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Erik tiene 31 años y cuatro de ellos los ha pasado en la frontera de Marruecos, esperando a que su sueño de llegar a Europa se convirtiera en realidad. Le costó, y mucho, a este camerunés, alcanzar su objetivo, pero ahora es un vecino ... más de Tierra de Campos después de vivir una historia muy amarga que acabó el día 17 de agosto de 2014, cuando su vigésimo salto a la valla de Melilla acabó en triunfo. «Intenté saltar la valla de Melilla veinte veces y ahora soy feliz en Palencia», asegura este albañil al que solo le borra la sonrisa de la cara recordar lo que le costó entrar en España.
El drama que se vive en la frontera con África ha regresado a la actualidad después de que más de veinte guardias civiles resultaran heridos, algunos por cal viva, tras un multitudinario salto a la valla de Ceuta la semana pasada, un acto condenado por el protagonista de esta historia, que asegura que en esta batalla por llegar a Europa hay heridos en 'los dos bandos'.
Erik fue uno de los heridos del 'bando africano' en uno de los intentos por llegar a España que llevó a cabo en 2013. «Me quedé enganchado arriba con mucha más gente y cuando hice fuerza para desengancharme, me corté con una concertina. Pero yo no tenía ningún sentimiento de dolor. Solo pensaba en cruzar la valla y en entrar en territorio español, lo conseguí y corrí para esconderme en una casa», recuerda Erik, que pensaba que ese día podía ser el de su ingreso en España, pero todo se truncó poco después. «Allí estuve durante 45 minutos, pero los guardias me encontraron y me dijeron que estuviera tranquilo, que ya había conseguido entrar en territorio español y que era bienvenido. Yo no confiaba en ellos porque en 2010 me habían dicho eso muchas veces y no fue verdad. Entonces, intenté correr otra vez y me cogieron, me pusieron en el suelo, me colocaron una abrazadera, me ataron, me metieron en el capó del coche y me sacaron fuera de España. Luego los policías marroquíes me cogieron, me pegaron y me dejaron tirado en el Bosque de Mariwari», relata Erik, que luego tuvo que curar la profunda herida con la concertina como pudo. «Me tuve que coser la herida con un imperdible y una cuerda», asegura.
El Gobierno anunció ayer mismo que no retirará el recurso que interpuso el Ejecutivo del PP contra la condena a España del Tribunal Europeo de Derechos Humanos por las devoluciones en caliente, unas prácticas que este camerunés asegura haber sufrido en infinidad de ocasiones. «Las veinte veces que salté la valla conseguí entrar en territorio español, pero en todas me cogieron y me devolvieron a Marruecos, menos en la última ocasión», asegura.
Muchas de esas devoluciones en caliente acabaron con agresiones por parte de gendarmes marroquíes. «Si te cogen los policías marroquíes, te pegan. Hacen una fila de dos y te obligan a pasar por el medio mientras te dan con un palo de béisbol o con barras de hierro hasta que llegas al fondo. A mí me obligaron a hacer eso una vez y tuve que estar casi una semana durmiendo para recuperarme de los golpes», recuerda con los ojos vidriosos Erik, que no entiende los discursos de odio que han proliferado en los últimos días en las redes. «Los africanos que esperan entrar en España no quieren guerra, solo buscan cruzar para mejorar su vida. Tienes que tener mucha fuerza para subir la valla, pero si no tienes corazón, tampoco puedes. Tengo un montón de amigos que han muerto intentándolo», explica.
Este hombre, que emprendió esta aventura para ayudar a sus hermanas a tener una formación, ahora vive en una casa con agua corriente, luz, televisión, estufa y las comodidades propias del primer mundo, pero durante los cuatro años que estuvo esperando para que se viera cumplido su sueño, las cosas fueron bien distintas. «He pasado cuatro años viviendo en un bosque, sin estar dentro de una casa, como un animal, aguantando el frío y el calor. Esperando el día que iba a cruzar», apunta para dejar claras las condiciones de vida por las que atraviesan los africanos que intentan llegar a España –millones, según el nuevo líder del Partido Popular–. «Mucha de la política que se hace es para tapar los ojos de la gente. Antes pensaba que en España había muchos inmigrantes porque entran por aquí, pero hay pocos. Hay más en Francia, Alemania o Bélgica. Todos entran por aquí, pero luego van a otros países», añade.
Puede resultar chocante que alguien que ha luchado tanto para entrar en Europa acabe viviendo en un municipio de la Tierra de Campos palentina, pero Erik está convencido de que vive en un lugar maravilloso y espera seguir haciéndolo durante mucho tiempo. «Podría vivir en Madrid, en Francia o en muchos otros sitios en los que tengo amigos, pero a mí me ha gustado el pueblo, porque estoy muy a gusto con la tranquilidad que tengo aquí y la gente es muy maja», explica este camerunés, que ha encontrado en la provincia de Palencia un lugar en el que se siente completamente integrado. «Mi abuela me dijo que si te vas a un país en el que la gente camina con la cabeza abajo, tienes que hacer lo mismo y agachar la cabeza para caminar. Si levantas la cabeza, todo el mundo va a estar contra ti», apunta este luchador incansable, que ha encajado a la perfección en la sociedad palentina y que, pese a lo que le dijo su abuela, tiene motivos más que de sobra para levantar la cabeza porque, después de un sinfín de problemas, ha conseguido un objetivo al alcance de pocos.
La historia de Erik con Europa parece todo un romance. «Cuando estaba en Marruecos, miraba a Melilla como si fuese una chica de la que estaba enamorado. Me sentaba por la noche y la veía iluminada desde la oscuridad mientras pensaba que algún día la conquistaría», apunta este enamorado de Europa que al fin ha conseguido el amor de 'su chica' y que cree que no se le pueden 'poner barreras' al amor. «Las fronteras no se pueden cerrar. Da igual que pongan una valla de 20 metros que toque el cielo porque la gente va a seguir cruzando. Nunca se va a poder parar esto», añade.
El día 17 de agosto Erik celebrará su 32 cumpleaños y, además, festejará el cuarto aniversario de su llegada a España, un país por el que le ha tocado sufrir mucho y en el que ahora no para de sonreír. «Aquí estoy muy bien. En Husillos me conocen todos, hasta las abuelas, porque a mí me pueden faltar muchas cosas, pero tengo algo que todo el mundo quiere tener: una sonrisa», concluye un Erik Mamou que ya tiene papeles y que ha decidido tomar la palabra ahora que la inmigración ha entrado de lleno en el debate político.
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