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No hay frase de autoayuda, lema político ni síntoma de dejadez (ese 'Hey there!' que viene de serie) en el estado de su 'whatsapp'. Ha optado por el 'Disponible', que en días como hoy suena a declaración de intenciones , y por una foto del Duero, ... con niebla, cuando pasa por el pueblo en el que nació y al que se escapa casi todos los fines de semana. María del Pilar del Olmo Moro (Valbuena de Duero, 1962), la hija mediana de Pilar y José María, autónomo; viuda, madre de una hija que está a punto de cumplir los 19, aspira a incluir en su currículum una nueva línea como alcaldesa de Valladolid.
Estudió interna en las Carmelitas del Ave María desde los nueve años hasta que terminó Bachillerato (y de aquella época conserva muy buenas amigas). Es licenciada en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad de Valladolid. En Derecho por la UNED. Sacó la oposición de inspectora de Hacienda a la primera. Con 25 años. Desde 1988 es miembro del Cuerpo Superior de Inspectores de Finanzas del Estado. Trabajó en Salamanca, en Palencia, Soria, también en Tenerife (una etapa que recuerda «con cariño», aunque también como «dura«) y finalmente Valladolid.
Aquí fue jefa de la delegación especial de la Agencia Tributaria en Castilla y León hasta que, en 2003, Juan Vicente Herrera la reclutó para custodiar la hucha económica. El presidente de la Junta se fijó en su perfil técnico. Ella, ajena al partido, se afilió, «por coherencia», al PP al tomar posesión como consejera de Hacienda. Desde entonces, echa cuentas sin cuentos.
Sus colaboradores más estrechos subrayan el carácter práctico de su gestión. En el trabajo, frivolidades las justas. Es «muy currante», dicen. «Las horas que haga falta», insisten. Ella misma lo reconoció en una entrevista publicada en octubre de 2012. «Como política trabajo muchas horas, casi sin vacaciones. A veces añoro un puesto [el de la Agencia Tributaria] que me permitiría vivir más tranquila, haciendo las horas que son legales hacer y ganando más dinero. Pero me siento comprometida con esta comunidad». «Lo que no son horas de trabajo, que son muchas –continuaba– hago vida normal con la gente de toda la vida. Voy a a la compra. Hago lo que cualquier otra persona. Piso la calle. Y no en coche oficial, precisamente».
Le gusta pasear. Hay fines de semana que en el pueblo, junto al río, se lleva papeles y leyes para estudiar, porque el silencio de la ribera del Duero le relaja. Allí se encuentra «con la gente con la que siempre he estado, que te conoce desde que llevabas pantalón corto y minifalda y que te pone los pies en el suelo». Lo pisa con zapatillas y ropa de 'sport' cuando está de descanso.Pero con unos zapatos que cuida cuando acude al trabajo, porque, reconoce, el calzado es uno de esos detalles en los que se suele fijar. Vinculado con la moda está uno de los titulares con los que saltó al escaparate mediático nacional. En septiembre, durante una mesa sectorial en Madrid en la que se proponían ideas innovadora para defender el comercio tradicional, lanzó la posibilidad de que las tiendas comenzaran a cobrar a los clientes por usar los probadores. No fue una propuesta, solo «un ejemplo que se podría estudiar».Pero Del Olmo, más acostumbrada al trabajo callado, se convirtió en 'trending topic' por primera vez.
Destacan quienes mejor la conocen que es muy difícil, mucho, casi imposible, encontrarla de mal humor. Que relativiza las dificultades. Que si un problema no tiene solución es que ya no es problema y no hay, dice, que perder el tiempo dándole vueltas. Que también tiene buena mano para la cocina. Que es exquisito su rabo de toro al vino tinto y que la familia disfruta con el pescado que prepara para Navidad. Pero ella insiste en que, en casa, quien mejor cocina es su madre Pilar. Asegura que es difícil mejorar la tortilla de patata materna y su guiso de arroz con patatas y bacalao.
Tuvo de joven una época de pinceles y lienzos (pintaba más abstracto que paisajes). Fueron años en los que empezó a disfrutar de la música de los Rolling Stones, de AC/CD... y de los sones cubanos. Aunque cuando se arranca a cantar –y suele hacerlo cuando está con amigos y en confianza– recurre al cancionero popular. No presume de ello, pero sus compañeros alaban su «memoria de opositora». «Hoy le puedes contar un dato, que dentro de cuatro meses lo recuerda sin equivocarse». Acostumbrada a cuadrar presupuestos, no suele confiar mucho en la lotería. Para la de Navidad suele llevar dos décimos: el del trabajo y el del bar de la plaza de Valbuena, que siempre acaba en nueve. Aunque este año, ay, aún no lo ha cogido.
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