Melilla) hace proyectos de construcción y mantenimiento de instalaciones deportivas, especialmente de campos de golf y de fútbol. Lo simultanea con la dirección técnica de una empresa de aguas en Madrid. Junto a Jazmín estudiaron las nuevas posibilidades de negocio. «Esencialmente vimos que con la crisis económica hay algunos sectores que están colapsados -reconoce Arturo- y, en cambio, en la faceta agronómica no hay muchas empresas especializadas. Hay una oportunidad en las instalaciones deportivas cerradas por la crisis, que pueden tener otros usos y explotaciones. Así que intentamos diversificar y, buscando actividades fuera del núcleo de Madrid, vimos que aquí no había esas empresas. Y luego surgió la oportunidad de instalarnos en el edificio del Vicam, fantástico por el sitio y por el coste».
«Estoy convencidísimo de que reinventar las instalaciones deportivas puede dinamizar el entorno rural. Hay un nuevo nicho de negocio que son los centros de alto rendimiento o los centros para que se entrenen los equipos en invierno. En la pretemporada, los equipos se han centrado en Levante y Murcia, pero en verano buscan un clima más fresco y creemos que Segovia reúne todas las características de clima, de alojamientos de 4 ó 5 estrellas y de buenísimas comunicaciones, con el Ave y el aeropuerto cerca -explica el ingeniero–. La realidad es que algunos municipios han hecho una inversión en instalaciones deportivas, pero no tienen presupuesto para mantenimiento y tampoco pueden repercutirlo en los usuarios. Esto tiene una salida tan complicada que a veces hay que tirar edificios. La solución es encontrar formas de que se financie, modelos de gestión públicos, privados o mixtos. Yo me inclino por los mixtos, porque el sector público no suele estar preparado para esta gestión y los privados dejan las instalaciones de aquella manera».
Con el convencimiento de ambos socios de lo que pueden aportar a la gestión de proyectos rurales, Jazmín pasó dos años formándose para ello y completó dos másters, uno de Perito en valoraciones inmobiliarias y pericia judicial de la Universidad de Valladolid y otro de Perito agrario en instalaciones singulares de Mapfre. El que eligieran Segovia tuvo que ver con las oportunidades que veían en la provincia –«Segovia no pierde población, cosa que no pasa en otras capitales de Castilla y León«, especifica Arturo– y también con la posibilidad de vivir en un entorno pacífico con el que tenían algunos vínculos.
Ambos contaban con fincas familiares en El Espinar y, mientras que Arturo mantiene su residencia en Madrid, Jazmín se ha ido a vivir a La Granja, de donde era su abuela. «Yo estaba muy estresada y poco a poco he ido soltando lastre, he ido dejando la gestión de algunas comunidades y me he quedado solo con las más consolidadas. En Madrid estaba todo el día al teléfono y aquí solo atiendo el teléfono por las mañanas. Trabajo de otra manera y me obligo a dar un paseo de hora y media todos los días. La verdad es que he tenido mucha suerte y he encontrado una casa preciosa. Trabajo mucho más y tengo el portátil encima todo el día, pero también desconecto más. Y me doy cuenta de que mi trabajo tiene más calidad que antes», explica Jazmín.
Preguntada por el rumbo del sector inmobiliario, Jazmín no se muestra optimista: «Estoy alucinada y me doy cuenta de que estamos otra vez en las mismas. Se empiezan a subir los alquileres a causa de los alquileres turísticos, luego suben poco a poco las casas de segunda mano y ya se empieza a construir, las constructoras no pagan y se dan créditos del 110 por ciento a gente que no tiene capacidad económica o trabajo estable para devolverlos».
Lo que ella aprecia es que «el trabajo cada vez es menos fijo, es una castaña, y no tienes la garantía de que te vaya a durar. La siguiente crisis va a ser mucho más dura. La anterior la aguantamos las pymes, pero esa capacidad no la vamos a tener, porque hemos tenido un coste y un desgaste, mucha gente se ha comido sus recursos», dice.
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